LOS
INICIADOS
LA FUNDACIÓN DE LA GRAN OBRA
PREÁMBULO
Nací con la maldición de querer saber todo sobre el hombre; los misterios que aguardan entre polvo y sombra, y palpitan en las voces del ayer, que todavía moran en los anales de alaridos, lamentos y clamores, testigos de tránsitos y desazones, triunfos y derrotas, gozos y pesares; los reclamos, justas y tragedias que vivieron los soberanos y sus pueblos, los rebeldes, marginados, místicos y santos, nuestros ancestros; sus templos y los secretos en las piedras; los entresijos de la historia en cada pliegue de las vidas de aquellos que dejaron huella en la humanidad y hasta de los olvidados que nunca importarán…
A lo mejor puede sonar a bendición, pero no ha sido mi caso. ¿Por qué? He agotado mi existencia buscando lo inalcanzable: la verdad.
Nunca creí en la historia como se relata en los libros, y eso me llevó al error de hacerme historiador. ¡Tremendo desatino! Tras estudiar los cientos de testimonios en papel que se dan por buenos, no quedaba duda: nos mienten como bellacos.
A medida que desgranaba los capítulos, se revelaban las partes dudosas, las que se fundamentan en escasos indicios pero se aceptan; y en su conjunto incompletos, pues no muestran la grandeza del hombre.
No explicaban que se había visto inmerso en gestas entre abominables fuerzas y librado titánicos combates entre el bien y el mal, saliendo victorioso; ni que contaba con héroes envueltos en hazañas conquistadas para sus naciones, dignas de escribirse en los sagrados libros que se hallan en el Cielo; ni que sus profetas en los desiertos y adivinos en oráculos habían clamado augurios que se tienen por fábula porque sobrepasan lo que es elucubrable, a pesar de que son ciertos; o que los magos de antaño lo habían conducido en presencia de los dioses, y juntos amañaron el destino y esbozaron el entero porvenir.
Somos mucho más, estamos forjados en quimeras, coraje y aventura, de intrépidos peldaños hacia lo desconocido, la beldad y perfección; nos pertenece la gloria, nos persiguen los milagros, nuestro rumbo está marcado en dirección al infinito; nacimos para vencernos y alcanzar la divinidad: somos más descollantes de lo que, si se descubriera, se podría consentir.
Disconforme y preso de congoja, desistí en indagar en un pasado que, según había comprendido, solo aquellos que le dieron forma me podían confesar.
Me fui consumiendo como hielo se derrite en agua templada, y se diluyó mi fulgor por conocer.
En un giro del destino, ya de viejo, cuando aún menos lo buscaba, llegó hasta mí una gema de tremendo poder.
La fe, la fuerza más poderosa que opera en el hombre y rige cuanto vive bajo, entre y sobre la inmarcesible bóveda del firmamento, aquella que había recogido de joven y restaba todavía en algún recodo de mi alma, al fin había respondido en forma de gracia a mi llamada. Tras una vida de yerros y desánimo, tenía entre mis manos una Piedra que obedecía, contestando a mis eternas preguntas.
Se desplegaba cual libro abierto y me llevó a un viaje hacia los ignotos rincones de este universo y más allá, a la miríada de mundos que ni en los sueños de la mente más sesgada se podrían confabular; en primera fila, a las épicas guerras de viejos regimientos que tiñeron de sangre infinidad de campos de batalla, a los castillos para curiosear entre las crónicas de reyes y sus cortes enfrentadas, a las remotas epopeyas de seres monstruosos y utópicos gigantes; en directo a la era de mitos y leyendas que damos por fantasía y son verdad; personajes olvidados en el tiempo que no sabemos que existieron, pero trocaron el curso de la tierra y el espacio eviterno de los cielos; a andar por derroteros al lado de maestros iniciados que peregrinaron por los caminos del conocimiento y de la magia.
Me sumergió al fondo de los océanos, a los expolios y percances de naufragios, fieros barcos y piratas, e incluso me elevó a los gloriosos reinos de los ángeles para descenderme a los profundos pozos del Abismo, donde moran los demonios y bestias infernales relegados por Dios desde los albores primigenios; en suma, una sucesión de lances y ordalías que ni la célebre biblioteca de Alejandría plena sería capaz de abarcar.
Pero de todas, entre la plétora de lugares y épocas, hay una que sobrepasa a las demás por su proximidad, porque nos toca y pertenece; nos define como hombres y narra nuestra historia, desde la antigua a la reciente, nuestras lagunas y tropiezos, las virtudes y proezas, nos ensalza y nos rebaja; por su testimonio, exime al tiempo que condena, traza nuestro sino contenido en los presagios de los antiguos visionarios y hasta explica la razón de la perpetuidad como especie; y la que, cuando hayas escuchado, aun no me creas, entenderás por qué me he visto obligado a contar.
El libro que tienes delante es esta historia.
PRIMERA PARTE
EL INICIO DE LA GRAN OBRA
Acompáñame al lugar donde me ha transportado la Piedra: el Bajo Medievo, el turbulento escenario que fue testimonio de las más terribles barbaries y las más grandiosas conquistas, un fiel reflejo de nuestra inherente dualidad.
Te preguntarás qué te puedo decir que no sepas ya.