Los Malcriados

Capitulo 23: El misterio de Corpus

Tras haber terminado sus alimentos, Julius convenció a Francis de que era muy temprano para hacer los deberes, los cuales eran pocos; así que, tras no haber conseguido que lo dejara solo un rato, decidieron salir a dar una vuelta por el campus.

—…Cuatro —decía Julius mientras caminaba—, es el máximo de tipos con los que me he enfrentado.

—Y, ¿les has ganado?

—No, pero no se fueron limpios. —Francis soltó una carcajada ante la respuesta—. ¿Y tú?

—No sé, me he peleado pocas veces en la vida, supongo que fue contigo la más fuerte que he tenido.

—¿Enserio? ¡Pero si estás tan…!

Ambos detuvieron su andar, a lo que Julius desvió la mirada abochornado.

—¿Estoy?

—Me refiero a que estás… —El trillizo hizo un ademán de resaltar sus bíceps.

—¡Ah! —Francis volvió a reír—. Me gusta hacer ejercicio, es muy sano. Levanto pesas tres veces a la semana, además de que corro todas las mañanas.

—¡Me das una infinita hueva!

—No seas grosero, deberías unírteme, así no estarías tan delgado.

—No estoy delgado —se quejó el chico.

—Desnutrido es la palabra que quería usar, pero se me hizo un poco fuerte.

Julius le dio un golpe en el brazo, para después unirse a su risa.

—¡Mira! —exclamó el chico de ojos verdes, señalando a una chica—. Ahí va la trenzuda con sus dos kilos de comida.

—Se llama Audrina, no la llames trenzuda.

—Pues que se la corte, y tú, ¿cómo sabes su nombre?

—¿Celoso?

—¡Come mierda!

—Es moderadora de la fraternidad Beta, por eso puede entrar al comedor alfa.

—Vamos a seguirla, para ver a que se refiere con “corpus”.

—No es correcto, y se supone que estoy contigo para evitar que te metas en problemas.

—Entonces, tendrás que venir conmigo para asegurarte de que no lo haga —decretó Julius, guiñándole un ojo y caminando tras la chica.

Francis soltó un suspiro de resignación, comenzando a seguirlo.

—Hermano —musitó Gabriel con la voz entrecortada—, no lo hagas.

—¿Hacer qué? —respondió Pierre, mientras alineaba en su cama un pantalón negro de cuero, una camisa de cuello V guinda, una gargantilla y las pulseras que utilizaría.        

—¡No finjas!, insinuaste que enamorarías a Vera. —Pierre movió la cabeza indicando que no le importaba en absoluto lo que tuviera que decirle su hermano—. No tendría caso —siguió el chico—. Yo le gusto a Vera y tú le caes mal, así que jamás te haría caso.

—En primer lugar —respondió Pierre, tomando su toalla y bata de baño—, tu Vera no me importa; en segundo lugar, ya tengo una cita con una omega repugnante y en segundo lugar, si me lo propusiera, bastaría con una cita, para que la tal Vera, cayera rendida en mis brazos.

—No lo creo, te repito que le caes mal.

—Sí, tengo ese efecto. Como no atendí a sus coqueteos, le caigo mal.

—¡Ella no te coqueteó!, yo estaba contigo cuando la conociste y desde un inicio le caíste mal.

Pierre sonrió con soberbia.

—Has memoria, tonto. La tipa nos atendió sin estar en la fila y  nos pasó a la bodega porque yo le hablé primero, pero, como después no le seguí el juego, terminó pasando de mí.

Gabriel hizo memoria, y para su pesar, las palabras de su hermano tenían sentido.

—Tal vez —concedió armándose de valor—, pero eso paso solo porque la deslumbraste por tu forma de vestir y de hablar, pero, cuando conoció tu esencia fue que se desencantó.

Pierre caminó hacia su hermano con paso decidido, y este escondió la cara entre sus brazos, esperando un  golpe, y exponiendo la ropa interior que aun tenía en las manos.

—¡Deja de decir pendejadas! —exigió, arrebatándole el bóxer—. No existen esas tonterías de la esencia, todos los humanos somos igual de hipócritas y camaleónicos, comportándonos como nos conviene y dando la cara que queramos que los demás vean, o, ¿crees que Vera está enamorada de tu ropa interior verde?

—¡Vera me conoce más allá de mi ropa interior!

—¿Ya te acostaste con ella? —preguntó Pierre, sorprendido.

—¡No! Me refiero a que conoce mis sentimientos y mi forma de ser, y le importa más que mi cara o mi ropa.

—Por favor, eres tan pendejo por dentro y tan igual a mí por fuera, que si no fuera por tu copete estúpido, la tal Vera no nos diferenciaría. ¡Es más! Estoy seguro de que…

—¡No, no, no! —gritó Gabriel—. ¡Ya vi para donde llevas esto y no lo haremos!

—¿Hacer qué? —preguntó Pierre, poniendo las manos en jarra y fingiendo que no entendía de que iba todo.

—¡Me estás trabajando para que cambiemos de rol otra vez!

—No lo había pensado, pero no es mala idea. Te lo compro.

—¡No, no y no! —gritó Gabriel, con la voz quebrada por el llanto que amenazaba con salir—. ¡Ya me lo has hecho muchas veces! Me obligas a fingir ser tú, cuando se te avecina algo malo y dejas que tus castigos me los impongan a mí.

—No es tanto un castigo, pero, no te lo voy a negar, si representa una molestia para mí —Pierre se sentó en el filo de su cama y se cruzó de piernas, para seguir hablando—. La cuestión es que tengo una cita con una chica que no me interesa, y ella quiere que sea dulce y bobo como lo eres tú.

—¡Dije que no!                                                                                                           

—Entonces, tú vas con mi cita y yo voy con la tuya, yo me libro de esta molestia y tú compruebas que tanto te conoce Vera.

—Suena estúpido y descabellado, no acepto.

—Bueno, Gaby, no quería llegar a esto, pero, si aceptas, te  prometo una asesoría completa de Pierre Leblanc para cambiarte la imagen y verte bien.

—No me interesa.

—Pues deberías —aseveró Pierre, ondeando la ropa interior del chico—. Tan importante es el perfume, como la botella que lo contiene, ¿no?

Gabriel dudó unos instantes.

—Y, ¿si no acepto?




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