Los Hijos Del Olvido

El pacto de Asmodeo

Asmodeo no parecía un demonio..Eso era, precisamente, lo peor..Su presencia no tenía la violencia grotesca de las sombras que habían invadido la casa hogar, ni el olor a ceniza de los cazadores menores. Era otra cosa: una calma segura, una elegancia fuera de lugar, una sonrisa que prometía entenderte incluso mientras te medía como se mide una cerradura.

Adrián sintió la tentación antes de comprenderla. No era deseo. Era alivio. Como si, por primera vez, alguien estuviera dispuesto a hablarle sin tratarlo como un error que debía ser borrado.

—No te acerques —dijo Iria, colocándose delante de él— Aquí abajo tu voz se vuelve más peligrosa.

Asmodeo alzó las cejas con interés.

—¿De verdad? —murmuró— Qué encantador. Un refugio humano que aún cree tener reglas.

Sus ojos se deslizaron hacia Adrián.

—¿Te duele? —preguntó con suavidad— El cuerpo, digo. La contención. La presión el segundo latido que no pertenece.

Adrián apretó los dientes. Era demasiado preciso.

—No te debo respuestas.

—No —asintió Asmodeo— Pero me debes atención. Porque yo sí puedo darte lo que el cielo jamás te dará: una opción real.

Eryon se revolvió dentro de él, furioso.

No lo escuches.

—¿Por qué? —preguntó Adrián mentalmente, sin apartar los ojos de Asmodeo— ¿Por qué le temes tanto?

Eryon tardó un segundo en responder. Y ese segundo fue una grieta.

Porque conoce mi nombre verdadero, dijo por fin. Y porque estuvo allí cuando se selló lo que mi padre encerró.

Iria sostuvo la mirada de Adrián, como si pudiera leer la conversación silenciosa.

—No hagas un pacto —le advirtió—. No aquí. No con él.

Asmodeo sonrió, casi divertido.

—¿Pacto? —repitió, como si la palabra fuera una broma—. Iria, no dramatices. Un pacto es una firma. Esto es una negociación. Y al muchacho ya lo están negociando sin su consentimiento. El Trono lo ha marcado.

Adrián sintió un escalofrío.

—¿Cómo lo sabes?

Asmodeo inclinó la cabeza, como si escuchara música.

—Se siente —respondió— La marca del Trono huele a hierro frío. A destino forzado. A procedimientos sin misericordia.

Se acercó un paso. Iria levantó la mano y el aire chisporroteó alrededor de su palma. Un círculo de símbolos humanos brilló en el suelo, intentando erigir una barrera. Asmodeo la atravesó como si cruzara una cortina de humo.

—Ah, no —murmuró con una sonrisa indulgente— Eso sirve para sombras torpes. Yo no soy una sombra.

Iria retrocedió, pálida.

—Entonces eres peor.

Asmodeo la miró con verdadera curiosidad.

—Qué inteligente —dijo— Sí. Soy peor.

El sello bajo el suelo latió..No con violencia.
Con ansiedad. Adrián lo sintió como un llamado en la nuca, una invitación helada. Se llevó la mano al cuello, como si pudiera apretar el impulso.

—¿Qué es eso? —preguntó Asmodeo, fingiendo inocencia mientras observaba el suelo—. ¿Lo oyes? —sus ojos brillaron—. Respira. Como un animal herido.

—No lo mires —dijo Eryon, con una urgencia que quemaba— No lo nombres. No lo pienses.

—Deja de actuar como si estuvieras en control —susurró Adrián mentalmente — No lo estás.

Eryon se tensó, ofendido y herido.

Estoy tratando de salvarte.

Adrián sintió ese salvarte como un clavo. Porque no sabía si Eryon quería salvarlo a él o salvar lo que necesitaba de él.

Asmodeo dio otro paso, y esta vez se detuvo lo bastante cerca como para que Adrián percibiera un perfume tenue: algo entre incienso y piel tibia. La clase de aroma que no debería existir en un lugar sellado y húmedo.

—Adrián —dijo con voz baja— ¿Quieres seguir siendo un objeto?

Adrián apretó los puños.

—No.

—Entonces escucha —Asmodeo sonrió—.El cielo te matará. El infierno te usará. Y Sariel —su voz se suavizó con una ironía cruel— Sariel te dirá que es por tu bien.

Iria reaccionó como si le hubieran escupido.

—¡No lo menciones! —espetó. — No puedes.

Asmodeo la miró, entretenido.

—Puedo —dijo— Porque estuve cuando se decidió que el nombre de Sariel se hundiera en piedra.

El aire vibró. La voz de Sariel, lejana, surgió como un murmullo profundo, no un trueno.

Asmodeo.

El demonio sonrió aún más.

—Hola, viejo enemigo —dijo, casi con afecto— Sigues despierto. Qué perseverante.

— ¿Qué quieres? — preguntó Sariel, cansado.

Asmodeo inclinó la cabeza.

—La verdad —respondió— Que el niño la conozca.

Adrián tragó saliva.

—¿Qué verdad? —preguntó, sintiendo el latido del sello acelerarse— ¿Qué estás ocultando?

Eryon se agitó.

No…

Asmodeo lo interrumpió antes de que pudiera terminar.

—Sariel no selló eso solo —dijo con serenidad — Sariel no tuvo el poder suficiente para contenerlo sin ayuda.

Iria abrió los ojos.

—Mentira.

Asmodeo rió, bajito.

—Oh, Iria… siempre tan fiel a tus historias humanas, donde el cielo es un bloque y el infierno otro. No. Esto fue más íntimo.

Se inclinó apenas hacia Adrián.

—Sariel usó una pieza del infierno para cerrar su prisión. Me pidió —Asmodeo se detuvo, disfrutando el efecto — me pidió un favor.

Eryon rugió dentro de Adrián con una violencia que le arrancó un jadeo.

—¡No! —la voz de Eryon emergió—. ¡Él jamás…

—¿Jamás? —Asmodeo arqueó una ceja— Qué tierna fe. Hijo, tu padre hizo cosas que nunca te dijo. No por crueldad. Por vergüenza. Por amor. Por miedo. Elige la palabra.

La sala tembló. Los símbolos del suelo chisporrotearon, algunos se apagaron. Iria se tambaleó.

—¡Sariel! —gritó—. ¡Respóndele! ¡Desmiéntelo!

El silencio de Sariel fue una respuesta. Adrián sintió que el estómago se le hundía.




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