Minerva había salido del despacho justo a tiempo, para ver a Julius golpear a Pierre en la boca.
—¿Qué demonios les pasa? ¿Acaso son animales? —gritó histérica, la madre de los trillizos—. ¡Son hermanos, por Dios! ¿Cuándo van a aprender a comportarse como tal?
—¡Yo no soy hermano de este imbécil! —gritó Julius, soltando a su hermano.
—Claro, tarado. Como no te caigo bien, tu ADN cambia, pendejo —se quejó Pierre, escupiendo un poco de sangre al hablar.
—¡Entren al despacho de su padre, ya mismo!
En fila india, los tres se dirigieron a donde el dedo de su madre apuntaba.
—¡¿Y qué demonios le hicieron a mi mesita de cristal?! —Pero en la sala no quedaba nadie que le contestara.
Ya dentro del despacho, Julius se adelantó a ganar la silla desocupada, quedando junto al abogado Lepage y dejando de pie a sus hermanos.
—¿Y bien? —preguntó Julius con la insolencia reflejada en la media sonrisa. Por toda contestación, Nicolás le extendió una hoja de papel—. ¿Qué es esto?
—Un borrador de mi nuevo testamento.
Julius comenzó una rápida leída en voz alta:
— “Yo... Nicolás Leblanc en pleno uso de mis facultades... bla, bla... mis propiedades... bla... Señora de las Tierras...” ¿Qué es esto, Nicolás? —preguntó molesto, arrojando la hoja al escritorio. Los dedos largos y ágiles de Pierre alcanzaron el papel, pues también quería darle una hojeada.
—Ferman, ¿me haces el favor?
—Con gusto —contestó el hombre de edad avanzada, girando su silla y quedando frente a los trillizos—. Su padre ha cambiado su testamento, nombrando a los tres herederos totales de su dinero y de sus propiedades, siempre y cuando puedan cumplir con dos condiciones.
—¿Qué condiciones? —preguntó lentamente, Gabriel.
Fue Pierre el que contestó, con un creciente tono de indignación mientras leía el borrador.
—“Hacerse cargo de su madre Minerva Dufort de Leblanc, económica y moralmente hablando y concluir sus estudios de preparatoria en el colegio Nuestra Señora de las Tierras antes de cumplir su mayoría de edad”.
Con total indignación, Pierre arrojó la hoja sobre el escritorio.
—¡No lo compro! —le gritó a su padre—. Es una broma de muy mal gusto.
—No lo es y no les estoy pidiendo su opinión.
—¡Debes estar jugando! —le gritó Julius amenazante y poniéndose de pie; pero su figura no era nada comparada con la de su padre, quien también se puso de pie, sacándole por lo menos una cabeza.
—Ni es una broma, ni un juego, ni mucho menos una amenaza, es un último intento de convertirlos en hombres de bien.
—Son nuestros estudios, papá —se quejó Gabriel—. Deberíamos poder escoger.
—Y pueden hacerlo, pero también están hablando de mi dinero; y yo también escogeré que hacer con él. No voy a dejarle mi legado a tres pusilánimes sin sentido de la moral o la responsabilidad. Mi decisión está tomada. Ahora vayan a sus habitaciones, y tomen la suya.
Uno a uno y con la actitud más altanera de la que eran capaces de demostrar, los trillizos salieron del despacho, siendo Julius el último, quien gritó un sonoro “mierda” y azotó la puerta.
…
Días después, Minerva se encontraba en la elegante oficina del director del colegio.
—Debo admitir, señora Leblanc, que Nuestra Señora de las Tierras se enorgullece de contar con un alumnado ecléctico y variado, y la adquisición de trillizos es más que tentadora. Dice que son idénticos, ¿verdad?
—Completamente. Si no fuera por sus peinados, ni yo los reconocería —contestó la mujer con notorio nerviosismo.
—Aunque, debo decirle, señora mía, que en este colegio los profesores no tienen tolerancia con el mal comportamiento, y aunque al inicio pareciera que su disciplina no es la gran cosa, los alumnos traviesos pronto descubren que hay formas más didácticas de imponer un buen comportamiento, claro, sin atentar contra la integridad física de nuestros chicos.
—Oh señor director, me sentiría más tranquila si me asegurara que los va a golpear.
—¿Disculpe?
—¡Broma!, ¡es sólo una broma!
—Ya veo. También le informo que somos un colegio muy exclusivo y aunque se trate de los hijos del presidente de Celes, esta clausula no se pasara por alto: solo aceptamos lo mejor de lo mejor de Namelí, pero con estas calificaciones sus hijos tienen la entrada segura.
—Y no se imagina lo sencillo que fue para mí... Para ellos el conseguir esas calificaciones —corrigió la mujer, pensando en el dineral que tuvo que desembolsar para obtener esas boletas de dieces y nueves.
—Pues no se hable más. En marzo comienzan las clases, será un honor contar con sus hijos —concluyó el hombre, poniéndose de pie y extendiendo su diestra a la mujer.
Minerva no pudo evitar sentirse una estafadora al estrechar aquella mano.
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Editado: 09.01.2021