¿Aún era demasiado tarde para cambiar de carrera?
Esta era una de las preguntas más frecuentes que me hacía cada vez que pasaba por alguna injusticia en mi vida pasada.
Cada vez que ocurría, una parte de mí siempre se preguntaba si valía la pena hacer tantos sacrificios por una profesión tan ingrata.
Pero, cada vez que dudaba de mi elección de trabajo, siempre lo superaba gracias al amor que sentía por la mayoría de mis estudiantes y la consciencia de mi situación económica.
Era por ese amor y precariedad monetaria que podía soportar todas las injusticias que venían con mi profesión, al punto de que, en esta nueva y privilegiada vida, la retomé con la expectativa de buscar la felicidad que sentía en el pasado al hacer mi trabajo.
De esta forma, mi estado mental podría estabilizarse y afianzar mi sentido de pertenencia y deber con este extraño mundo.
Eso sí, esos sentimientos no eran lo suficientemente fuertes como para convertir mi trabajo en el centro de mi existencia. Aún valoraba mi tiempo libre y me negaba a trabajar horas extras sin paga con la pobre excusa de sacrificarse por el bien mayor.
Sin embargo, ahora ya no estaba segura de mis decisiones. Ser profesora en un mundo de fantasía me había traído retos que jamás habría imaginado, al punto de hacerme considerar muy seriamente la renuncia y aceptar la oferta de mi padre de seguir con la tradición familiar y retomar la subclase que abandoné.
Ahora bien, te preguntarás qué podía haber ocurrir como para que, después de varios años en ejercicio de mi carrera, sin mayores contratiempos, llegara a plantearme con seriedad la decisión de dejarlo todo y huir de esta profesión.
Bueno todo comenzó con esa maldita clase de vuelo que nunca debería haber aceptado sustituir. La clase había comenzado de manera normal, seguí las instrucciones del plan de clase dejadas por el profesor Amlug y les expliqué las reglas del primer ejercicio que haríamos, el cual, consistía en esconderse de la búsqueda de un intruso.
Al principio todos se quejaron sobre la utilidad de realizar tal ejercicio, pues consideraban que era un movimiento estúpido enfrentar en inferioridad numérica a un dragón, incluso con nuestras desventajas innatas.
Además de que dentro de la barrera no habría magos extranjeros de los que huir y estos no podían volar hasta que alcanzaran el rango soberano, lo que lo hacía más inútil.
Por lo general, siempre les explicaba a mis estudiantes pacientemente mis razones y la importancia de un tema, pero en ese momento estaba demasiado nerviosa como para hacerlo, de modo que solo les recordé lo impredecible que era la vida y que si no hacían los ejercicios indicados, tendrían una nota reprobatoria.
Ante mi advertencia, los estudiantes se volvieron más obedientes y sin demora, se dispersaron para esconderse, mientras que yo me quedaba con el estudiante elegidos para el papel de “mago extranjero”, con el fin de darles un tiempo para esconderse y de paso darle algunas instrucciones adicionales al buscador.
Todo fue muy bien al comienzo, los chicos comenzaron divertirse con las tácticas aéreas; sus actuaciones iban desde las mediocres, pasando por las realmente buenas, capaces de ganarse mi admiración secreta, hasta las que resultaban graciosamente malas.
Estas últimas fueron muy útiles para ayudarme a calmar mi nerviosismo y concentrarme más en mi papel como vigilante y guía.
Sin embargo, a medida que avanzaba el ejercicio, comencé a notar un patrón muy preocupante: no había encontrado a ninguno de los chicos que me habían jugado una mala pasada con el fuego fatuo loco.
Un hecho inquietante que encendió al instante todas mis alarmas afiladas después de años de tratar con adolescentes inquietos.
Sin pensarlo dos veces, lancé la poción de grado magíster de nivel alto llamada Liraën, con el fin de localizar a uno de ellos, pero a pesar de que esta tenía un rango de búsqueda de 40 kilómetros y podía pasar por alto las runas de ocultación y hechizos antirrastreo por debajo de ese nivel, no podía encontrar a mi objetivo.
Estaba en grandes problemas y ellos estaban en uno más grande. Porque utilicé algunas pociones más para localizar a los otros y ninguno de ellos fueron detectados.
Esos chicos habían logrado lo que consideraba imposible para sus habilidades actuales; de algún modo, habían burlado los efectos de mi poción vinculante y ahora estaban volando libres y sin supervisión en un bosque fronterizo con artefactos potencialmente mortales.
Solo de imaginar la clase de problemas que provocarían ya era suficiente para estresarme al punto de sentir que me salían algunas canas de golpe.
Una completa pesadilla para mi hermoso pelo negro.