Los Malcriados

Capítulo 02: La decisión de un buen padre

A sabiendas que se dirigían a una derrota segura, los trillizos entraron en silencio al despacho de su padre. Como el director de una empresa que está a punto de reprender a unos empleados, Nicolás les indicó con la mano que se sentaran en las sillas frente a él.

Rápidamente, Julius y Pierre ocuparon los asientos, dejando a su hermano de pie. Al mismo tiempo y con una sonrisa de satisfacción, Minerva cerró la puerta tras de sí, manteniéndose al margen, pero muy concentrada de lo que se diría.

—Hace tres años —comenzó Nicolás—, me pidieron estudiar en escuelas diferentes, bajo el pretexto de que querían dejar de ser confundidos entre ustedes, y con la promesa de un buen comportamiento y excelentes calificaciones. Bien, eso no sucedió.

—Si me permites...

—¡No!, ¡no te permito Pierre! Hace un momento tuvieron su oportunidad para decir lo que pudieran en su defensa, y en su lugar, solo se insultaron entre ustedes y nos faltaron el respeto a su madre y a mí.

—Pero…

—¡Ahora es su turno de callar y escuchar! —Pierre rodó los ojos y comenzó a juguetear con su anillo, indicando lo poco que le importaba esa conversación—. También me dejaron claro que, según ustedes, el apellido Leblanc y el dinero de sus padres son más que suficiente para salir adelante. No tienen una idea de lo triste que me sentí, pero no por mí. ¿Saben porque me sentí así?

Julius y Pierre intercambiaron una mirada de burla, en mutuo acuerdo de no responder, fue Gabriel quien, con los puños tensos y la voz quebrada, preguntó:

—¿Por qué te sentiste triste, papá?

Sus hermanos le dedicaron una mirada furiosa al chico.

—Por descubrir lo inútiles e inservibles que son mis hijos. Tienen quince años y ya están seguros de que pueden comerse al mundo ostentando un apellido, y mi deber como padre es demostrarles que no es así. Y júrenlo que lo voy a hacer.

—Ajá. ¿Y cómo pretendes hacer eso? —preguntó burlón, Julius.

—Me alegra que preguntes. Antes de esa estúpida idea de dejarlos estudiar por separado, su madre y yo habíamos pensado internarlos en un colegio privado y de renombre, con excelentes maestros y con grandes instalaciones: “Nuestra Señora de las Tierras” —dijo el hombre con orgullo.

—No lo compro —soltó Pierre, resuelto.

—No es una opción. Nuestra Señora de las Tierras es un colegio que alberga niños desde los doce años hasta los diecinueve, con un excelente sistema para enseñarles algo más que estudios: valores, moral, disciplina...

—Parece que te aprendiste el folleto de memoria—se burló Julius.

—¡Ya basta de tanta insolencia! ¡Ustedes estudiarán la preparatoria en Nuestra Señora de las Tierras y es una decisión no cuestionable!

Pierre se puso de pie con una burlona sonrisa de lado.

—¿Y si me negara?

—Me alegra que preguntes eso —sonrió su padre—. Estoy dispuesto a hacer de mis hijos hombres de bien, aunque ellos me odien en el proceso. —La sonrisa de Pierre se borró al instante y Gabriel contuvo la respiración, ansioso—. Si ustedes se negaran, juro por el inmenso amor que les tengo, que los desconoceré en mi testamento.

Julius soltó una sonora carcajada, mientras golpeaba su muslo con la palma de la mano.

—¿Esa es tu mejor amenaza? No cuentes conmigo viejo.

—Hablo muy enserio, Julius; no te dejaré ni una marga partida por la mitad.

—No te atreverías.

En ese momento, tocaron a la puerta del despacho; con una enorme sonrisa, Minerva abrió y sin siquiera voltear a ver a la muchacha de servicio, preguntó:

—¿Si?

—El licenciado Lepage está aquí.

Los trillizos intercambiaron una mirada horrorizada, al reconocer el nombre del amigo de su padre, quien también era el abogado que llevaba los casos de la familia, en los que se incluía el testamento de Nicolás.

Gabriel comenzó a tallar sus ojos, intentando que el llanto no cediera; Pierre jugaba su anillo tan rápido que era evidente su nerviosismo, y Julius apretaba los puños tan fuerte que sus uñas se enterraron en sus palmas.

—Niños, por favor salgan. Debo hablar unos minutos con Ferman, pero no se alejen mucho, después hablaré con ustedes para conocer su decisión.

Sin decir palabra alguna, los trillizos salieron del despacho de su padre y se instalaron en la sala.

—Lo va a hacer —musitó Gabriel, con la voz entrecortada, mientras su cabello cubría sus ojos.

—No se va a atrever, solo nos está probando. —Pero ni Pierre creyó en sus propias palabras.

Tras unos segundos incómodos, Pierre, quien estaba sentado junto a Julius le dijo a su hermano:

—Apestas, ¿cuándo fue la última vez que te bañaste?

—¡Y con un demonio! ¡Qué te valga verga! —contestó el chico agresivo, subiendo una vez más su tenis a la mesa de vidrio.

—Si te sientas a mi lado, no me puede valer. ¡Hueles a chiquero!




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