Los Malcriados

Capítulo 06: La magia de Pierre

La chica quedó sorprendía al ver a los tres hermanos juntos.

—¿Son trillizos?

—¿Quienes?, ¿nosotros? —preguntó Julius, en tono bastante burlón—. ¡No! De hecho, nos encontramos aquí en la entrada, fue sumamente raro.

—Ignora a Julius —pidió Pierre a la chica—, es el chistoso del equipo.

—Lo noté, aunque debe afinar su humor, es muy ácido para mí gusto. Y tú te llamas…

—Pierre, Pierre Leblanc y ellos son mis hermanos Gabriel y Julius. —Este último rodó los ojos con molestia, odiaba estar en presencia de Pierre cuando se ponía a conquistar chicas, era demasiado cortes y educado, además de que adoptaba una voz más lenta y falsamente grave, como si arrastrara las palabras—. Como te decía…

—Vera —completó la chica, acomodando un mechón negro detrás de la oreja.

—Vera, bello nombre, por cierto. Como te decía, estamos un poco confundidos con lo que debemos hacer ya que la profesora que nos guió fue un poco...

—¿Dura? ¿Creativa? ¿Cruel? ¿Casi maligna?

—Sí, de hecho así fue —interrumpió Gabriel, sorprendido.

Pierre se giró hacia su hermano, con una agresiva mirada, advirtiéndole que se callara, era él que hablaba con la muchacha.

—Todos los profesores son así. En este colegio, el personal docente tiene la firme creencia de que se debe inculcar algo más que conocimiento: astucia, moral y sentido común. Así que todos les tenderán ese tipo de trampas. Por cierto, ¿quien fue su guía?

Pierre escupió con desprecio el nombre de la profesora.

—Cecil.

—¿Cecil Cerretti? ¡Ella es la peor de todos! Ya tendrán tiempo de conocerla.

—La conocí bastante bien, me descontó trescientos créditos de los otorgados para uniformes.

—No debió hacerlo, esos primeros créditos son intocables.

—¿Crees que debería decirle al director?

—No, solo la reprendería un poco, pero te harías de una fuerte enemiga.

Mientras hablaban, Vera echó a caminar, por lo que los hermanos la seguían de cerca, tras cruzar una puerta donde se rezaba “Solo personal autorizado”, llegaron a un almacén.

—Los uniformes de enfrente ya se acabaron, pero como favor especial, les daré de los uniformes que se expondrán hasta mañana. ¿Los tres utilizan la misma talla?

—Si —sonrió Pierre.

—Gabriel una más chica —se burlo Julius—. Es que no tiene pene, así que el pant...

—¡No es cierto! —gritó el aludido, sonrojado. A lo que Pierre los reprendió con la mirada.

—Supongo que es talla chica, están muy flacos —dijo la chica, ignorando el chiste de Julius, a lo que este se sintió ofendido.

—Sí, gracias. —Pierre mantuvo la sonrisa hasta que Vera desapareció para buscar los uniformes.

—¡Con una mierda! ¿¡Quieren mantener la puta boca cerrada!?

—¿Qué? ¿Te arruinamos la conquista con la empleadita?

—Sí; además de que me avergüenzan, tú estás muy pendejo y tú das pena —les dijo a cada uno de sus hermanos. Julius iba a contestar, pero antes de lograrlo, llegó Vera con los uniformes y un datáfono.

—Permítame sus tarjetas de crédito.

Gabriel extendió el uniforme, anonadado por su elegancia.

—¡Son muy bonitos! —Eran de color negro, con corbata y bies marrón por toda la orilla de la solapa y los puños del saco.

—¡Qué horrible combinación! —se quejó Pierre—. ¡Esa corbata me dará un tono verdoso a la piel! ¡Y ni hablar de esa línea café!

—Pues es la correspondiente para la casa Omega, si quieren una más bonita deberán echarle ganas y…

—No estamos en la casa Omega —rio Pierre con suficiencia—. Estamos en el palacio Alfa.

—Lo siento... Es que lo normal…

—Querida, míranos, no somos comunes, somos Leblanc.

Aunque Vera reconoció el imponente apellido del presidente municipal de Dildria, no pudo evitar sentirse bastante desilusionada de la actitud fantoche que estaba tomando el chico.

—Pues los cambiaré —dijo fríamente, retirándose.

—Creo que tu magia se está acabando —se mofó Julius en tono burlón.

—Debe ser una resentida social que desprecia a la gente con dinero —aseguró Pierre.

—Pues es linda —agregó Gabriel.

—Pero si tú eres joto —dijo Julius, en un falso tono ofendido.

—¡Que no lo soy!

—Aquí están sus uniformes —anunció Vera, dándoles unos exactamente iguales a los anteriores, pero el bies de estos era de un amarillo dorado, bastante atractivo, y la corbata era verde, al igual que el pantalón.

Con acostumbrada velocidad, la chica descontó los créditos de sus tarjetas y les empacó las prendas.




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