Los Malcriados

Capítulo 36: Secreto enraizado

A partir de un mutuo acuerdo, Julius y Francis terminaron de vestirse y bajaron al comedor, tras una buena conversación superficial, decidieron cenar temprano y descansar, pues el día había estado lleno emociones, pero, como la plática se había vuelto amena, decidieron hacer un poco de sobremesa con un par de licuados de tres chocolates; así, mientras Julius sorbía ruidosamente del popote, Francis terminaba una explicación:

—En conclusión…

—En conclusión, le diste  mil vueltas y no me has contestado. La respuesta es sencilla cara-culo, debajo de tus bóxers hay pecas o no. —Francis se sonrojó hasta las orejas y, apretando los labios, se negó a contestar—. Eso me da a entender que sí tienes el culo pecoso, y ahora te diré culo pecoso. ¿Qué tienes, culo pecoso? ¿Te cayó pesada la comida, culo pecoso? ¡Rayos! Ya comienzo a olvidar tu verdadero nombre, culo pecoso.

—¡Bueno, ya cállate!… ¡si hay! —soltó al fin, el joven De Luca—, ¿es tan malo eso? —Julius estalló en risas, escupiendo el batido sobre la mesa—. ¡Eso es asqueroso, está saliendo por tu nariz!

—Tú tienes la culpa —replicó Julius entre risas—. No esperaba que te animaras a confesarlo.

—Estás insiste e insiste sobre lo mismo, ¿cómo no querías que te contara?

Julius limpió algunas lágrimas, mientras se ponía de pie, para tomar servilletas de una de las mesas de junto, ya que las propias se habían acabado.

—¿Sabes, Pecas?, es la primera vez que me desahogo sin… —Julius calló al instante, dándose cuenta de que estuvo a punto de confesar algo.

—¿Sin qué? ¿Sin golpear a alguien o hacer algún acto vandálico?

—¡No soy una bestia, mierda! Sé hacer otras cosas.

—Bueno, ¿qué ibas a decir?

—No sé. Es tonto, pero me da pena confesarlo, no tiene nada de malo, es solo que es algo que llevo tanto tiempo ocultándolo, que no sé cómo decirlo.

—Pues dilo y ya —dijo Francis, bebiendo de su vaso y restándole importancia a la situación, a lo largo de su convivencia con el chico, había descubierto que era la mejor forma de darle confianza.

—Me… —Julius tomó asiento y comenzó a limpiar el batido derramado—… Me… gusta…

—¿Te da miedo decirlo?

—¡Me gusta pintar! —soltó el trillizo.

—¿Enserio?

—Sí, bueno, no sé hacerlo ni nada, pero me gusta, me ha gustado desde chico.

—Y ¿lo mantienes en secreto?

—Sí, es tonto, pero… —Julius jugaba con las servilletas empapadas en licuado, mientras relataba, era más sencillo que ver los ojos avellana de Francis.

—Cuando era niño, tuve un curso de pintura en la escuela, y me gustó mucho, tanto que esa semana me gasté mi mesada en materiales, y tomando una sábana blanca del cuarto de Pierre, hice una pintura. Me sentía orgulloso de ella, sentí que era muy buena. —La cara de Julius se iluminó, como si volviera a tener diez años—. Quería mostrársela a mis padres, pero sabía que si les decía que yo la había hecho, me dirían que era buena y me felicitarían, así que inventé que era la obra de un niño de mi salón, que a mí me había gustado y que me había gastado mi dinero comprándosela. Así, mis padres podrían exponer su opinión sin ninguna clase de preferencia.

—Y ¿qué dijeron cuando la vieron?

—Se rieron. —La cara de Julius se ensombreció, el chico se encorvó hasta apoyar la barbilla en la mesa—. Me dijeron que había desperdiciado mi dinero, y que ese niño desperdiciaba su tiempo, pues era obvio que no había un ápice de talento artístico en él.

—Julius…

—¡Hey, está bien! Era lo que yo quería, ¿no? —dijo el chico recuperando su sonrisa, aunque esta se veía falsa—. Seguí pintando, pero ya no me atreví a decirle a nadie, quería que Minerva y Nicolás se tragaran sus palabras, así que tomé algunas clases a escondidas y practiqué mucho, la idea era mostrarles una obra maestra y decirles que había sido hecha por el mismo niño que ellos criticaron.

—¿Qué pasó después?

—Pues que no se aprende pintura en una semana, es algo que lleva tiempo, y los días se volvieron meses, y mi plan perdió interés, así que dejé que los meses se volvieran años hasta que el secreto se… —Julius entrelazó los dedos a la altura de su pecho, buscando una palabra que describiera lo que quería decir—… ¿cómo se dice cuando un árbol se aferra?

—¿Enraizar?

—Eso, el secreto se enraizó en mi y ya nunca lo saqué.

—¿Por eso querías entrar al salón  de la maestra Cerretti la vez que me golpeaste?

—Sí, quería tomar un poco de pinturas y desahogarme, pero llegaste y la cagaste, como es tu costumbre.

—Qué bueno que no lo hiciste, no creo que la profesora Cecil lo hubiera dejado pasar por alto.

—¡Qué le den por culo!

—¡Julius!

—Bueno, el caso es que  cada vez que me sentía mal, debía pintar para desahogarme. Esta vez fue la primera que logré sentirme mejor sin hacer un cuadro y fue gracias a ti, así que… bueno, gracias.

—Estás mariconeando, Leblanc —le dijo Francis en tono de burla.

—¡Por primera vez te digo algo bueno y sales con tus pendejadas, culo pecoso!

Tras dejar a Anetta en las puertas de la casa Omega, Pierre se dirigió al palacio Alfa, pensando en todo lo que le haría a Gabriel, nada mas al verlo. El trillizo descubrió la fina figura de Diáspora, sentada en una de las bancas que estaban afuera, cosa que lo detuvo al instante.

La chica miró como el joven se sentaba a su lado, para después girarse hacia el lado contrario, mientras se cruzaba de brazos.

—Mejor vete, Piercito traidor, no nos vaya a ver tu novia omega e intente golpearme.

—Antes que nada, debo decir lo hermosa que se ve tu silueta de sirena, recortada contra la luz de este bello atardecer.

Diáspora se giró hacia el chico, aunque mantenía su cara de puchero.

—Gracias, supongo.

—Anetta no es mi novia, es mi celadora.

Diáspora pestañeó varias veces, sin comprender muy bien el significado de aquella palabra.




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