Los Iniciados: La FundaciÓn De La Gran Obra

Capítulo 4

4

La confesión

Allí donde hemos hablado abiertamente, no hemos dicho nada. Pero allí donde hemos puesto alguna cosa en enigma y en figura, hemos ocultado la verdad.

GEBER

Contuvo la lengua unos días, obsesionado y consumido, aplicado al estudio del tesoro con entrega; incluso se escondía de su esposa para leerlo un poco más. Y se estaba volviendo loco.

El manual albergaba una amplia simbología desconocida por Flamel. En su intento de preservar el Arte a los profanos, a quienes su empleo abusivo podría incluso dañar, los libros escritos a manos de alquimistas se presentaban como un compendio de símbolos de cábala, astrología, signos tomados de varios alfabetos, un amplio bestiario, dioses del Olimpo…

Incluso claves secretas en jeroglíficos y mensajes encriptados a partir de alfabetos alquímicos, y que cada filósofo realizaba según sus propias reglas —unos suprimían letras o intercalaban cifras, otros escribían al revés—; eso sin contar con los encubiertos bajo la forma de acrósticos, anagramas, alegorías, fábulas mitológicas, escenas religiosas y paganas…: un delirio inextricable, imposible de desgranar, aún menos sin ayuda.

Su interior, invadido por deseos ardientes como ascuas de fuego y abrasadoras incógnitas, era un volcán presto a entrar en erupción; hasta que la presión reventó, expulsando la escoria acumulada que lo carcomía por dentro.

—Perenelle, ¡mi corazón está lleno de pesar! —gimoteó entre sollozos.

Apartó la cena, que apenas había mirado, para reclinar la cabeza sobre las manos y romper a llorar.

—Nicolás, ¿qué te causa turbación? —Le acarició la espalda en un intento de apaciguar la angustia que atormentaba a su marido.

—Sé que llevo días distante y atribulado. No es por ti, mi amor, es por este libro. —Sacó la obra que ocultaba bajo la túnica y la dejó sobre la mesa.

—Oh, ¡qué lindo! —Quedó hipnotizada por la belleza del brillo que emanaba del volumen.

Abrió el cierre metálico y lo hojeó con timidez, sintiéndose poco merecedora de tenerlo entre las manos.

Observó las inusuales cubiertas y leyó el título, embelesada:

—El Libro Dorado…

—Corazón, ¿te acuerdas del sueño del ángel?

—¡Por supuesto!

Le contó a su esposa con pelos y señales la visita del Judío, al que definió como un dios que había alcanzado la inmortalidad y más oro del que en una vida se puede gastar.

Y le repitió una y otra vez, llevándose las manos a la cabeza, que había sido llamado para llevar a cabo la Gran Obra de la alquimia.

—Amor mío… —cortó desconfiada de tan inverosímil revelación, y lo miró con gesto interrogante, meneando la cabeza con perplejidad.

—Yo también quedé atónito, pero es verdad que su rostro era el del ángel que soñé, así que posee un don al menos. Desde entonces, vivo entre desconcierto, dudas, ilusión, devoción y fe. —Al soltarlo, sintió haberse liberado de un tremendo peso agobiador—. Me dijo que, bajo ningún concepto, hablara sobre él, pero no podía seguir ocultándotelo. Y si he cometido un error, espero que el Señor me perdone. —Levantó la vista hacia el techo y se santiguó.

—Nicolás, yo…

—No es menester que pronuncies palabra alguna, tan solo ansío tu aprobación —imploró con una expresión de súplica en el semblante.

—¡La tienes! —afirmó ella. Le asió las manos y volvió la faz hacia lo alto—. ¡Por el amor de Dios juro que siempre contarás con mi favor! —Le salió del alma.

Perenelle bajó la mirada, resopló y, meditando fríamente en el asunto, preguntó:

—Pero ¿qué vamos a hacer?

—Necesito ayuda para descifrar el significado oculto de las ilustraciones y para la traducción de algunos fragmentos escritos en griego.

—Podrías consultar a algunos estudiosos o algún clérigo —propuso, ladeando la cara con una mueca cariñosa, la misma que lo había enamorado al conocerla.

—Sí…, tienes razón —concluyó más sosegado.

—Todo irá bien —alentó su mujer, dándole unos golpecitos sobre el hombro—. Si es la voluntad del Todopoderoso, darás con las piezas necesarias para resolver este entresijo.

—¡Que el Señor escuche tus palabras! —terminó con un destello de esperanza en la voz.




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