Los Malcriados

Capítulo 39: Añoranza

Cecil informó a los hermanos Leblanc que su castigo estaba a punto de ser revocado, solo era necesaria la aprobación de los alumnos escoltas. Francis estaba orgulloso del cambio de Julius, por lo que su respuesta era más que positiva, mientras que Anetta, pidió una tarde más al lado de Pierre, para tomar su decisión, esa tarde sería el sábado de la primera semana de mayo, el segundo mes de clases.

Por u parte, y ajeno a los problemas de sus hermanos, Gabriel gastaba créditos a manos llenas, comprando comida del palacio Alfa para Eddie y galletas de violetas para Hisoka, pues estos artículos solo podía obtenerlos él, por ser de la fraternidad Alfa, gracias a su “generosidad” el chico se había ganado la lealtad de sus subordinados, así, mientras que Márcial planeaba una venganza, Gabriel daba lo máximo de si en el teatro, pues el estreno del Flautista de Hámelin ya estaba en puerta.

Era un viernes en la noche, cuando la puerta de la habitación 109 del palacio Alfa fue golpeada suavemente.

—¿Si? —preguntó el castaño, al abrir.

—Buenas noches. ¿Está Julius? —preguntó Francis.

—¡Si estoy! —gritó el trillizo, levantándose de la cama y precipitándose hacia la puerta—. Aun lado, cara de caballo —le dijo a su compañero, empujándolo con brusquedad.

—Ponte zapatos, necesito que me acompañes —le dijo el moderador al joven.

—Vamos así —respondió Julius, cerrando tras de sí.

—Estamos yendo al despacho de la profesora Echábarri, no vas a ir descalzo.

—¡Hace calor, pecas!

—Lo sé, y más en la oficina de la maestra Edna, ahí no se prende el aire nunca, pero de igual forma, cálzate. —De mala gana, Julius regresó a la habitación.

—Que poco duró tu cita —le dijo Pierre desde el espejo, donde se aplicaba una crema exfoliante.

—Solo vine por zapatos, retazo de mierda metrosexual.

—Búrlate, pero si hicieras algo de lo que yo hago, conquistarías algo mejor que un moderador pecoso.

—¿Cómo un profesor? —se mofó Julius, sintiendo el peso de la mirada de Pierre a través del espejo—. No me creas, pero se rumorea que esas clasecitas que te da la Ortuño no son de hierbas, precisamente.

—¡Qué te valga mucha mierda que hago o no con la profesora! —le gritó Pierre.

—Ya nos estamos entendiendo, que a ti te valga también que hago yo, ¿estamos?

Pierre se giró de nuevo y continuó con su actividad como si no hubiera escuchado nada. Tras ponerse sus tenis, de los que ya se asomaban dos dedos, Julius siguió a Francis hasta salir del palacio Alfa.

—Y ¿qué vamos a hacer con Edna? Hasta donde sé, no he hecho nada malo.

—Me agrada el entusiasmo con el que lo dices. Efectivamente, no te has portado mal. Esto es una sorpresa, pero será una agradable, te lo aseguro.

Por otra parte, un nuevo ensayo terminaba en Luna y Plata, y los alumnos comenzaban a dispersarse.

—¿Cómo te has sentido? —preguntó Cecil a Gabriel.

—Bien, supongo. ¿No debería?

—Claro que sí y me da mucho gusto oírlo, ya sabes que en el momento en que quieras hablar, estoy siempre disponible para ti, además de que aquí tienes un refugio.

—Sí, gracias a usted —respondió Gabriel, palpando la llave que descansaba en su bolsillo.

—Bueno, si no hay más que decir, me despido —dijo la maestra extrañamente tensa—. ¡Adiositos y cerezas!

Una vez que todos se hubieran retirado, Gabriel regresó al lugar y utilizando la llave, extrajo el datáfono de las calcomanías del escritorio de Cecil y volviendo a las escaleras, se dispuso a esperar a Eddie y Hisoka.

Gabriel había resuelto que quedarse permanentemente con el datáfono era peligroso, pues Cecil notaría su ausencia, así que lo tomaba cada vez que lo necesitaba y al desocuparlo, lo regresaba a su lugar.

Mientras esperaba, el joven tomó su flauta y la puso en posición para empezar a tocar, sin embargo, en el último segundo, su mente se ofuscó, olvidando la nota inicial del “Jardín olvidado”.

“¿Todo bien?”

—No recuerdo… no recuerdo como inicia el Jardín olvidado.

—Es una canción que te recuerda a Vera, no la has tocado desde que… bueno, desde que pasó lo que pasó, es lógico que no la recuerdes tan fácilmente.

—Es que no es solo la canción, ayer no podía recordar donde había dejado una libreta y antes de eso, olvidé el nombre de una tía, el cual intentaba recordar para un trabajo de la clase de Edna…

—Son boberías, cosas que todo el mundo olvida, deja de preocuparte por todo.

—No lo sé, esto comenzó a partir de que...

—¿De qué, Gabriel? ¿A partir de que llegué yo? ¿Intentas decir que es mi culpa? ¡¿Insinúas que mientras yo me fortalezco tú te debilitas?!

—No dije eso.

—¡Pero lo pensaste! ¡Y recuerda que tus pensamientos no son un misterio para mí!

—Eso es otra cosa que me molesta. ¿Por qué puedes leer mis pensamientos y yo no sé lo que piensas tú?

—Si te respondo eso, te asustarías, pequeño Gaby, mejor déjalo así.

—Prefiero saber… —Las palabras de Gaby fueron interrumpidas por ruidos en los arbustos cercanos—. ¿Quién está ahí?

—Tranquilo —le dijo una voz aguda— ¿Tú eres Gabriel Leblanc?

—¿Q-quien p-pregunta?

Un joven alto y rubio salió de entre las sombras y con una amplia sonrisa que dejo ver unos dientes grandes, respondió.

—Me llamo Diego, Diego Chastain, y te tengo un mensaje.

—¿Mensaje? —Gabriel se puso de pie, hasta pararse de frente con el recién llegado, quien portaba uniforme de la fraternidad Omega.

—Escucha con atención… —En un movimiento ágil y agresivo, Diego estampó su puño contra la cara de Gabriel, quien dio varios traspiés antes de caer de espaldas.

El joven rubio se posicionó sobre Gabriel y tomándolo de la solapa volvió a golpearlo, provocando que la sangre comenzara a brotar. En un intento de zafarse del agarre, Gabriel pateó a Diego alejándolo un poco de él.




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