“…Debido a la codicia sin fin y al orgullo malsano que tanto caracterizaban a los líderes más poderosos de los tres continentes, durante esa época, se comenzó una guerra sin precedentes que afectó a todas las razas de Lerum.
Los dragones, aprovechando el caos que trajo aquella desafortunada guerra, decidieron emigrar a Rubbersil, una de las cordilleras más peligrosas continente Nubis que es conocida por sus alturas imposibles y vientos implacables.
Nuestros antepasados decidieron crear en sus terrenos hostiles, un asentamiento completamente inaccesible para cualquier extranjero, gracia a que nuestro nuevo hogar, se erigió en un gran espacio plegado biosostenible que posee una poderosa barrera, la cual nos impide de ser detectado incluso por los de rango soberano de cualquier subclase.
Esta barrera se mantiene gracias al poder mágico emitido por los cuerpos de todos los residentes de Luxedum, apoyados con cristales mágicos.
Ahora bien: ¿Cuáles fueron las principales razones por la que los dragones tuvieron que aislarse? ¿Cómo nuestros antepasados lograron crear un hechizo tan poderoso que confunde hasta los soberanos más versados? Esas son preguntas que ustedes deberán responder para la próxima clase.”
Dada la lista de tareas para avanzar en el tema, di por terminada mi cátedra para la última clase prevista de la jornada escolar, lo que provocó obviamente un susurro de quejas de parte de mis estudiantes por la entrega de una tarea, no deseada, a última hora.
Yo, en cambio, esperé pacientemente a que terminaran sus lamentos que, por lo general, solo duraban unos pocos segundos, para realizar las dos preguntas más famosas que caracterizan a todo profesor respetable: “¿Entendieron el tema? ¿Alguna duda?”. Esperaba, por supuesto, la típica respuesta de mis alumnos: un “siiii” y un “no tenemos” poco entusiasta, para así dar por terminada la lección y que pudieran irse finalmente a casa.
Sin embargo, me sorprendió bastante cuando Brenna alzo la mano y afirmó tener algunas dudas, las cuales, deseaba que yo respondieran.
No me malentiendan: no era inusual que uno de mis estudiantes expresara sus inquietudes sobre un determinado tema, pero sí lo era que lo hicieran en la última hora de clases. Ellos, al igual que todos los demás alumnos de mi mundo anterior, parecían tener un acuerdo tácito para no retrasar la hora de salida escolar con preguntas que podían resolverse perfectamente en la siguiente lección.
Además, ella no era de las que se interesaba mucho en la historia, así que era algo muy inusual ver semejante iniciativa. Aun así, no deje que mis sentimientos de sorpresa se mostraran en mi cara y le indique con tranquilidad que podía expresar sus dudas, mientras le lanzaba una mirada de advertencia a algunos de sus compañeros que tenían expresiones muy amenazantes por su interrupción y retraso.
Ellos saben perfectamente que no permito el bullying en mi presencia y el último chico que se atrevió a desafiar esa regla aún tiene pigmentada su piel de color rosa brillante.
—Profesora, ¿no es un poco peligroso que nuestra raza se recluya de esta manera y no envíen exploradores cada cierto tiempo para conocer la situación del mundo fuera de la barrera?
Su pregunta me hizo alzar una ceja, la mayoría de los dragones de Luxedum tienen muy poco interés en el mundo exterior y una confianza ciega en la barrera, considerándola omnipotente, por lo que tales preguntas son inimaginables.
Por un momento dudé sobre si advertirle del peligro oculto en que vivía nuestra especie. Pero, tras reflexionar sobre si el poder de mi familia sería suficiente para salirme con la mía en este asunto; o si esta vez, sufriría las consecuencias de mis acciones.
Determiné que, por el bien de la paz mental de mi padre, debería limitarme a solo dar algunas indirectas, lo suficiente para sembrar la semilla de la duda en sus jóvenes corazones, con la esperanza de que algún día floreciera y provocara algún cambio en nuestra pasividad.
—Brenna, si has prestado atención a mis clases de historia, te habrás dado cuenta de que las especies que terminan confiando en poderes exteriores para protegerse en vez de sus propias fuerzas, siempre terminan mal ¿o me equivoco? —declaré firmemente, provocando entre mis estudiantes, un susurro de inquietud. En cambio, Brenna solo frunció el ceño y me preguntó—. Y ¿por qué los ancianos no hacen nada?
—Bueno la razón no puedo decírtela todavía, querida, o si no me encerrarían en una celda de detención por unos días; por insultar a una figura de autoridad. Incluso con mi estatus no podría protegerme de semejante crimen —bromeé con ella, evitando responder su pregunta.
Y, con esa afirmación, puse fin a mi clase de historia. Dejando a muchos de mis estudiantes mucho que reflexionar y a una Brenna insatisfecha por mi falta de respuesta.