Cuando era niña, mi abuelo me contaba una historia corta donde un hombre, arriba de un árbol, escuchaba a dos leones revelar secretos que, más tarde, lo convirtieron en un hombre rico.
Por mucho tiempo busqué la historia en Internet sin tener éxito así que asumí que mi abuelo la había inventado. Un día decidí darle forma, rellenar los vacíos y agregarle de mi imaginación para contarla a mis hijos. Este es el resultado.
LOS LEONES Y EL CAMPESINO
Había una vez, en un pueblo remoto, un hombre llamado Anuar que se ganaba el sustento cultivando y vendiendo maíz; trabajaba de sol a sol y llevaba a la mesa de su casa lo poco que podía. Su esposa e hijos, a pesar de la pobreza, habían sido bendecidos con salud, amor y armonía.
Anuar tenía un compadre, Badel, quien había heredado grandes extensiones de tierra en la que decenas de hombres trabajaban. Su casa era la mejor del pueblo, sus hijos comían y vestían como reyes; su esposa caminaba airosa luciendo las prendas que le traía de lugares remotos. El costo de uno de sus vestidos alcanzaría para alimentar a una familia completa por dos meses.
La esposa de Badel era Lu. Etel, la esposa de Anuar, era su mejor amiga desde la infancia, cuando jugaban por horas en las polvorientas calles.
Cierto día, Anuar estaba en el campo y se sentó a descansar sobre la refrescante sombra de un Ficus, feliz ante la grandeza del cielo. A lo lejos vio venir a dos leones en dirección a él y de inmediato se subió al árbol.
La leona y el león se echaron bajo él.
-En el pueblo de Aifinglu –dijo el león con voz nostálgica -. La hija del rey, la princesa Emi, está próxima a morir. Los mejores médicos y curanderos han intentado sanarla sin éxito. El rey ofrece 3 bolsas de oro para quien la salve. A los que fracasan les manda cortar la cabeza.
-¿Sobrevivirá? –preguntó la leona.
El león movió la cabeza negativamente
-Solo yo conozco el secreto de la enfermedad de la princesa. Debajo de su cama, está enterrado un enorme sapo que consume su vida poco a poco. Hay que cambiarla de habitación, sacar al malvado anfibio y matarlo. De esa manera ella recuperará la salud.
Los dos leones se marcharon hasta perderse de la vista de Anuar.
El hombre llegó a su casa y, sin dar explicaciones a Etel, partió llevando consigo solo agua y pan.
Después de caminar dos días, llegó al pueblo de Aifinglu y se presentó ante el rey.
-Yo puedo curar a la princesa –afirmó.
-Tienes una oportunidad, si eres un charlatán como los otros, mandaré que te corten la cabeza. Si la sanas duplicaré la cantidad de oro.
Anuar pidió que movieran de habitación a la princesa. Hizo a un lado la cama y cavó con un pico. Luego de un rato, apareció un enorme sapo. Lucía saludable y los veía con ojos burlones y desvergonzados. El hombre lo mató de un golpe y pidió que lo quemaran hasta que no quedara rastro de él.
En la otra habitación, la princesa despertó de un largo sueño, sus mejillas estaban sonrosadas y sus ojos brillantes
Anuar partió con la recompensa que el rey le había otorgado. Su familia dejó de padecer hambre y vistió mejor, además les construyó una casa al lado de su humilde jacal.
-¿Cómo hiciste para obtener esa fortuna? –peguntaba Badel intrigado.
Anuar callaba.
Badel se quebraba la cabeza pensando en cómo obtener dinero fácil como Anuar. No estaba dispuesto a que lo superara.
Tiempo después, bajo el mismo árbol, Anuar vio acercarse a los leones.
-Alguien salvó a la princesa -dijo el león-. No entiendo cómo encontró la solución. En fin.
En un pueblo llamado Dubu, hay un grave problema. El río se secó y el más cercano se encuentra a 4 días de camino. La gente, las plantas y los animales empiezan a morir. El rey ofrece un cofre de oro al que devuelva el agua a la comunidad; todos los que lo intentaron fallaron y les cortó la cabeza.
-¿Cómo podría solucionarse, si es bien sabido que ahí casi no llueve? -preguntó la leona.
-Hay una gran roca a la salida del pueblo, al hacerle una grieta, el agua manaría e iría directamente al río y a los pozos.
Anuar viajó y se presentó ante el rey de Dubu ofreciendo la solución al grave problema. De nuevo fue advertido que perdería la cabeza de no lograrlo y sería recompensado con un cofre de oro si tenía éxito.
La gente del pueblo, arrastrando los pies y con semblante débil, lo acompañó hasta la gigante roca. Después de varios golpes con su pico, logró abrir una grieta de la cual salieron borbotones de agua que llenaron el río y los pozos.
Anuar regresó a su casa acompañado de dos caballos que cargaban el oro obtenido.
Etel lo descubrió en medio de la noche enterrando el tesoro en el patio trasero.
El hombre confesó a su esposa la manera en que lo había ganado y la hizo prometer que guardaría el secreto.
Pronto Anuar terminó de construir la mejor vivienda que muchos ojos no habían visto ni en sueños; compró tierras y animales; dio trabajo a muchas personas y repartió comida entre los necesitados.