Los Malcriados

Capítulo 14: Buscando un poco de comida

Pierre se vio obligado a tomar el resto de las clases sin su tarjeta de créditos, siempre evitando a sus hermanos y a la gran ballena negra. Para la última clase, su concentración era nula y el estómago le dolía de hambre, además de que su saco se sentía tieso por el licuado derramado y despedía un olor dulzón y desagradable. Había girado tanto su anillo, que su dedo presentaba una marca rosada y que le escocía, una rozadura probablemente.

Al escuchar el toque de salida, no esperó a que la profesora les diera permiso para abandonar el salón, tomo su mochila y se fue de ahí, estaba molesto, hambriento y apestoso, además, ¿quién podía tomar enserio a alguien con el grasiento pelo negro hasta las rodillas, como lo era la profesora Olethea? Se dirigió directo al despacho de Edna, dispuesto a interceptar a la profesora antes de que esta llegara.

Por su parte, Julius se fue al comedor del palacio Alfa a esperar a Jaru. Cuando vio llegar al chico de anteojos, le dedicó una sonrisa de lado.

—¿Vienes por comida para el moderador? —preguntó.

—Así es.

—Yo se la llevo.

—Ahora mismo no tengo ningún pendiente, yo puedo llevársela. —La sonrisa de Julius desapareció y en su lugar apareció una mueca amenazante—. Está bien... Creo que puedo ir de nuevo a la biblioteca —aceptó el joven.

—Bien dicho, hombrecito. —Resuelto, Julius sacó a rastras a un muchacho de la fila y tomó su lugar—. Gracias por cuidarme mi espacio —le dijo con un guiño, a lo que el chico, temeroso, regresó al final de la fila.

—Eso no fue muy educado —comentó una chica detrás de él.

Julius la barrió con la mirada, hizo un sonido seco con la boca y regresó su vista al frente.

—Deberías pedirle disculpas y regresarle su lugar —insistió la chica con voz lenta.

—Y tú deberías callarte, suponiendo que no quieres problemas.

—No entiendo que problemas podrías ocasionarme tú a mí.

Julius se giró molesto, mirando con burla resentida a la chica. Era pequeña, delgada y con cara de duendecillo, su cabello era castaño y muy claro, enmarcaba su rostro pálido, casi enfermizo. Fue fácil reconocerla como alumna de Beta, por su falda azul rey.

—No tienes una idea de los problemas que suelo dar —se mofó Julius.

—¿Qué vas a hacer —preguntó la chica con genuina curiosidad—. ¿Acusarme? No he hecho nada malo. ¿Quitarme mi lugar? No te conviene, estoy detrás de ti. ¿Golpearme? No lo harías, soy una chica.

Julius soltó una risotada que hizo que varios ojos se posaran en él.

—A mi me importa un cuerno que seas hombre, mujer o quimera. Te metes conmigo y te presento a mis nudillos.

La chica sonrió con cierto aire de inocencia.

—Mucho gusto señores nudillos, mi nombre es Audrina. —Luego soltó una fina risa, como si su chiste hubiera sido ocurrente, preciso y genial. Julius la miró con desconcierto y decidió no seguir aquella discusión, al fin de cuentas ya era su turno para ser atendido.

Por su parte, la profesora Edna torció los ojos al ver el lamentable aspecto del chico frente a su oficina. Con una llave de la que pendía un enorme aro de metal, abrió la puerta y le indicó con un movimiento de cabeza a Pierre que entrara.

El joven tomó asiento, sintiendo con desagrado la humedad y el calor que reinaban en aquella sofocada oficina. La profesora se sentó en su enorme sillón y puso delante suyo tres notas de color verde.

—Profesora… —La mujer lo detuvo con un ademán.

—“Conducta impropia, desacato y faltas a la moral”.

—¡Eso es una bola de mentiras! —se quejó el chico.

—Mira —dijo Edna, suavizando su tono—. Aprecio a mis chicos y los ayudo dentro de lo que puedo, pero tampoco hago milagros, mi cielo. Estos son papeles y es fácil deshacerse de ellos —dijo arrugando las notas y tirándolas a la papelera de la basura. Pierre sonrió ante este gesto—… Pero lo que no es fácil, es evitar que Cecil hable con el director. Necesitas comportarte, en su clase al menos.

Pierre se sentía cansado y hambriento, por lo que solo asintió. Además, ante aquel calor, su ropa comenzaba a oler a fruta podrida.

Edna estiró su tarjeta de crédito para entregársela.

—Es en serio, mi niño. Compórtate. —Pierre tomó la tarjeta con desanimo.

—Supongo que no contiene ni un crédito.

—Supones bien.

—Y usted no podría... —Antes de terminar la pregunta, Pierre dedujo que la respuesta sería una negativa, por lo que se puso de pie—. Con permiso.

—Pierre —le llamó la mujer.

—¿Si? —el trillizo se giró el chico, esperanzado.

—Cierra al salir.

—Sí, profesora.

Lejos de esa área, frente al teatro, Gabriel dejaba que el viento meciera su cabello, mientras miraba el alto edificio, embobado.

—Temo decirte que abren solo los fines de semana —dijo una voz a su espalda.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.