Los magos de la mafia

Capitulo uno: Marisol.

Un fuerte estruendo seguido de un bulto negro que atravesaba el desgastado techo de lámina alarmó a Rocío;

– ¡Marisol ven pronto!– gritó espantada la pequeña niña de cabellos rizados y mejillas chapeadas. –¡Creo que se nos ha metido una bruja!–.

 

Marisol se aproximó corriendo a la vieja cocina, en el suelo, sobre una mancha de sangre que casi tomaba un color amarillento y que parecía tener una coagulación prematura, se encontraba un pájaro negro con el cuello echo pedazos.

– Debió romperselo con la caída o con un trozo de lámina, que mala pata, casi es tiempo de lluvias–. Pensó Marisol, lo levanto con cuidado y mientras lo ponía en una canasta, dijo a su hermana Rocío; –¡Ya te dije que en esta casa no se habla de brujas chamaca! Mejor ve poniendo la mesa mientras regreso, creo que ya deberíamos cenar. No tardó –. 

Las dos hermanas eran muy unidas, tenían más de cinco años viviendo solas. María su madre había muerto por una bala perdida durante un enfrentamiento entre carteles cuando la mayor tenía apenas trece años y la pequeña  dos. Desde entonces Marisol se había hecho cargo de Rocío a pesar de las circunstancias.

Vivian en una casita ubicada en un  pueblo ubicado en la sierra de Michoacán, muy cerca de la meseta purépecha. Su casa contaba con un cuarto, cocina, sala y comedor, un pequeño almacén además de un medio baño, que contaba con agua gracias a la generosidad del jefe de plaza que como compensación por la muerte de la madre de Marisol, había ordenado a sus hombres instalar un tinaco en la casa, cómo si quisiera lavar con el agua la sangre derramada.

– ¿Ya están calientes las tortillas niña?–. Dijo Marisol alborotando el cabello de su hermana por la espalda.

– ¡Tonta me has sacado un susto! Vas a provocar que me den callos fríos –. Respondió la pequeña mientras trataba de acomodar sus chinos. – Si, ya están listas–.

– ¿Callos fríos?¿Acaso se te van a congelar tus patas apestosas, o qué? ¡Habrás querido decir escalofríos!–. Contesto Marisol conteniendo una carcajada.– Mejor vamos a cenar señorita porqué ya es hora de que te vayas dormir, mañana hay escuela–.

– Estoy harta de ir a esa narco escuela–. La niña tomo una tortilla, la lleno de sal y dió una cucharada a sus frijoles – Las maestras siempre están asustadas, la otra vez las escuche decir que temen por el día en que los del cartel de Irilio Zambrano ataque a los ratones–.

– Ya te dije que no debes andar escuchando conversaciones ajenas chamaca, además debes estar tranquila, Don Irilio sabe que es dueño de toda esta zona y dudo mucho que quiera arriesgar la paz que ha prevalecido años por unos cuantos kilómetros de terreno–.

– ¡A la mierda la paz!–. Dijo la niña mientras recogía su plato y lo llevaba al lavadero. – Los Zambos deberían cortarle la cabeza a todos estos ratones por haber matado a mi madre–.

 

–¡Rocío!–. Grito Marisol claramente molesta – Sabes que tienes estrictamente prohibido hablar de esa manera, te metes inmediatamente al cuarto ¡A dormir!–. 

La pequeña entro en la habitación azotando la puerta y la joven se quedó sentada en la silla del comedor pensando que había hecho mal.

Marisol se estremeció en un profundo suspiro y acto seguido se levantó para recoger la mesa y realizar algunos pendientes que quedaron durante el día. Cuando terminó se dirigió al cuarto, abrió con cuidado mientras decía:

–¿Sigues despierta Rocío?–.

Pero no obtuvo respuesta, en la cama envuelta entre cobijas se encontraba su pequeña hermana, aunque sus alborotados chinos cubrían su rostro, era evidente que estaba dormida. Marisol camino hacía la parte de atrás de la casa, llegó al almacén, reviso que nadie la observara y entro cerrando la puerta tras de ella con un gran candado.

Dentro del almacén, apenas iluminado por la luz de un foco viejo, lleno de telarañas y apunto de fundirse se encontraban varios aparadores. En ellos la joven guardaba lo que ella misma llamaba " Sus recuerditos". No eran más que un montón de cachivaches viejos que había encontrado en una caja y que estaba casi segura que pertenecían a su madre. Entre los artilugios figuraban algunos mazos de cartas, un juego de runas, varias velas de diferentes colores y su posesión más preciada; un gran libro de pasta negra y gruesa que contaba sus hojas en más de mil, rezaba sobre su lomo en letras doradas el título: "Amor, magia y muerte". Este libro era un grimorio de hechizos que basaba su magia en el poder universal del amor. Marisol tenía algunos meses estudiandolo y se había dado cuenta que a pesar de ser el amor la fuente de poder de esta magia, sus efectos no eran para nada sutiles y si se trataba de defenderse, el amor no tenía nada de inofensivo contra cualquier otra magia.

Sobre una mesa al frente, se encontraba la canasta en la que la joven había guardado al pájaro negro. A ella no le parecía muy extraño que un ave de tal tamaño se haya estrellado contra su casa, tal vez su pequeña hermana tenía razón y esto si era por lo menos el enviado de una bruja que cayó por las protecciones que Marisol había dejado sobre el techo. Fuera lo que fuera, no quería que Rocío creyera en brujas, por diversos rumores del pueblo ese no era un tema que fuera bueno mencionar en voz alta en esa familia. Pero la joven tenía que saber lo que pasaba y salir al astral tal vez tendría la respuesta.

Marisol prendió un par de velas, se colgó un par de amuletos que tomo de uno de los aparadores, dibujo en el piso un símbolo runico para protección y se sentó sobre el en posición de flor de loto mientras decía;

–En nombre de la poderosa presencia Yo soy, activo mi poder para usar la magia de la fuente universal de amor, por mi bien y el de todo ser consiente, ¡así sea!–. Y cerro sus ojos.

 

 



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En el texto hay: amor magia mafia y muerte

Editado: 19.05.2022

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