Los Malcriados

Capítulo 25: Desastre y un par de helados

Viendo que aun tenían un largo día por delante, y conviniendo en que era raro estar acostados y cubiertos con la misma manta, Francis y Julius decidieron salir al campus a dar una vuelta.

Como al chico Leblanc ya no le quedaban créditos y no se recuperaría hasta la mañana siguiente, Francis no tuvo reparo en invitarle un helado. Ya con la golosina en la mano, ambos chicos deambulaban por la plaza sin rumbo fijo.

Francis le explicaba a Julius la diferencia entre “esbelto” y “flaco por falta de alimento”, cuando notó cierto barullo que se armaba entre un par de alumnos. Con un suspiro, De Luca le pasó su helado a Julius y se dirigió a ellos para intervenir, como la autoridad que era.

—Vaya, hasta que te veo mover el culo, moderador —se mofó el chico—. Gánate esos créditos extras que te pagan —le dijo sonriendo.

Julius lamía alternadamente cada uno de los helados que tenía en las manos, mientras sus ojos miraban fijamente a Francis, quien había separado a los chicos y los sermoneaba con los brazos en jarra, y pensando en que, a pesar de estársela pasando bien, ese fin de semana al lado de su escolta había resultado aburrido y falto de adrenalina, por lo que, pensando que podía darle un poco de sabor a la tarde, decidió emprender una retirada rápida, para que Francis tuviera que buscarlo.

—No creo que le haga mucha gracia a tu amigo que lo dejes solo —le dijo una voz, deteniéndolo por el desconcierto.

Julius se giró molesto hacia un anciano, vestido en su totalidad de verde, a excepción una bufanda a cuadros negros y naranjas.

—Y, ¿tú quien eres, viejo? —preguntó el trillizo con fastidio.

—Yo soy yo, y estoy seguro de serlo —rió el anciano, quien se apoyaba en un bastón—. Y, ¿tú quien eres?

—¡Pues yo soy yo! —respondió Julius.

—Pero, ¿estás seguro de que eres tú? Creo que ese chico de ahí te está haciendo dudar de si en verdad eres tú —dijo el anciano, señalando a Francis con la mirada.

Julius miraba con ojos inquisidores al hombre, mientras que con su lengua, seguía reduciendo las bolas de helado sobre los conos de sus manos.

—Creo que no me gusta tu platica, así que me largo —resolvió el trillizo, dándose la vuelta.

—Tú eres Julius Leblanc, el hermano mayor de Pierre Leblanc por diez minutos y menor que Gabriel Leblanc por siete; el terror de los profesores y alumnado de la secundaria pública numero 2 de la ciudad de Dildria y el dolor de cabeza del presidente municipal de Celes, Nicolás Leblanc; la oveja descarriada de Minerva Dufort de Leblanc y la molestia de los asesores de las fraternidades de este colegio.

—¡Sí! —rio Julius con acidez—. Soy un dolor de culo. ¿Algún problema? —espetó, tirando ambos conos al suelo y acercándose de forma amenazadora e insolente al hombre—. Porque si lo tienes, podemos arreglarlo ahora mismo.

El hombre sonrió con paciencia.

—¿No te das cuenta?

—¿De qué, exactamente, debo darme cuenta?

—Yo acabo de decir lo que eres para los demás, pero, ¿quién eres tú para ti?

—¿Eres uno de esos viejitos orientales que reparte filosofía trascendental o algo así?

—No exactamente, soy un hombre con un pasado trágico, y con un presente con mucho tiempo, por lo que puedo investigar a cada alumno de este colegio con paciencia meticulosa.

—Y si alguno te parece interesante, ¿te le apareces y le sueltas tus pedos existenciales?

—Sí, exactamente —convino el hombre, riendo—. Y, ¿quién eres tú para ti, Julius Leblanc?

El joven analizó la pregunta.

—No lo sé, siempre he creído que soy un grano en el culo de la gente, pero, como tú acabas de decir: eso soy para ellos, para mi yo… ¿qué soy? —meditó el chico.

—Las alas de de tu corazón son hermosas, grandes y artísticas, pero están manchadas; la gente las manchó para que no pudieran lucirse en el cielo y eso te tiene frustrado, de ahí tu agresivo proceder.

—Oiga, debería escribir notitas para galletas de la suerte —se mofó el chico, pero su risa sonó falsa.

—Es una buena idea, la consideraré —concedió el hombre, echando a caminar con paso lento.

—¿Ya se va?

—Sí, y tú deberías irte también, si aun quieres molestar al moderador Francis De Luca.

Julius se giró hacia Francis, quien escribía dos reportes, uno para cada alumno; después miró al anciano que desaparecía al dar vuelta en un local de libros. Analizando las palabras del hombre, Julius se dejó caer al suelo. Sentado en el césped, podía esperar a que Francis terminara de regañar a los chicos y regresara a su lado.

Gabriel limpiaba el maquillaje que escurría por su cara, mientras que, entre hipos y lágrimas, le explicaba la situación a Anetta.

—Entonces, ¿el babosete de tu hermano esta con tu chica en estos momentos, mientras te obligaba a ti a aguantarme? ¡Qué pasado! —Gabriel asintió.




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