—¿Alguno de ustedes saben a dónde se fueron? —pregunté a los estudiantes reunidos en el claro, con un tono de voz que denotaba tranquilidad, la cual, no sentía realmente.
Un silencio incómodo se extendió entre ellos, y supe que tendría que cambiar de estrategia, si quería sacar alguna verdad de sus bocas.
Lo sabía desde el momento en que noté sus ausencias, por eso había suspendido la actividad y los había reunido todos aquí, ya que intuía que lograr que hablaran iba a ser muy difícil.
Conociéndolos, era imposible que realizaran tal hazaña, no sin antes haberlo presumido con algunos de sus compañeros. Sin embargo, el hecho de que no me había llegado algún rumor sobre sus planes a través de mis más leales espías significaba que esta vez fueron más inteligentes: eligieron con cuidado a sus confidentes y seleccionaron solo a aquellos cuyos labios eran los más difíciles de hacer hablar, incluso bajo amenazas.
Debido a estas características, era fácil adivinar quiénes podrían tener información privilegiada sobre las acciones de Nuros y sus tres amigos.
No obstante, también sabía que no abrirían la boca aunque los amenazara con castigos severos, suspensiones o con teñirles la piel de colores arcoíris. Tampoco podía presionarlos con la clásica amenaza de “llamar al director”, un recurso que, para mi desgracia, tenía menos poder de persuasión que mi presencia.
Pues mis estudiantes sabían perfectamente que si me extralimitaban con los castigos, mientras no cruzara cierta línea, podría salirme con la mía debido al poder de mi familia, pero el director no contaba con ese “privilegio”.
Conscientes de mi singular situación, por lo general, la mayoría de mis estudiantes no se atrevían a perder el tiempo en mi clase, ni mucho menos a realizar bromas de mal gusto.
Solo unos cuantos, que confiaban en la protección de la sociedad draconiana hacia sus jóvenes, se atrevían a jugarme una mala pasada, solo porque me consideraban un desafío interesante, pero, por lo general, como eran niños, siempre había sido indulgente con ellos.
Sin embargo, con estos chicos, no tendré piedad alguna en las medidas disciplinarias que pensaba imponerles una vez que cayeran en mis manos. Sobre todo, cuando sospechaba que toda esta situación era a propósito.
Sus acciones tenían como objetivo vengarse de mí por haberlos castigado y puesto bajo la supervisión del vigilante con ligeras tendencias a disfrutar del sufrimiento de los estudiantes.
La clase de vuelo había sido la oportunidad perfecta para ejecutar su broma.
Por lo tanto, si quería quitarle la sonrisa de sus labios y frustrar su infantil venganza, el único camino era romper el silencio de sus cómplices en el menor tiempo posible.
Y para que estos puedan confesar, tendría que aplicar algunas medidas extremas.
—Bueno… —suspiré, conteniendo mi impaciencia —. Al parecer, no me dejan otra alternativa, si van a continuar con ese silencio. Esto no es algo que pueda resolver sola. ¡Mirella, ven aquí!
La niña de ojos color Malva, se sorprendió por mi repentina llamada, ella me miro con temor, pero se acercó obedientemente ante mi orden. Con pasos cuidadosos la niña se paró frente a mí en espera de mi veredicto.
En cambio, en vez de hablar con ella, me limité a sacar de mi pulsera, una placa con patrones complicado que formaban el símbolo de mi familia y se lo entregué a Mirella.
La pobre muchacha al ver que lo que tenía en sus manos era mi placa vital, se estremeció, y su mirada se concentró en mí, mientras veía que su rostro se transformaba en una expresión de ansiedad y confusión.
Por un instante, sentí una ligera punzada de culpa por arrastrarla a este problema, pero la urgencia de la situación no me dejaba otra opción, necesitaba su ayuda para resolver este maldito estancamiento.
Además, mi acción de confiarle algo tan importante y sagrado para la raza dragón estaba surtiendo el efecto esperado. Mis objetivos, antes tranquilos, ahora se removían inquietos, mostrando en sus rostros algunos signos de ansiedad.
Decidí fingir que no notaba su malestar y mantuve mi mirada fija en Mirella.
—Toma esta placa —ordené con firmeza—. Ve a la Alta Torre y busca a mi abuelo. Muéstrasela y cuéntale exactamente lo que ocurre aquí. Dile que es imperativo reunir al consejo de ancianos de inmediato, que deben estar alertas ante cualquier emergencia posible. Pues podríamos enfrentarnos a un grupo extremo que no teme en utilizar a niños ingenuos, para cumplir sus macabros planes. Hazle saber que más tarde me reuniré con él. Ahora mi prioridad número uno es llevar al resto de mis estudiantes a un lugar seguro.
Mirella me miró sin decir palabra, pero comenzó a temblar mientras apretaba fuertemente la placa contra su pecho. Pero, en claro contraste con su frágil apariencia, su voz sonó con una determinación y firmeza extraordinarias:
—No se preocupe, señorita Vritragon. Me encargaré de que su mensaje sea entregado con éxito, aunque tenga que sacrificar mi vida.
No pude evitar hacer una mueca mental por la formalidad con la que se dirigió a mí, su profesora.
La principal razón por la que la había elegido para esta tarea de entre todas las personas presentes, era que, pese a su personalidad tímida, ella era una ferviente seguidora de la corriente tradicionalista que consideraba al poder como el gobernante supremo.