Sin mucha convicción, pero a sabiendas de que no tenían otro remedio, los trillizos se dirigieron al salón de clases de Cecil Cerretti. Durante el trayecto, Gabriel se dio cuenta de que todos los alumnos que los acompañaron en el salón de lectura, también se dirigían al salón de la profesora Cecil.
—Parece que compartiremos compañeros en las clases —musitó, pero ninguno de sus hermanos le contestó.
El Salón de Cecil se encontraba en el tercer piso, y para sorpresa de los chicos, la pared que daba hacia las canchas, era un enorme ventanal que permitía que la luz natural inundara todo de forma cegadora. Cada una de las otras paredes era de un color diferente, y en lugar de bancos de trabajo, habían sillones tipo puff-pera de vivos y variados colores.
Pierre no pudo evitar una mueca de desagrado, al ver la esbelta figura de Cecil, frente al pizarrón, con las manos en el regazo de su vestido rosa pastel, y con una enorme y amistosa sonrisa en los labios.
Una vez que todos los alumnos estuvieran dentro, las tarjetas de crédito en el tarjetero de la pared y algunos hubieran tomado asiento en los mullidos asientos, la maestra habló:
—Bienvenidos a mi santuario del arte. Por favor tomen asiento donde gusten. Cada vez que vengan a mi salón, podrán sentarse donde apetezcan, con la condición de que no sea en el lugar que tomaron la clase anterior. —Las dulces palabras de la profesora culminaron con una fina risa.
De mala gana, Pierre escogió un lugar lo más alejadamente posible de la profesora, e intencionalmente cerca de una hermosa jovencita de rasgos orientales y de uniforme Alfa.
—Puedo asegurarles —continuó Cecil—, que esta será una clase amena y de métodos sencillos para obtener buenas notas y grandes cantidades de créditos —dijo, guiñando un ojo—. Solo les pido a cambio educación y mucha participación —concluyó, dando pequeños aplausos.
Gabriel seguía con ánimo las palabras de la profesora, pensando que tal vez no era tan mala como su hermano Pierre insistía en verla, así que decidido, levantó la mano.
Cecil se desconcertó un poco, pero rápidamente volvió a sonreír, y acercándose a Gabriel, puso su mano en su hombro.
—¿Si?
Gabriel se estremeció ante el tacto femenino.
—Gabriel —dijo el chico.
—Claro. Dime, Gaby.
—¿Es usted la encargada del teatro que hay junto a los planteles?
Pierre y Julius intercambiaron una mirada de molestia.
—¿Te interesa actuar o ver alguna obra? —preguntó con dulzura la profesora. Gabriel no supo que contestar y la profesora intuyó su turbación—. Está bien. Si quieres, puedes venir a buscarme durante el receso, ¿sí?
Gabriel asintió, concluyendo que Cecil era una buena profesora.
—Bueno, como sólo contamos con cincuenta minutos, vamos a aprovecharlos para conocernos mejor. Van a platicar en parejas, háganse preguntas y contesten con la verdad, averigüen lo más que puedan del compañero que les asignaré, ¿correcto?
La profesora comenzó a pasearse por los asientos, tocando los hombros de los alumnos, indicándoles que eran pareja.
—Ustedes dos —decía con una sonrisa—. Ustedes dos.
Gabriel fue asignado con una muchacha pelirroja que lo veía embobada, claramente atraída y provocando el sonrojo y la incomodidad en el muchacho; Julius quedó junto a un muchacho alto y delgado en extremo, que lo veía tan decepcionado como él se sentía.
Al ver el sistema de Cecil, Pierre intuyó que lo pondría de pareja con la muchacha oriental, así que disimuladamente movió su pera hacia la chica.
—Ustedes dos —dijo la maestra con una enorme sonrisa, apenas dirigida hacia Pierre. El chico desvió la mirada hacia la otra mano de la profesora, que pasaba de largo a la muchacha que él quería y que descansaba en el hombro de una joven alta, tosca y de tés oscura, con uniforme de omega. Pierre no disimuló una cara de ira y asco, misma que Cecil respondió con una sonrisa y siguiendo su camino.
La chica oriental movió su asiento para dejar que Pierre y la otra chica se acercaran.
—Bueno —dijo Cecil—, ya todos tienen pareja, ahora háganse preguntas y platiquen.
La maestra se sentó en su escritorio, y tomando una libreta de dibujo, comenzó a garabatear.
Pierre miró con desanimo a la joven, a quien comparaba fácilmente con un buey con falda, pero decidió sacar provecho de sus talentos amorosos y compuso la mejor de sus sonrisas.
—Bueno, somos pareja...
—Anetta —completó la joven, achicando los ojos con malicia.
—Anetta, bello nombre, por cierto.
—¿Te parece?, yo lo odio.
—¿En serio? —Pierre perdió su postura, desconcertado, pero la recuperó rápidamente, pasando su mano por el cabello y mirando a la chica con aire divertido.
—A mi me parece hermoso.
—Pues a mí me parece ridículo y me molesta tener que llevarlo solo porque era el nombre de mi abuela.
Pierre comenzó a girar su anillo, nervioso, pensando que aquella chica era molestamente inusual.
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Editado: 09.01.2021