Los Malcriados

Capítulo 38: Celos

—¿Cómo pudiste golpearte la boca antes que la nariz, si diste con una pared? —preguntó con suspicacia la enfermera que atendía la herida de Pierre.

—Así de pendejo está —respondió Anetta, ya que Pierre tenía algodón en la boca y no podía hacerlo.

—De cualquier forma, qué bueno que te ofreciste a acompañarlo, eres una chica muy amable. —Anetta sonrió con dulzura ante el halago.

—Te traeré unos analgésicos, ahora regreso. ¿Puedes cuidarlo en mi ausencia? —preguntó la enfermera a Anetta.

—¡No estoy invalido! —renegó Pierre, sacándose el algodón, pero fue ignorado.

—Por supuesto, ve tranquila, linda —Anetta se sentó en la camilla junto a Pierre—. Y bien, ¿cuál es el plan? —preguntó una vez que se quedaron a solas.

—¿Plan de qué?

—¿Cómo harás que la tal Vera regrese con el Gabo?

—¿Gabo? —repitió Pierre, extrañado de la familiaridad con la que Anetta hablaba de su hermano.

—Bueno, se llama Gabriel, ¿no? Gabo es un buen apodo.

—Si tú lo dices… No hay ningún plan, ustedes las omegas son criaturas muy extrañas que no actúan de forma natural.

—¿Te refieres a que no caemos rendidas a tus pies?

—¡Exacto!, ya tengo alfas y betas a mi disposición, no gasto casi créditos porque todo me lo invitan y siempre que ocupo diversión, hay alguien disponible. Pero, las omegas son resentidas, odiosas y agresivas, hasta tu asesora lo es.

—¡Qué asco! ¿No me digas que intentaste algo con Cecil?

—No, pero también me ataca, me ofende cuando puede y siempre está a la espera de que haga algo malo para castigarme.

—Ponte ese algodón en el hocico, estas sangrando otra vez.

—Como “hea” “po´ qué” “e” “ineresa” que…

—¡No te entiendo!

Pierre escupió el algodón, que se había empapado en sangre.

—¿Por qué te interesa ayudarme?

—¡Eso es asqueroso! —Pierre torció los ojos y poniéndose de pie, se acercó al lavamanos de la enfermería, para enjuagarse.

—¿Por qué me quieres ayudar? O ¿es un nuevo plan para joderme y que todo me salga mal?

—No, eso sería perjudicar a tu hermano y el no me ha hecho nada.

—Entonces, ¿puedo contar contigo de forma real?

—Para juntar a Vera y a Gabriel sí; para lo demás, no te emociones, Piercito sangroncito.

—¡Te lo compro! —le respondió Pierre aun dándole la espalda, por lo que Anetta no pudo apreciar su sonrisa.

Después de que las clases terminaran y cuando la noche ya cubría el plantel, Julius y Francis cenaban en la habitación de Audrina.

—… Y después de firmar el cuadro, me ladró algo de que me degradaría si volvía a robarle pinturas. —Julius terminó su relato con una carcajada.

—No es gracioso. —Francis le dio un largo trago a la soda que Audrina le diera.

—No lo es, pero creo que hiciste bien en firmar —terció la voz dulce de la chica, mientras acariciaba al pequeño corpus, que corría de un joven a otro, recibiendo caricias aleatorias—. Una pintura sin firmar es como un hijo sin padre, es triste e injusto.

—Dices cosas muy raras, Trenzuda —rio Julius—, pero admito que me sentí bien después de todo el verbo que tiró Cecil sobre lo buena que era la pintura, casi me lo creo.

—No lo digas como si la profesora Cecil hubiera mentido, la pintura era bastante buena —agregó Francis.

—¡Es una pena que yo reciba clases de arte en el salón del profesor Anthony, me hubiera gustado verla! —respondió Audrina, aplaudiendo.

—¿Te sientes bien? Te veo un poco desmejorada —le preguntó Julius a la chica.

—Es el calor, aquí está muy sofocado.

—¿Por qué no prendes el aire acondicionado? —pregunto Julius, levantándose de la alfombra, para tomar el control del aparato.

—No tenemos créditos suficientes —respondió Audrina con tranquilidad.

—¡¿Cobran créditos por prender el aire?!

—Solo en la fraternidad Beta, los aires cuentan con un medidor de créditos aquí. En Alfa es gratis y en Omega no tienen aire acondicionado, deben conformarse con ventiladores —explicó Francis.

—¡Qué cagada!

—¡Julius!

—¡Es injusto! ¡Aquí la Trenzuda se está desmayando del calor y tú tienes que usar los suéteres de tu abuela en tu cuarto porque, como es gratis, no lo pagas! ¡Vaya si que eres gorrón, Pecas!

—¡Julius, que impertinente eres!

—¡Es neta aunque te duela!, mira las ojeras de Aud… —Julius dejó la palabra a medias, al ver que Audrina se desvanecía, cayendo con peso sobre la alfombra—. ¡Azotó la res! —gritó el chico, precipitándose hacia Audrina para confirmar su estado—. ¡Pecas, llama a enfermería!

Pero Francis se quedó en su lugar, con cara de preocupación.

—¡Muévete cara-culo!

—No podemos hacer eso. Si llamamos, descubrirán que estamos aquí, en el cuarto de las chicas.

—Y ¿qué supones que hagamos?, ¿dejar que se muera? ¡Hazte a un lado mierda! —Julius tomó el teléfono de la habitación, pero Francis se lo arrebató—. ¡¿Cómo puedes ser tan ojete?!

—Vete —le ordenó Francis con un nudo en la garganta—. Ya tienes muchos problemas como para que te encuentren aquí, yo llamaré.

—¿Te atreverás? —Julius miró con ojos de admiración a su superior.

—Sería mi primera amonestación, ahora vete.

—No hay necesidad —dijo Audrina, incorporándose lentamente.

—¡Trenzuda! —Julius se agachó hasta la chica y la tomó de las manos—, ¿estás bien?

—Fue solo un desvanecimiento momentáneo, no hay necesidad de alarmarse. —Su frente mostraba pequeñas gotas de sudor y sus ojos se veían profundos y ojerosos.

—Creo que necesitas descansar —resolvió Francis—, vámonos Julius. —El moderador parecía extrañamente molesto.

—No quiero dejarte sola —le dijo Julius a Audrina, aun tomando sus manos.

—Vete sin pendiente, Violeta no tarda en subir del comedor.

—¿Quién es esa?

—Mi compañera de habitación —respondió la chica, con una sonrisa.




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