No era Eryon..Era otra cosa.
—No respires hondo —dijo Iria, tensa—. Aquí abajo, el aire recuerda.
Adrián obedeció a medias. El pecho le ardía, como si una presión invisible le apretara los pulmones desde adentro. Se llevó la mano a la nariz; al retirarla, la yema de los dedos estaba manchada de rojo oscuro.
—Estoy bien —mintió.
Eryon no dijo nada. Eso, más que cualquier otra cosa, lo inquietó.
—Sariel —susurró Adrián— Dijiste que sellaste algo. Dijiste que Eryon es la llave. Necesito entender.
La sala vibró. No con violencia, sino con cansancio.
No todo sello encierra una puerta —respondió la voz, grave y distante — Algunos mantienen dormido aquello que no puede ser destruido.
Iria retrocedió hasta apoyar la espalda contra la pared. Su rostro había perdido el color.
—Entonces es verdad —murmuró— No era un castigo. Era una contención.
Adrián levantó la mirada.
—¿Contener qué?
Hubo una pausa. Una larga, insoportable pausa.
Un resto, dijo Sariel al fin. Un error que quedó después de la primera caída.
Eryon se estremeció dentro de Adrián.
Padre… comenzó, pero la voz se le quebró antes de terminar.
—¿Un error de quién? —preguntó Adrián.
De todos — respondió Sariel—. Del cielo que juzgó demasiado pronto. Del infierno que aprendió a esperar. Y mío por creer que podía amar sin consecuencias.
El aire se volvió más pesado. Adrián sintió que algo se movía bajo la piel de su pecho, como si un segundo latido intentara sincronizarse con el suyo.
—¿Eso que sellaste… está vivo? —preguntó Iria.
La respuesta no llegó de inmediato.
Respira — dijo Sariel, como si no hubiera oído la pregunta—. Respira despacio. Si te resistes, el vínculo se tensará.
—¿Qué vínculo? —exigió Adrián, con la voz rota— ¡No me hables como si supiera de qué estás hablando!
La sala se iluminó con una luz apagada, grisácea, que no provenía de ningún punto concreto. Las paredes parecieron alejarse, y por un instante Adrián tuvo la sensación de estar mirando a través del mundo. Vio un abismo que no era fuego ni oscuridad. Era ausencia.
—¡No! —gritó, llevándose las manos a la cabeza— ¡Sácame de aquí!
Eryon reaccionó de inmediato.
No mires — dijo con una urgencia feroz— No lo mires.
Pero ya era tarde. La visión se cerró como una herida mal suturada, y Adrián cayó hacia adelante, vomitando sangre sobre los símbolos del suelo. Los trazos humanos chisporrotearon, algunos se apagaron por completo.
—¡Está rompiendo el anclaje! —exclamó Iria—. ¡Sariel, detén esto!
La voz del Vigilante regresó, más cercana ahora, como si la prisión hubiera cedido un milímetro.
No puedo detener lo que ya reconoce su nombre.
Adrián respiraba con dificultad. Cada inhalación era un esfuerzo consciente. El mundo se estrechaba, se volvía frágil.
—Eryon —susurró— ¿Qué no me estás diciendo?
Hubo silencio. Un silencio culpable.
Este sello — comenzó Eryon— No fue hecho solo para contener algo.
Adrián apretó los dientes.
—Dímelo.
Fue hecho para contenerme a mí cuando llegue el momento.
La confesión cayó como una sentencia.
—¿Qué? —Iria dio un paso adelante— ¿Cómo que contenerte?
Eryon emergió parcialmente, su voz mezclándose con la de Adrián, resonando en la sala con un eco antinatural.
—Porque si el sello se abre del todo —dijo— aquello que Sariel encerró buscará un cuerpo. Y yo soy el único capaz de sostenerlo. Aunque sea por un instante.
Adrián sintió que el piso se inclinaba.
—¿Y yo? —preguntó— ¿Qué pasa conmigo?
Eryon no respondió..La respuesta vino de Sariel.
El cuerpo humano no está hecho para ser un campo de batalla eterno — dijo con una tristeza profunda— Si Eryon asume la contención tú no sobrevivirás al proceso.
Iria llevó una mano a la boca.
—Por eso fallaron los otros —susurró—. Los receptáculos anteriores.
—¿Otros? —Adrián alzó la cabeza— ¿Hubo otros como yo?
Iria asintió, con los ojos brillantes.
—Niños. Adultos. Personas desesperadas. Algunos sabían lo que hacían. Otros no. Todos murieron.
Eryon tensó su presencia.
—No eran compatibles —dijo—. Ninguno lo era.
—¿Y yo sí? —preguntó Adrián, con una risa amarga— Qué honor.
El temblor regresó, más intenso. Polvo cayó del techo. Las luces de emergencia parpadearon.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Iria— Los símbolos están cediendo. El cielo ya debe haber notado la alteración.
Como si sus palabras fueran una invocación, una presión brutal descendió sobre la sala. No fue luz. No fue sombra. Fue orden. Eryon gruñó.
Ejecutores.
El aire se abrió en tres líneas perfectas. No portaban armas visibles, pero su presencia hacía arder la piel.
—El sello ha sido comprometido —dijo uno, con voz resonante— El receptáculo debe ser neutralizado.
—¡No! —gritó Adrián— ¡Aún no saben qué hay ahí abajo!
—No importa —respondió otro— El riesgo es inaceptable.
Eryon se adelantó, tomando más control del cuerpo de Adrián. Símbolos antiguos recorrieron sus brazos, esta vez más profundos, como marcas grabadas en carne viva.