Los Malcriados

Capítulo 22: Todo por un par de calcetines

Eran las siete de la mañana del domingo, cuando golpes suaves, pero firmes, despertaron al cuarto compañero de la habitación 109.

—¿Si? —preguntó al chico con la banda en el brazo, que indicaba que se trataba de un moderador.

—Vengo por Julius, ¿ya está listo?

El chico volteó a la cama del aludido, este dormía plácidamente, echo nudo junto a las almohadas y sabanas de su cama. Francis suspiro con resignación.

—¿Puedes decirle que vendré por él en media hora?

El joven negó enérgicamente con la cabeza, poco importaba que se tratara de un moderador el que lo pedía, él no despertaría a Julius Leblanc.

Francis rio, entrando a la habitación.

—Yo se lo digo —anunció, mientras caminaba con paso seguro, y de la misma forma, sacudió suavemente a Julius, posando sus manos en su espalda.

Sin abrir los ojos, Julius asestó un fuerte golpe con el puño cerrado en su mejilla.

—¡Con una verga!, ¡dejen dormir!

Apretando los labios por el coraje, Francis haló de los brazos al escuálido chico, obligándolo a sentarse. Julius le intentó propinar otro golpe, pero, Francis ya estaba prevenido, por lo que le fue fácil desviarlo y con poca energía, él fue el que estrelló su palma abierta en la cara de Julius.

—¡Qué diablos! —exclamó el chico, despabilándose y abriendo los ojos. Su gesto lleno de ira y silenciosas amenazas se fue relajando al ver la cara de Francis, sonriéndole—. Tientas a tu suerte, moderador —le dijo, devolviéndole la sonrisa.

—Vístete, vengo por ti en media hora. —Fue lo único que respondió Francis, poniéndose de pie y saliendo de ahí.

Julius se puso de pie para obedecer, cuando su mirada se cruzó con la de su hermano Gabriel, quien le sonreía bobamente desde su cama.

—Él se ve agradable —le dijo Gabriel, procurando que su fleco tapara el morete que se le había formado en el ojo.

—Cállate, mama penes, nadie te preguntó —respondió Julius, tomando una toalla de su cómoda y dirigiéndose al baño.

Gabriel perdió su sonrisa ante la respuesta tan grosera de su hermano, y decidiendo que aquel no sería un buen día, volvió a hundirse en su cama, dispuesto a seguir durmiendo.

Pierre desayunaba con una gran sonrisa, cuando Anetta entró a su habitación.

—Toca antes de entrar —le indicó el chico—, podría estar desnudo.

—¿Por qué estarías desnudo en un cuarto de hospital?, además no tienes nada que me interese ver —declaró la chica sentándose en su acostumbrado sillón—. ¿Por qué tienes esa sonrisa de idiota?

—Nada de lo que digas hoy podrá amargarme, me acaban de avisar que, a más tardar a las ocho, puedo largarme de aquí. Me peinaré, me vestiré, hidrataré mi piel y tú y yo tendremos nuestra primera cita.

Anetta comenzó a jugar con su cabello, mientras sus mejillas tomaban coloraciones más intensas.

—Creí que las citas serían de noche —comentó, sonriendo.

—Me da igual si es de día o de noche, lo importante es que entre más rápido se sucedan, más rápido me devuelves mi anillo, cerda emplumada —respondió Pierre, al ver las plumas que adornaban la diadema que Anetta usaba ese día.

La cara de la chica mostró una honda decepción y sus ojos comenzaron a preñarse en llanto.

—Creo que lo mejor será que olvidemos lo de las citas.

Pierre, sininmutarse, dejó su plato vacío, volviéndose a la chica.

—No te lo compro, tus lágrimas son más falsas que tus buenas intenciones, gorda. —Los ojos de Anetta se secaron al instante y su cara mostró una sonrisa burlesca.

—Me da igual lo que creas, horrible niño mimado. Tú sabes fingir igual o mejor que yo. ¿crees que no he notado tus frases trilladas y súper ensayadas que le sueltas a cada idiota que se te acerca “bello nombre, por cierto” —dijo imitando la voz de Pierre, luego se volvió rápidamente hacia el otro lado e imitó la voz de Diáspora—, “seguro que se lo dices a todas” —volvió a girar—, “solo a las de bello nombre”. Luego babeas su mano y pones cara de idiota follador.

—¡¿Y qué me dices tú de tus llantos e historias de telenovela que te inventas?! —Pierre se puso de pie en la cama e imitó la voz de Anetta—. “Yo era una campesina feliz hasta que me vi envuelta en este mundo de ricos donde todos intentan abusar de mi noble corazón”.

—¡Así no hablo yo! —le gritó la chica, acercándose hasta pararse frente a él, quedando su cabeza a la altura de su estomago.

—¡Claro que no!, pero la voz de puerco no me sale.

Anetta le propinó un fuerte puñetazo, que hizo que el chico cayera en la cama hecho un ovillo.

—¡Y lo mismo te espera cada vez que me vuelvas a decir puerco o cerda!

—¿Y... te puedo… decir… marrana? —preguntó Pierre con el poco aire que le quedaba, a lo que Anetta le dio un segundo golpe, esta vez en las costillas.

—¿Otro comentario ingenioso que quieras soltar, Leblanc? —Pierre negó con la cabeza, mientras sentía que se mareaba—. La cosa esta así: tengo tu estúpido anillo y quedamos en que te lo devolvería después de cuatro citas, tres románticas y una en la que te me declares. Pero, ¡no quiero ir a comer por ahí, mientras nos decimos cada insulto que se nos viene a la boca! Quiero citas románticas, quiero que me trates como a una de las idiotas alfa que procuras.

—Entonces… —dijo el chico, sentándose, mientras se sujetaba el estomago—, compórtate como una idiota alfa, no como la burda y agresiva omega que eres.

—Bien, entonces los dos finjamos lo mejor que podamos y hagamos que estas citas nos hagan ganar el premio al hipócrita del año. ¿Qué dices, “Piercito pendejito”?

—Lo que tú digas, mi cerdita adorable. Te veré afuera de la Casa Omega a las once de la mañana, para que la primera cita comience. —Anetta le dedicó una amplia sonrisa y salió de ahí. «Te vas a enamorar de mi, cerda azabache, y me voy a comer tu corazón», pensó Pierre, con suficiencia.




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