Pierre había decidido que ya era hora de ponerse de pie e intentar regresar a su habitación y no ser descubierto en el camino. No traía reloj, pero el sol ya se había escondido tras el horizonte y las primeras estrellas ya habían aparecido en el cielo. La hierba protestó bajo su cuerpo, cuando el joven se incorporó.
«Debo volver a ser el conquistador que siempre he sido, y nada más consiga pantalones, lo haré».
—¿Q-quien está ahí? —preguntó la insegura voz de una mujer, a lo que Pierre sonrió con acidez.
«Parece ser que la vida no quiere esperar a que use pantalones», pensó el trillizo.
—¿Hay alguien ahí? —espetó la mujer, acercándose.
Pierre hizo un recuento de todo lo que sabía de como conquistar mujeres, y escondiéndose tras un árbol, miró con detenimiento a la recién llegada. Le parecía vagamente familiar: la mujer portaba una falda larga y con detalles florales, oscilaba entre los treinta y treintaicinco años, baja de estatura y cara redonda, su cuerpo era rollizo y el pelo lacio y largo, casi hasta las rodillas. No era fea, pero tampoco era de las chicas a las que estaba acostumbrado, más bien la describiría como “carente de gracia alguna”.
«Vera, Anetta, Diáspora incluso, todas ellas me han atacado y humillado… no estoy en condiciones de enfrentarme a una mujer de verdad, así que tú estás bien para practicar».
Al ver que nadie contestaba, la mujer se acercó hasta llegar a la pared de la parte trasera del teatro, donde crecían algunas rosas silvestres, a las que se dispuso a regar con una pequeña jarra de agua que llevaba entre las manos.
Pierre aprovechó para analizarla a fondo, era su prueba de fuego para demostrar que seguía siendo un seductor potencial y no iba a fallar.
«Madura, parece una quedada. O es profesora o es conserje, parece una chica verde, además de insegura ya que tartamudea. Debo verme atractivo, pero, como no llevo pantalones, también inofensivo». El chico preparó su cara de “Soy inocente y necesito protección” y salió de su escondite. Al verlo, la mujer dio un grito agudo y levanto la regadera, dispuesta a usarla como arma.
—¿¡Q-q-quien eres!? —preguntó con un tartamudeo.
—No me golpee, por favor. Solo quiero regresar a mi fraternidad —dijo el chico con un nudo en la garganta.
—¿P- Pierre? —preguntó la mujer, reconociendo a su alumno.
—¡Profesora! —exclamó con júbilo el trillizo, reconociendo a su bondadosa maestra de historia.
—N-no llevas p-pantalones, ¿q-qué estabas haciendo?
—Unos chicos me golpearon y me los quitaron, estoy aquí desde la mañana —musitó el joven con fingida frustración, mientras cubría su entrepierna.
—Pobrecillo —sonrió la mujer, bajando la regadera.
—¿Lleva agua ahí?, déjeme beber por favor —pidió el joven acercándose y posando sus manos sobre las de la mujer. Esta se estremeció ante el tacto.
—No es agua p-p-p… —La profesora apretó los ojos no pudiendo terminar la palabra—… no la p-puedes beber, es para el rosal —dijo, señalando la planta.
—Muero de sed, no me importa si es agua corriente, si le hace bien a una planta tan bella como esa, no me hará daño a mí. —La mujer sonrió ante las palabras del chico.
—¿También te gustan las plantas?
« “También”», pensó Pierre con una sonrisa—. ¿A quién podrían no gustarle?
—Si quieres, espera aquí y te traeré ropa, para que puedas regresar a tu fraternidad.
—¿Haría eso por mí? No esperaba un gesto menos dulce de alguien con una sonrisa de ángel. —La mujer sonrió, consternada ante las apalabras del chico—. Lamento si fui imprudente —musitó Pierre, bajando la vista.
—No. Es solo… inusual q-que un alumno le hable así a una p-p-pr… a una maestra.
—Es usted la maestra de historia, ¿verdad? Lamento si no recuerdo con exactitud su nombre… ¡son tantas las clases que recibimos!
—Olethea —concedió la mujer.
—Olethea, bello nombre, por cierto.
—¿Enserio? —preguntó la maestra, sonrojada, mientras jugaba con un mechón de su pelo.
—Lo es —aseguró Pierre, la verdad era que no recordaba ni el apellido de su maestra, pues le resultaba tan insípida como su materia, por lo que nunca había reparado en ella.
—Sí. Tú eres uno de los trillizos Leblanc, ¿v-verdad? Armaron todo un revuelo en el comedor. —El chico bajó la vista avergonzado.
—Fueron mis hermanos —explicó el joven, llevándose las manos al cuello—, pero como nos parecemos, me culpan seguido por sus travesuras. —La mujer desvió la vista, avergonzada, Pierre había descubierto su nada discreto bóxer verde limón, en un acto que la profesora juzgaba inocente.
—T-t-te traeré un pantalón —balbució, ofuscada.
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Editado: 09.01.2021