Los Malcriados

Capítulo 34: Sueño peligroso

Faltaban solo diez minutos para que las clases comenzaran, y Francis era un manojo de nervios.

—¿Por qué no vas a su habitación y ves que ocurre? —le preguntó Jaru, mientras apuraba el último trago de su jugo de naranja.

Ambos se encontraban desayunando en el comedor del palacio Alfa y Julius no había aparecido.

—Ya me voy, no me puedo dar el lujo de llegar tarde, soy el primero en exponer —explicó el pequeño, quitándose el saco de su uniforme.

—Se te avecinan días difíciles, ¿eh? —le sonrió Francis con cierta tristeza.

—Sí, voy a empezar a faltar a las clases antes de lo previsto esta temporada. —Jaru se detuvo frente a Francis, quien seguía en su asiento—. Antes de ser su amigo, eres su escolta. Así que, o vas por él a su habitación, o le preguntas a su odioso hermano donde está —dijo, señalando a Pierre con la cabeza, quien comía en compañía de dos chicas—, pero no te puedes ir del palacio Alfa sin Julius.

Francis solo dio un largo suspiro, dejando que su compañero de habitación se fuera sin contestarle. Y es que, lo que Jaru no sabía, era que la noche anterior, había encontrado a Julius en la fuente, junto a Audrina y en un horario muy poco conveniente, el moderador había aceptado irse, esperando una explicación de la chica, y no quería ver a Julius antes de oír esa explicación. Lo malo era que, ni la chica de ojos bicolores ni su amigo se habían aparecido para desayunar esa mañana, y eso, más que preocupado, tenía a Francis consternado. El joven se debatía entre lo que quería y lo que debía hacer, cuando una mano se posó sobre su hombro.

La cara del moderador se iluminó al ver a Audrina sonreírle.

—¿Crees que puedas llegar tarde a tu primera clase? —preguntó—. Necesito hablar contigo.

Francis mordió su labio en desacuerdo, pero su mano se movió en un ademan, indicándole a la chica que tomara asiento.

Pierre salía del comedor, intrigado por ver a Francis solo y sin ninguna intención de ir a clases, pero no quiso indagar mucho. Necesitaba con urgencia recuperar su anillo, y para ello debía ser condescendiente con cierta ballena negra, quien ya lo esperaba afuera del comedor.

—Muy bien, Piercito bobito, ¿listo para ir a clases? —saludó Anetta.

—Por supuesto, pero más importante aún, según la carta que me mandaste ayer, hoy será nuestra segunda cita, ¿verdad?

—Así es, y va a ser memorable —sonrió la chica, colgándose de su brazo—. Ahora escóltame al salón de matemáticas.

Pierre no pudo evitar sentir que la vergüenza coloreaba su cara, al escuchar algunas risillas femeninas a su espalda.

—¿Es necesario que intentes dislocarme el hombro? —le preguntó a la morena con los dientes apretados, pero Anetta solo se limitó a soltar una alegre carcajada y decir en voz suficientemente alta:

—¡Ay Pierre, que ocurrente eres! Haces que me sonroje. —Esto provoco que las risas de las chicas aumentaran.

—¿Qué pretendes cerda azabache?, ¿comerte mi reputación?

—¡Pierre! —gritó Anetta de forma divertida—, entiendo tu interés, pero es demasiado pronto, ¿no crees?, además tenemos clases, deberás esperar hasta esta noche.

—¡Está bien, ya entendí!, cierro la boca —gruñó el chico y apresuró el paso.

Tras un desayuno un poco menos cuantioso que el del día anterior, Eddie y Gabriel se pusieron de pie, era hora de ir a sus salones de clases.

—¿Te veré para la comida? —preguntó el rubio.

—Claro, aunque no podré traer mucho, mis créditos se están acabando —respondió el joven con aire afligido.

Eddie tardó algunos segundos en digerir aquello, para después mostrarse triste y con remordimiento.

—¿Es mi culpa? —preguntó, mientras que su mano derecha acariciaba la abertura del lóbulo de su oreja.

—No, por supuesto que no —le respondió Gabriel—. Es solo que la comida del palacio Alfa es un poco cara, y he estado comprando para dos. La verdad es que todo sería más fácil si pudiéramos usar dinero, o si tuviéramos créditos ilimitados.

—Eso solo es posible si eres un profesor… creo —dijo el chico, tirando de su oreja.

—O si tuviera un datáfono —murmuró Gabriel.

—Ya debemos irnos.

—Vete tú, yo me quedaré unos minutos más —respondió el joven Leblanc, tomando asiento de nuevo en las escaleras de Luna y Plata.

—No llegarás a tiempo a tus clases.

—Si lo haré, no te preocupes —respondió con seguridad el trillizo.

Confiando plenamente en la palabra de su amigo, Eddie sonrió, y tras despedirse con un gesto de la mano, corrió hacia el área de salones. Una vez que Gabriel se vio solo, el joven uso la llave que Cecil le proporcionara, para entrar al teatro, donde, como ya era su costumbre, tomó asiento frente al espejo triple.

—Debería ir a clases —dijo el chico tímidamente, para después sonreír. Su mano, de forma involuntaria, llevó su cabello detrás de sus orejas—. “Más valen cinco minutos de suerte que toda una vida de estudios” —se respondió con una sonrisa.

El joven subió los pies en el asiento, ya abrazando sus rodillas, apreció las calcetas que llevaba ese día: Una rosa que tenía gatos verdes estampados y la otra azul chillante. Sin poder evitarlo, su mente evocó el recuerdo de Vera, ¿qué estaría haciendo la morena en esos momentos? ¿Lo extrañaría tanto como lo hacia él?

—No tengo ánimos de ir a clases —dijo con voz suave.

—“No vayamos entonces, no sería la primera vez que faltamos” —se respondió con aire divertido.

Gabriel duró más de diez minutos en esa posición, meciendo su cuerpo en un rítmico vaivén, la habitación estaba sofocada y el sudor formaba pequeñas perlas en su frente, sus parpados se sentían pesados y se cerraban contra su voluntad, mientras que su cerebro evocaba tiempos mejores. Sin saber en qué momento, Gabriel se quedó profundamente dormido.

Julius se encontraba acostado en su cama, mirando fijamente el techo, hace más de cuarenta minutos que se había quedado solo en aquella habitación, y hace más de veinte que planeaba ponerse de pie y tomar una ducha, pero sus ánimos estaban por los suelos y no sentía realmente ganas de nada, ni de levantarse siquiera. De repente, su boca sonrió, e incorporándose en la cama, se despojó de su camisa y su short, quedando únicamente en bóxer, su escuálido cuerpo resaltaba contra las sabanas verde botella.




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