Fue gracias a ese sentimiento de diversión que surgió por lo absurdo de la situación, que pude recomponerme y tomar con calma la última noticia que me entregó mi familia que estaba relacionada con la decisión del consejo para solucionar nuestra situación.
Mientras guardaba la carta en mi espacio plegable y reflexionaba sobre ese gran inconveniente, Nuros ya impaciente por mi prolongado silencio preguntó:
—Profesora ¿Qué dice la carta? ¿Nos dejarán entrar de nuevo? ¿Cuándo nos vamos?
—Mmm… tengo una buena y mala noticia ¿Cuál quieres escuchar primero? —le respondí evadiendo su pregunta, con el fin de hacer tiempo para organizar mis pensamientos y organizar un plan.
—Ehh… La buena profe —se decidió Nuros, después de dudar durante unos segundos ante mi inusual respuesta.
—La buena es que, con la ayuda de mi abuelo, el consejo de ancianos aprobó la decisión de abrir la barrera temporalmente para dejarnos pasar —dije con tranquilidad, sin mostrar ni una pizca de alegría por tan buena noticia.
Nuros al escuchar la noticia, levantaron los puños para celebrar, pero esta un pudo llevarse a cabo porque pareció sospechar algo al darse cuenta de mi estado de ánimo, así que los bajó con lentitud y no tardó en preguntar con cautela:
—Entonces profe ¿Cuáles son las malas noticias?
Al parecer, el chico se había dado cuenta de que esta noticia tenía un inconveniente, solo por la forma en la que redacté mi discurso.
¿Qué podía decir? Después de dos años en ser su maestra, él ya conoció mi estilo de enseñanza a la perfección y podía identificar con una precisión escalofriante, cuando las dulces noticia que traía, estaban escondidas en su interior, un centro muy amargo.
Era una lástima que no utilizara esa perspicacia para el ámbito académico, en cambio se dedicaba a perder el tiempo con sus amigos y realizar bromas de mal gusto.
Era una lástima la verdad perder todo ese talento.
Así que, con una nota de arrepentimiento por todo lo que pudo haber sido y no fue, le respondí:
—La mala es que la barrera no se abrirá hasta dentro de tres años ya que para desactivarla, aunque sea por un momento, sería algo muy complejo y requiere tiempo de preparación, sino queremos poner en peligro la seguridad de todo Luxedum.
Por un momento, lo vi desanimado por mis malas noticias, pero se le pasó rápido y la curiosidad invadió su expresión como una plaga molesta, sin embargo, por una vez fue sensato e hizo una pregunta que tenía mucha relevancia para nuestra situación:
—Profe, con tanto tiempo para esperar, ¿Qué pasa si nos perdemos la hora de apertura y no podemos entrar?, ¿Nos quedamos atrapados afuera para siempre?
—No, Nuros, eso no va a pasar —respondí con seguridad y le expliqué los detalles del plan—. El consejo nos dio un dispositivo que recibe transmisiones débiles que provienen de la barrera. Se activará antes de comenzar la operación y, si no recibe una respuesta de nuestra parte, se abortará la apertura hasta que les llegue una señal nuestra.
—Entonces ¿podemos hablar con nuestras familias con ese dispositivo? —preguntó el chico emocionado.
Al escuchar su pregunta, comprendí el origen de su emoción y por instante sentí un poco de pena por su situación. Aunque esto se me quitó al instante cuando me di cuenta de que estaba en la misma situación que él, gracias a su “bromita” de venganza.
Por lo que no me molesté en endulzarle la verdad y destrocé sus ilusiones sin piedad:
—No, ese artefacto no envía mensajes, solo señales de luz, así que no podemos comunicarnos con nadie dentro de la barrera hasta que esta se abra tres años después.
Mi afirmación lo desinfló de inmediato, quitándole la emoción que tanto hervía en su interior hacía apenas unos segundos, no obstante, no fue el único que se desanimó, yo también me sentí muy triste al saber que no podría hablar con mi familia por tres años.
Si hubiera sabido que esto sucedería, habría aprendido el código Morse en mi vida pasada con el fin de enseñarlo a mi familia actual. De esa forma, podríamos comunicarnos con señales luminosas, lo que habría aliviado la tristeza que sentía.
Era una lástima que lo único que sabía del código morse era decir SOS, lo que sería de poca ayuda para esta situación, sobre todo porque nadie más lo iba a entender.
Pero solo quedaba resignarme y aceptar que la vida daba unas vueltas increíbles.
Porque si alguien, en mi vida pasada, me hubiera dicho que moriría antes de los treinta en un accidente de autobús durante un viaje escolar, para luego renacer como un dragón en un mundo de fantasía y convertirme de nuevo en profesora a pesar de ser miembro de una “familia rica”…
En definitiva me habría reído en su cara, pensando que todo era una broma ridícula. ¿Cómo iba yo a seguir trabajando en un trabajo tan ingrato, teniendo una fortuna a mi disposición? Era algo muy difícil de creer la verdad.
Y si aquella persona hubiera insistido con semejante argumento, le habría recomendado un buen hospital psiquiátrico, mientras buscaba discretamente una forma de sacarme de encima a ese lunático delirante.
Ahora mírame: aquí estaba, convertida en una dragona con mucho dinero, la cual seguía trabajando como profesora, a la que le fue asignada varios grupos de adolescentes insensatos que no tenían problemas en utilizar la magia para sus travesuras.