El primer cazador descendió sin aviso. No cayó: se materializó, como si la realidad se hubiera visto obligada a aceptar su presencia. El aire se volvió cortante, y el callejón donde Adrián se sostenía de la pared tembló como un animal acorralado. Iria yacía inconsciente a unos metros, su respiración irregular, la piel aún marcada por sombras que se resistían a abandonarla del todo.
—Objetivo confirmado —dijo la voz celestial—. Prioridad: erradicación del Nefilim.
Adrián levantó la cabeza con dificultad. La sangre le corría por la comisura de los labios. Su piel, demasiado pálida bajo la luz enferma de la ciudad, contrastaba con el cabello negro que caía desordenado sobre sus hombros. El cazador lo observó apenas un segundo más de lo necesario.
—El receptáculo es… inusual —añadió— Pero prescindible.
Eryom se tensó dentro de él.
No le temas — dijo, con una calma que no había tenido antes — No está mirando tu cuerpo. Está mirando lo que yo soy.
—Entonces mírame conmigo —susurró Adrián— No me dejes solo.
Hubo un silencio breve. Íntimo.
No lo haré.
La lanza de luz descendió. Adrián no esquivó. Resistió. El impacto lo arrojó contra el suelo, rompiendo el asfalto bajo su espalda. El dolor fue inmediato, brutal. Pero antes de que pudiera perder el aire, sintió algo más fuerte: unos brazos invisibles sosteniéndolo desde adentro. Eryom.
—¡Levántate! —rugió la voz celestial —¡Resiste para que podamos separarlos!
Adrián se incorporó temblando. Al hacerlo, el cazador se detuvo. Los ojos del muchacho habían cambiado. El celeste claro, casi irreal, se desvanecía lentamente… dando paso a un dorado profundo, antiguo, imposible de confundir.
—Ahora —dijo Adrián, aunque ya no estaba solo en la voz.
El aire se plegó. El segundo cazador apareció detrás, y luego un tercero. Cerraban el círculo con precisión matemática. No había odio en ellos. Solo certeza.
—No quieren matarte a ti —dijo Adrián entre jadeos— Quieren matarte a ti, Eryom.
Lo sé — respondió el Nefilim— Por eso no dejaré que te toquen.
Una sombra se movió en los tejados. Luego otra..Humanos..Demasiados. Vecinos, transeúntes, personas comunes con los ojos vacíos, los movimientos torpes, las bocas murmurando palabras que no eran suyas.
—Posesión en masa —murmuró Eryom— Asmodeo está acelerando el cerco.
—Quiere usar a los humanos para encontrarnos —dijo Adrián— Y matarme en el proceso.
Sí.
Adrián tragó saliva.
—Entonces hagamos algo distinto.
El Nefilim dudó.
—Confía en mí —dijo Adrián—. Esta vez yo te cubro a ti.
Por primera vez, Eryom sintió algo que no había sentido en siglos. No obediencia..No necesidad. Lealtad.
De acuerdo, respondió.
El control se equilibró..No fue posesión total.
Fue coexistencia..Los cazadores atacaron al unísono..Adrián avanzó con una agilidad que no le pertenecía del todo, esquivando una lanza de luz, girando sobre sí mismo, levantando la mano para arrancar el arma del aire y quebrarla como cristal..Los humanos poseídos se lanzaron contra él.
—No los mates —dijo Adrián, apretando los dientes.
Entonces muévelos.
El suelo vibró. Una onda oscura se expandió desde sus pies, empujando a los cuerpos humanos hacia atrás sin romperlos, arrojándolos contra paredes y vehículos, inconscientes pero vivos.bUno de los cazadores gritó, sorprendido.
—¡El receptáculo protege a las unidades humanas!
—No soy su enemigo —respondió Adrián— Ustedes sí.
La luz descendió otra vez. Esta vez, Adrián no resistió solo. Eryom envolvió su cuerpo desde dentro, reforzándolo, guiando cada músculo, cada reflejo. Los ojos dorados brillaron con furia contenida.
—¡Ahora! —rugió el Nefilim.
Adrián saltó. El espacio se quebró bajo sus pies, y apareció detrás del cazador principal, apoyando la palma en su espalda. No lo destruyó. Lo expulsó del plano. El cazador desapareció en un estallido silencioso, como si nunca hubiera estado allí. Los otros retrocedieron.
—Esto —dijo uno—. Esto no estaba previsto.
—Nada lo está —respondió Adrián con voz temblorosa— Porque yo no estaba previsto.
Una risa resonó entre los edificios. Suave. Aplaudida. Asmodeo apareció sobre el capó de un auto destrozado, observándolos con fascinación abierta.
—Hermoso —dijo— Así es como debía verse.
Adrián levantó la mirada.
—Te equivocas —escupió— No somos tuyos.
Asmodeo inclinó la cabeza.
—No todavía —respondió— Pero lo serás cuando entiendas algo, Adrián.
Chasqueó los dedos. Los humanos poseídos comenzaron a levantarse otra vez. Más. Muchos más. La ciudad entera parecía responder.
—Ellos no importan —continuó Asmodeo— Tú sí. Pero para obtener lo que quiero —su sonrisa se volvió cruel— debo quitarte del medio.
Los cazadores del Trono se reagruparon, formando una línea de ejecución.
—Objetivo secundario confirmado —dijeron— El humano será eliminado.
Adrián sintió el miedo subirle por la garganta.
—Eryom…
No — respondió el Nefilim con firmeza— Esta vez yo te protejo a ti.
El dorado de sus ojos se intensificó..Y desde lo profundo de la Tierra, Sariel sintió el vínculo tensarse como nunca antes. Pero no respondió. No podía. Porque si lo hacía, Asmodeo lo encontraría.
Adrián dio un paso al frente, rodeado de enemigos. Y aun así, no retrocedió. Porque ya no estaba solo. Y el mundo estaba a punto de descubrir que cuando un humano y un Nefilim se eligen, ni el cielo ni el infierno pueden prever el resultado.