Los Malcriados

Capítulo 28: Luna, plata y una corbata en la cabeza

—Eddie —se presentó el chico que fácilmente medía los ciento ochenta centímetros, y pesaba por lo menos el triple que Gabriel.

—Eddie —repitió el joven—, yo soy Gabriel Leblanc —dijo el trillizo, estirando la mano, misma que estrechó Eddie, imprimiendo más fuerza de la necesaria y lastimando la mano de Gabriel.

—Lo siento —se disculpó el joven, al oír el quejido del Leblanc.

—No hay problema. ¿Qué haces dentro del teatro y a esta hora?

—Barro y limpio —respondió el joven, levantando una escoba del suelo—. Mañana iniciará el curso de la maestra Cecil y me tocaba limpiar, es parte de mi trabajo.

—Ya veo, eres un conserje —concluyó el chico, sentándose de nuevo.

—No hay conserjes en Nuestra Señora de las Tierras —respondió Eddie con cierta inseguridad en el tono de voz, como si temiera estar dando una respuesta incorrecta.

—Entonces, ¿quién limpia normalmente?

—Los mismos que cocinan y atienden las tiendas del Jardín Esmeralda: los alumnos omega.

Gabriel se sorprendió al oír eso, pero tenía sentido, así como Anetta se encargaba de la lavandería del palacio Alfa, Vera trabajaba en el Emporio de la Moda y por lo visto, Eddie limpiaba el teatro.

—Les pagan, supongo.

—Con créditos.

—Creí que solo se obtenían de las clases.

—No… es decir, a los alfa y a algunos beta si les bastan con eso, pero los omega tenemos que trabajar. ¿No estudias aquí? ¿Por qué no conoces el funcionamiento de la escuela?

—Acabo de entrar este año, no entiendo muchas cosas, como el porqué no les alcanza a los omega sus créditos y a los alfa sí.

—Porque no ganan lo mismo —explicó Eddie con el gesto fruncido, como si sintiera que Gabriel le iba a tomar el pelo en cualquier momento—. Los alfa ganan cien créditos por clase, los beta ochenta y los omega cincuenta solamente, por eso trabajamos por algunos créditos extra.

—Qué sistema tan injusto.

—¿De verdad lo piensas?, pues, ¿a qué fraternidad perteneces?

Gabriel contestó un poco avergonzado:

—Alfa, aunque a veces quisiera dejar de serlo.

—Eso suena tonto —recriminó el chico, no muy seguro de sus palabras—. El palacio Alfa tiene los dormitorios más bonitos y la comida más rica, bueno, eso dicen, además de que los uniformes son muy lindos —Mientras hablaba, Eddie hizo el ademan de acomodarse una corbata, por lo que la escoba cayó al suelo con un ruido seco—. Lo siento, que torpe —dijo, ruborizándose hasta las orejas.

—No te preocupes —rio Gabriel.

—¿Te ríes de mí? —preguntó el chico, repentinamente molesto.

—¡Claro que no! —musitó Gabriel, nervioso—, me reía contigo, no de ti.

Eddie meditó las palabras unos segundos sin terminar de comprenderlas.

—Bueno, así sí. Me caes bien, chico alfa.

—Y tú a mi Eddie, ¿quieres que te ayude a terminar? —cuestionó Gabriel, señalando el interior del edificio.

—Bueno, si eso quieres.

Ambos chicos se introdujeron en el teatro, Gabriel sonrió para sí, pensando que al fin había encontrado un amigo en aquella escuela.

A las siete y media de la mañana de aquel lunes, un optimista Francis, un curioso Jaru y un Julius malhumorado desayunaban panques de avena con miel y frutos rojos.

—Tú no eres alérgico a las fresas, ¿verdad?

—No, solo el marica de mi hermano —respondió el trillizo con voz adormecida.

—Bien, entonces come.

—Tengo sueño, no hambre, ¿era necesario desayunar tan temprano?

—En media hora deberás estar en el salón de clases, así que si, era necesario.

—Parecen una pareja de… —Jaru rectificó sus palabras ante la mirada asesina de Julius—… una pareja de buenos amigos —concluyó, acomodando sus gafas.

—Bien jugado, enano.

—Ya deja en paz a Jaru y termina de comer, y, ¿por qué no traes puesta tu corbata?

—La traigo en el bolsillo del pantalón. Odio esos tontos pedazos de tela que te ahorcan, preferiría no usarlos.

—Pues es parte del uniforme, todos las usamos.

—Jaru no usa pantalones, ¿por qué yo debo usar corbata?

—Ya te lo dije —se defendió el pequeño—, aquí te permiten cierta libertad para usar el uniforme, y como soy buen alumno me dejan llevar pantaloncillos cortos, mientras no enseñe mis tatuajes.

—¡¿Estás tatuado?! —se sorprendió Julius, dando un gran bocado—, ¡pero, si tienes como doce años!

—¡Qué original!, ¡es la primera vez que me dicen eso! —se mofó Jaru, en tono irónico.

—Creo que lo dice enserio —agregó Francis, limpiando su boca, como hacia después de cada bocado.

—Oye, que tú seas un gigantón a tus quince años, no significa que todos seamos iguales. Tengo diecisiete años.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.