Los Jinetes De Los Cielos: El Origen

Capítulo 2

Hoy Definitivamente no fue mi día.

Terminar en el suelo, con el peinado arruinado y mi ropa totalmente sucia, no era precisamente la forma en que me imaginaba empezar mi jornada laboral.

Ante tal desastre, solo pude respirar hondo para controlar esos sentimientos negativos que bullían en mi interior y amenazaban con salir para arrasar con todo.

Al final, solo decidí dirigirles la mirada más gélida que tenía en mi repertorio a los principales culpables de semejante aberración, con la intención de expresarle, sin necesidad de palabras, lo enojada que estaba en ese momento.

El efecto fue casi de inmediato: la expresión de sorpresa que adornaba a los chicos pasó a una de inquietud al darse cuenta de lo delicada que era la situación.

—Están castigados todos. Después de clases limpiarán los baños durante una semana, y no se irán a casa hasta que estén relucientes —declaré con frialdad, mientras trataba de incorporarme y buscaba una forma de arreglar algo de mi apariencia aunque sabía perfectamente que mis esfuerzos serían en vano.

—P-pero, profe… —intentó decir Nuros, buscando alguna excusa inútil, pero yo estaba tan indignada de que siquiera se atreviera a protestar que lo interrumpí antes de que pudiera agotar la poca paciencia que me quedaba.

—¡Pero nada Nuros! Ahora son dos semanas de limpieza por contestarme ¡Y ustedes también lo van a ayudar! —añadí, señalando al grupo de amigos que intentaba, sin éxito, disimular su existencia para evitar el fuego cruzado. Un esfuerzo inútil, sus intentos patéticos eran tan evidentes como el desastre a mi alrededor—. ¡Y guarden ya ese caldero!

Sus rostros cambiaron instantáneamente y con expresiones de cachorros regañados comenzaron a limpiar el lugar y eliminar las pruebas de su travesura.

Aunque todos estaban excepcionalmente callados y parecían obedientes, era evidente por su lenguaje corporal, que no estaban conformes con el castigo impuesto y lo consideraban un acto de injusticia extrema.

Irritada por sus silenciosas protestas, decidí dejarles muy en claro lo afortunados que eran de tener a una profesora tan benévola como yo:

—¿Creen que esta profesora es tonta y no se da cuenta? ¿Verdad? Shhhh… ni una palabra más si no quieren que el castigo se extienda por otra semana entera —los interrumpí, alzando un dedo justo cuando uno de ellos abrió la boca para defenderse—. ¿Creen que no sé lo que estaban tramando? La profesora Damothre les ha estado enseñando sobre catalizadores inestables y ustedes, tan brillantes como siempre, decidieron poner en práctica sus impredecibles efectos ¡en un callejón cerca del colegio y sin supervisión profesional!

Al ver que estaba a punto de perder el control, me detuve por un momento, para cerrar los ojos y respirar profundo, con el fin de calmarme lo suficiente para continuar:

—Y tuvieron la “buena suerte” de que, justo cuando pasaba por ahí, decidieran crear, accidentalmente, la poción del fuego fatuo loco. ¿Y qué hizo el fuego que invocaron? Pues tal fue mi suerte, de entre todas las personas presentes, decidió elegirme como su objetivo de ataque. ¡Tuve que lanzarme al suelo y rodar como una acróbata para evitar terminar con quemaduras de segundo grado! ¡Así que no se atrevan a quejarse! Agradezcan que sea una profesora comprensiva y no los llevé directo con el director. Porque, si no lo recuerdan, lo que acaban de hacer, cuenta como un ataque al personal educativo, y eso no se resuelve con una simple limpieza de baños. ¿¡Entendieron!?

—¡Sí, profesora, entendimos! —respondieron todos al unísono, con ojos como platos.

—Si entendieron, entonces vayan a clases —dije, y sin esperar un segundo más, salieron corriendo como si huyeran de una tormenta de fuego.

Me quedé en silencio por un momento, estupefacta por su acción. Pero no le di mucha importancia y en cambio, me concentré en observar por los alrededores del callejón, por si alguien había presenciado semejante espectáculo. Al no ver a nadie, solté un largo suspiro y, con resignación, saqué de mi bolso un spray limpiador para mi ropa, buscando una forma de recomponer mi imagen desordenada.

Al terminar y ver que mi cabello no tenía más arreglo, me rendí y me hice unas trenzas, resignada a ir a la escuela con mi desafortunada apariencia.

Lo único que podía hacer, mientras caminaba hacia un nuevo día de trabajo, fue lamentarme de que la segunda peor cosa que le puede pasar a uno como profesor, que vive en un mundo lleno de magia y dragones, era estar a cargo de un grupo de adolescentes estúpidos.




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