Los Malcriados

Capítulo 31: El flautista y el armario

Eran las ocho de la noche de ese lunes, cuando el pequeño comité de actuación se había reunido en el interior del teatro Luna y Plata. Eran cerca de diecisiete alumnos y, de entre todos ellos, la sonrisa de Gabriel resplandecía como ninguna otra.

La reunión se llevaba a cabo sobre el escenario, y escondido tras una cortinilla por donde entraban y salían a escena los actores, los alumnos dejaron sus tarjetas de crédito sobre un tarjetero de metal, como si de una clase se tratara, aunque el joven Leblanc no sabía la finalidad de esto, imitó a sus compañeros.

—Buenas noches, pimpollos —saludó la voz de Cecil, quien llegaba tan fresca como si acabara de levantarse, a pesar de haber pasado todo el día dando clases.

El chico Leblanc se sorprendió al ver que la profesora de artes se había cambiado de ropa una vez más, ahora llevaba un vaporoso vestido verde menta con motivos en color chocolate y guantes de encaje que hacían juego.

Gabriel, al igual que sus compañeros, aun llevaba el uniforme que delataba su fraternidad, pues estaba prohibido estar fuera de los dormitorios sin él, aunque no hubiera clases.

—La espera fue larga, pero ya por fin, en la tercera semana de haber iniciado las clases, podemos reunirnos y preparar las obras que presentaremos este año —continuó la profesora—. Me agrada ver que estamos casi todos los del año pasado y más gusto me da ver un par de caritas nuevas —dijo, guiñándole un ojo a Gabriel—. ¿Qué les parece si se presentan los chicos nuevos?

Los alumnos que ya estaban familiarizados con las dinámicas infantiles de Cecil, aplaudieron esta idea.

—Empecemos contigo, Gaby —dijo la profesora, dándole un pequeño empujón, a lo que el chico se puso rojo por la pena—. Vamos Gaby, si quieres ser actor, no hay cabida para la vergüenza.

Gabriel se dio cuenta que la maestra tenía razón, por lo que, armándose de valor, dio un paso al frente y haciendo una reverencia, se presentó:

—Mi nombre es Gabriel Leblanc, tengo quince años, me gusta tocar la flauta dulce y es un placer estar aquí. —Gabriel sintió por escasos segundos que acababa de hacer el ridículo, pero los aplausos de sus compañeros le hicieron cambiar de idea.

—Muy bien, Gaby —exclamó la profesora avanzando hasta él y posando su mano en el hombro del chico—, es un gusto saber que tocas la flauta, pues eso nos será muy útil para la primera obra que presentaremos esta temporada: El flautista de Hámelin. Tienes grandes posibilidades de obtener tu primer protagónico, Gaby —le dijo en un susurro.

Después de Gabriel, se presentaron tres chicos más, quienes fueron bienvenidos con el mismo aplauso. Al parecer, el comité de actuación se componía por chicos talentosos y alegres. Gaby sentía que su interior estallaba de emoción ante la idea, cuando la puerta del teatro se abrió una vez más, esta vez fue Anetta quien entró por ella.

—Llegas tarde, querida —le dijo Cecil—, eso no está bien, siendo la directora de comité.

—Lo siento, es que tuve un problema con el chico que se supone que vigilo.

—Supongo que lo dejaste en su habitación, como era debido —comentó Cecil, forzando su sonrisa.

—No en realidad, verá, es que… —Cecil calló a la chica con la sola mirada, y con la voz tiesa por el creciente coraje, la profesora señaló una puerta.

—Ven a mi oficina, queridita, ahí me explicarás todo —dijo con los dientes apretados—. En lo que regresamos, Erika explicará a los chicos nuevos algunas cosas básicas sobre el teatro y la actuación. —La aludida asintió enérgicamente, para después proceder con su tarea, aunque la mente de Gaby estaba más interesada en saber que tanto se diría de su hermano en la oficina de Cecil.

Francis y Julius se encontraban fuera del palacio Alfa, en una de las numerosas bancas que rodeaban el edificio, platicando amenamente, mientras bebían del mismo vaso de malteada, cuando el joven de las pecas, descubrió la figura de Pierre, que se acercaba en la lejanía.

—Ese que viene ahí es tu hermano, ¿verdad? —dijo pasándole el vaso a Julius.

—Sí, ¿no debería estar con la gorda que le pusieron de escolta? —preguntó el chico, bebiendo del popote.

—Sí, y mi deber es informar que no está con ella, aunque debo darle primero la oportunidad de que explique la situación —dijo alzando la mano, y pidiéndole a señas a Pierre que se acerara.

Con una sonrisa de burla, el joven llegó hasta ellos.

—Ahora beben del mismo popote, ¡qué asco me dan! —soltó Pierre, burlándose.

Julius se encogió de hombros con una sonrisa, al parecer estaba muy contento como para pelear.

—Eran dos vasos en realidad, pero yo me acabé el mío primero, y aquí, mi camarada el Pecas, me comparte del suyo —explicó el trillizo, tomando el vaso y sorbiendo ruidosamente.

Tras reírse de lo recién escuchado, Francis se puso de pie, y cambió su gesto por uno más serio.

—¿Dónde está tu escolta, Pierre?

—Ni idea —respondió el Leblanc, dándose la vuelta para entrar al edificio.

—No te vayas, debes decirme o deberé informarle a Cecil que te vi…

—Me das flojera, moderador —le dijo Pierre echando a caminar, pero no avanzó mucho, pues una mano lo había tomado con brusquedad del cuello de la camisa, y describiendo un medio circulo con él en el aire, lo paró frente a Francis.

—¡Suéltame, imbécil! —le gritó Pierre a su hermano.

—Francis está hablando contigo —le dijo Julius en un  tono intimidante, mientras afianzaba su agarre—, escúchalo y contéstale —ordenó el joven.

Pierre se desconcertó ante esto, pero sabía que su hermano era mucho más fuerte que él, además de que Francis podía levantarle algún reporte y eso arruinaría su imagen de niño bueno ante Olethea, por lo que, de muy mala gana, se cruzó de brazos.

—¿Me decías? —repitió Francis.

—La profesora Olethea me dio unas… clases particulares —dijo—, así que, como estuve con ella toda la tarde, no fue necesaria la presencia de Anetta, ahora ella debe estar en esa idiotez del teatro, mientras que yo voy a cenar algo y a dormir, ¿algo más que tú o tu guardaespaldas quieran saber?




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