Los Malcriados

Capítulo 11: A Clases

Cuando Julius despertó, el reloj de la pared indicaba que eran las siete y media. Con pereza, se asomó a las otras camas de la habitación. Las tres estaban vacías, y solo la de Gabriel estaba pulcramente tendida.

«Malditos hijos de perra, no me esperaron».

De mala gana sacó el uniforme de la bolsa del Emporio de la moda y lo examinó: pantalón, camisa, saco y corbata. De forma lenta, comenzó a cambiarse, pensando que ya no tendría tiempo para desayunar.

Cuando salió al recibidor del palacio Alfa, sus hermanos, ya uniformados, salían del comedor junto con otros cientos de alumnos.

—Oye, mierda —llamó Julius, halando del saco a Gabriel—, ¿por qué no me despertaron para comer?

—Lo intentamos —lloriqueó el joven—, pero nos dijiste que nos largáramos.

—Muévanse o llegaremos tarde —interrumpió Pierre, pasando por en medio, obligándolos a soltarse—. Ya ocasionamos muchos disturbios aquí. Debemos empezar a comportarnos. Tu oreja se ve horrible, por cierto —dijo hacia Julius.

—¡Que te valga coña! —rezongó el chico, tapándose la amoratada oreja.

Al salir del palacio Alfa, los alumnos se dividían para dirigirse a las zonas de los salones, las cuales eran a los laterales del jardín Esmeralda, y se revolvían con alumnos igualmente uniformados, pero el pantalón y faldas de estos eran azules o marrón, indicando sus fraternidades.

—Nuestra primera clase es de "Lectura: redacción y comprensión", con el profesor Vogel —dijo Gabriel—, su salón era el... —El chico alzó la mirada, haciendo memoria, pero Julius se le adelantó.

—Ala este, segunda planta, salón doscientos tres.

Sus hermanos asintieron sin convicción y se dirigieron hacia allá.

Los edificios denominadas ala este y oeste. Según su ubicación, eran enormes edificios verdes que albergaban treinta salones de clases cada uno. El salón del profesor Vogel era azul opaco por dentro, cortinas azul rey de tela gruesa impidan la entrada de luz natural, por lo que las lámparas blancas de techo siempre estaban encendidas, el aire acondicionado lo mantenían fresco y algunos helechos, que colgaban en sus macetas suspendidas del techo, le daban al lugar un aire de oficina.

Conforme iban entrando, los alumnos sacaban sus tarjetas de crédito, para colocarlas en un tarjetero electrónico que estaba al lado de la puerta, era un enorme bloque de metal con ranuras horizontales, donde embonaba sin dificultad media tarjeta, misma que se quedaba allí el resto de la clase, sin entender muy bien este sistema, los hermanos Leblanc solo atinaron a imitar a sus compañeros.

Después de eso, buscaron asientos lo más separadamente posible. Quedando Gabriel al frente, Julius en una esquina hasta atrás y Pierre en el centro, junto a una hermosa pelirroja de uniforme beta que le saludó con coquetería.

—Buenos días —saludó el maestro, al entrar al aula, un hombre joven con cabello castaño, peinado en punta.

Solo unos cuantos contestaron con pereza.

—Sé que es el primer día y la primera clase, pero intentémoslo de nuevo.

Tras dar un fuerte manotazo a su escritorio que asustó a varios alumnos, el profesor repitió:

—¡Buenos días, chicos!

—Buenos días —respondieron todos de mala gana.

—Mejor. Pero no lo suficiente. ¡Buenos días!

—¡Buenos días! —gritaron los alumnos.

—Me conformaré, por ahora.

El hombre, quien vestía una camisa tipo polo, de manga corta y color crema, con un pantalón guinda, detuvo su andar frente al pizarrón y con un fuerte aplauso comenzó:

—Mi nombre es Vincent Vogel, pueden llamarme como quieran, siempre y cuando no sea con faltas de respeto o palabras altisonantes, soy el asesor de Beta, y me encargaré de las clases de lectura: comprensión y redacción.

"Mientras hagan sus trabajos y se porten bien nos llevaremos bien. De lo contrario, me obligarán a tomar medidas disciplinarias".

Desde los pupitres de atrás, se escuchó un silbido burlesco y largo. Gabriel se encogió en su asiento, adivinado quien había sido.

El profesor suspiró con una sonrisa, mientras empezaba a caminar entre los pupitres de forma calmada y aleatoria, sosteniendo la mirada de varios alumnos.

—Nunca la ponen fácil, ¿verdad? Bien, entonces haremos esto a su estilo. A Nuestra Señora de las Tierras llegan muchos tipos de alumnos, pero predominan tres y son para los que estoy entrenado. Por una parte llegan chicos estudiosos, que entran aquí mediante becas y con muchos bríos por salir adelante, no dan problemas e incluso hay algunos que ayudan solucionarlos. Un claro ejemplo, son los moderadores. —Julius torció los ojos ante el recuerdo de Francis—. El segundo tipo son alumnos desinteresados, que llegan aquí porque tienen dinero y padres ociosos que no se quieren hacer cargo de ellos, pasan sin pena ni gloria. Y por último... —El profesor quedó frente a Julius—, hay alumnos problema: niños de familias pudientes que creen que por haber nacido en cuna noble todos a su alrededor deben aguantar sus malcriadeces y su mala educación.




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