Los Malcriados

Capítulo 13: Receso

La clase de Cecil siguió de una manera amena, después de algunos minutos. Ni Julius ni Gabriel recordaban el incidente con Pierre.

Después de decidir que ya había pasado suficiente tiempo, la profesora les pidió que presentaran al compañero con el que estuvieron platicando, haciendo énfasis en sus gustos y apetencias. Fue una actividad divertida y que se prestaba para jocosos malentendidos. Aunque un poco sosa, y poco menos nada que ver con la materia.

Tras escuchar el lejano timbre que indicaba el final de la clase, los trillizos abandonaron el salón de artística con cien nuevos créditos en cada tarjeta.

Gabriel pensó en tomar la tarjeta de Pierre del escritorio de la profesora, pero esta lo detuvo con gentileza.

—Dile a tu hermano que se la daré a su asesora, junto con el reporte —le pidió con profundo pesar, a lo que Gabriel se limitó a asentir y salir de ahí.

En el pasillo, mientras iban a su siguiente clase, Pierre les dio alcance a sus hermanos.

—¿La perra esa me mandó mi tarjeta? —les preguntó.

—Te luciste, marica —se burló Julius, sin atender su pregunta—. Y yo que creí que yo era el mal portado.

—Esa enorme ballena negra me embaucó, pero ya arreglaré cuentas con ella. Dame mi tarjeta —dijo, extendiendo la mano.

Julius señaló con una sonrisa a Gabriel y se adelantó, mientras aflojaba la corbata de su uniforme, odiaba tener que usarla.

Gabriel negó con la cabeza, mostrando su pesar.

—La profesora Cerretti dijo que la recogieras con la profesora Edna, se la dará cuando le lleve tu reporte. —Pierre apretó los labios, notoriamente molesto, y sin avisar, le dio un fuerte golpe con la mano abierta en la cabeza a Gabriel—. ¡Oye, yo no tengo la culpa!

—¡Se la hubieras quitado, tarado!, ¿ahora qué? ¡¿Se supone que vaya a todas las clases sin recibir ningún crédito, joto imbécil?! —farfulló Pierre, cambiando de dirección rumbo a la salida del edificio.

—¿A dónde vas?

—Con la maestra Edna, a pedirle mi tarjeta, me niego a tomar más clases sin recibir créditos.

Con los ojos llorosos, Gabriel siguió su camino, pensando que debía inmiscuirse lo menos posible con sus hermanos.

Después de la clase de arte, los chicos tuvieron una insípida clase de química, que se llevó a cabo en el salón del profesor Benet, y a pesar de ser uno de los laboratorios más grandes y mejor equipados, solo utilizaron un cuaderno y un lápiz, pues el rechoncho profesor se había limitado a dictar una verborrea aburrida y deprimente.

Después de eso, Julius se encontró con Gabriel fuera del salón.

—¿Que sigue, mariquita?

—Un receso para comer.

—¡Excelente!, muero de hambre, y ya no aguanto esta corbata —recalcó, quitándose la prenda y dirigiéndose al palacio Alfa.

Resultaba que el comedor Alfa no difería mucho de una cafetería escolar, había una enorme barra de alimentos, tomabas una bandeja de metal y ocupabas un lugar en una fila para que te los proporcionaran los empleados con mandil y cofia.

Al acercarse para escoger, Julius se dio cuenta que cada platillo tenía un precio por un lado: Rebanada de pizza: veinte créditos; lata de soda: veintiún créditos; manzanas: diez créditos.

—¿Se supone que paguemos por la comida? —inquirió molesto.

—Así es —le contestó con desgano el alumno que atendía del otro lado.

—Eso no es justo, mis padres ya pagaron por que este aquí. No pueden cobrarme de nuevo.

—Técnicamente no se te está pidiendo dinero, solo créditos que los mismos profesores te dan. Así que no seas tacaño y pide algo, estas deteniendo la fila.

Julius sonrió de lado, mientras afianzaba la bandeja fuertemente, a punto de levantarla y estrellarla contra la cabeza del chico.

—Ni siquiera lo pienses —le dijo una voz a su espalda.

Julius se giró molesto hacia un muchacho delgado y bastante menudo, quien lo veía con el ceño fruncido.

—¿Tú quien mierda eres, enano?

—¿Ya no me recuerdas? Yo curé tu oreja.

—Ah, ya. El compañero del moderador.

—Disculpa, ¿te puedes apurar? —pidió una muchacha formada detrás de Julius. Tras eructarle sonoramente, Julius pidió una rebanada de pizza y una lata de refresco de fresa, medio sándwich y un pequeño flan napolitano.

—Te metes en demasiados problemas y demasiado rápido —dijo Jaru, tras pedir dos sándwich y dos refrescos.

—¡Qué te valga ñonga! —exclamó Julius con la boca llena—. ¿No te regañan por usar el uniforme así? —preguntó, señalando el pantalón corto del chico, que dejaba ver sus piernas delgadas.

—En Nuestra Señora de las Tierras, los alumnos tenemos cierta libertad, para portar el uniforme con individualidad.

—¿Donde está Francis? —preguntó Julius, tras pasar el bocado.

—En el cuarto. No encontró ningún pretexto para los golpes de su cara, así que no asistió a ninguna clase.




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