Los Malcriados

Capítulo 32: Reflexiones frente a la estatua

La risa descontrolada de Pierre y Gabriel no hizo más que aumentar la frustración de su hermano.

—¡No se rían, culeros! ¡¿Qué no ven que es serio?!

—Ni tanto —dijo Gabriel—. Es decir, después de que empezaste a “salir” con ese chico… —dijo, dibujando las comillas en el aire—, se volvió algo más que obvio.

—Aun así es raro. Nada mas no me vayas a pedir consejos de amor —le pidió Pierre con repulsión.

—¿Ahora qué debo hacer? —preguntó el joven abrumado.

—Primero saber si él te corresponde —meditó Gabriel.

—Es obvio que si —replicó Pierre—. No lo dudarías si hubieras visto como babeaban el mismo popote solo hace un momento. —Gabriel puso cara instintiva de asco.

—Entonces no hay mucho que decir, pongan las cartas en la mesa, díganse sus sentimientos y comiencen a andar, tan sencillo como eso.

—“Tan sencillo como eso” —repitió Julius con pesar.

—Entonces, ahora te van a empezar a gustar las cosas de niña —rio Pierre.

—¡Claro que no! —gritó el joven, poniéndose de pie sobre la cama, dispuesto a golpear una vez más a su hermano.

—No me amenaces, maricón, yo solo digo la verdad: aun no te gustan, pero pronto la enfermedad avanzará y te empezarás a dejar el pelo largo y querrás ponerte moños y un vestido rosa —dijo el trillizo, dejándose caer al suelo sin soportar la risa.

Julius miró hacia Gabriel, completamente asustado y esperando un poco de consuelo.

—No es una enfermedad, y el hecho de que te gusten los chicos, no significa que vayas a querer ser femenino, si no lo has sido hasta ahora, no lo vas a…

—Es porque estaba en el armario —interrumpió Pierre aun desde el suelo—, ahora que ha salido, “nuestra hermana” se va a soltar el pelo.

—¡Eso no es verdad! ¡Díselo, Gaby! —pidió Julius, tan confundido como asustado.

Gabriel iba a hablar, pero a su mente vinieron todas las veces que el pidió ayuda, y sus hermanos solo se burlaron. Sin darse cuenta, el joven levantó su cabello, llevándolo detrás de las orejas. Por algún extraño motivo, así era más cómodo ahora.

—¿Gaby?

—Bueno, ahora te bañas, te arreglas y cuidas tu imagen, no sería raro que empezaras a buscar una imagen más “delicada” —respondió Gabriel con una sonrisa.

Julius brincó, bajando de la cama y se apresuró a salir por la puerta del cuarto.

—¡Gabriel, no te recordaba tan malo! —exclamó Pierre incorporándose, mientras sus ojos lagrimeaban por la risa.

—No lo era, es solo que mis maestros han sido tan buenos que es imposible no aprender.

La risa de Pierre se cortó ante el comentario, desvelando una segunda intención en esas palabras.

Julius corrió hasta que el dolor de su pecho le impidió seguir. Había llegado al jardín Esmeralda, donde solo las farolas iluminaban.

El sudor empapaba su cuerpo y su respiración era agitada, llevaba puesto solo una camisa de resaque y un short, con los que acostumbraba dormir, sus pies descalzos avanzaban sobre el césped sin pena, ya que todos los locales estaban cerrados y nadie circulaba por ahí.

El joven caminaba entre las sombras de aquella plaza, pensando en lo que acababa de pasar, cuando sus pies se detuvieron ante un escaparate, y un recuerdo le vino a la mente. Su cara se pegó al cristal, admirando una diadema con una estrella blanca, mientras que las palabras que Francis le dijera hace unos días se repetían en su mente:

“No sabía que te atraían ese tipo de cosas”, había dicho.

—Yo tampoco —dijo con una sonrisa amarga, admirando la diadema que al parecer, no se había vendido—, y ahora resulta que además de que me gusten los machos, me tienen que gustar estas mariconadas —exclamó molesto, señalando la vitrina.

—A mí me gustan —canturreó una voz a su espalda. Julius se giró, reconociendo la voz de Audrina.

—¡Y dale con llegar por atrás, trenzuda! —La cara del joven se sonrojó ante la imagen de la chica.

Audrina llevaba un short corto y veraniego, tan blanco como la camisa desmangada que portaba, además de sandalias a juego. Parecía que ambos chicos se dirigían a un día en la playa, o bien, a dormir.

«Si me tengo que ver como una mujer, me gustaría que fuera como una tan hermosa como Audrina», pensó el chico, sintiendo que se sonrojaba.

—No traes tu uniforme, además de que en diez minutos, serán las once —le dijo la chica.

—¿Y?

—Después de las once, los alumnos tienen prohibido estar fuera de sus habitaciones.

—¿Y tú que eres? ¿Una profesora?

—No, soy una moderadora y tengo un turno de vigilancia en el jardín y tú, ¿qué haces aquí? —preguntó la chica con un  guiño.

—Tengo problemas existenciales —explicó el joven, regresando la vista a la vitrina.

Audrina comenzó a jugar con un dije de estrella que colgaba de su cuello.

—Dijiste que te tenían que gustar estas cosas —dijo, señalando los artículos femeninos—, ¿por qué deben gustarte?

El joven se sonrojó por la vergüenza al verse descubierto, pero llegó a la conclusión de que de cualquier forma, la chica se iba a enterar de sus nuevas preferencias cuando lo viera usando un vestido.

—Soy marica —dijo acidez. Audrina sonrió ante el comentario, pero su cara se tornó seria, al darse cuenta de que no se trataba de una broma.

—¿Qué tal si nos sentamos en la fuente?, está más iluminado y hay muy buena vibra fluyendo, gracias al agua. —Julius no dijo nada, solo se dejó guiar por la suave mano de Audrina.

Minutos después, ambos se encontraban sentados al borde de la fuente de Nuestra Señora de las Tierras, descalzos y con los pies en el agua fría.

—¿Quieres hablar? —preguntó Audrina al chico, sin voltear a verlo.

—¿Quien es esta vieja? —preguntó Julius, señalando la estatua de la mujer que lucía imponente y al mismo tiempo maternal, con su largo vestido tipo túnica y velo sobre la cabeza.




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