Los Malcriados

Capítulo 40: Pelea sin caretas

La burbuja de incertidumbre que sentían Pierre y Julius reventó nada mas al entrar a la habitación donde Gabriel descansaba en una cama, provocándoles un extraño cansancio que descendía de sus cabezas a los pies. Ambos chicos se quedaron de pie, sintiendo indignación y coraje por igual.

—¿Quién… ¿quién hizo esto? —preguntó Pierre, sin dirigirse a ninguno de los profesores asesores en cuestión, pero esperando que cualquiera de los tres contestara.

—Alguien sin corazón, evidentemente —respondió Cecil, quien sostenía la mano de Gabriel, sentada a su lado como si de su madre se tratara.

—De hecho, necesitamos hablar con ustedes con respecto a ese tema —agregó Vincent.

—Y ¿por qué lo dices en ese tono? —le espetó Julius con ira—. ¿Insinúas que alguno de nosotros lo hizo?

—Es obvio que no fueron ustedes, pues Pierre estaba en su habitación y tú con tu “amiguito” cuando esto sucedió, pero no descarto la posibilidad de que alguno lo haya mandado a hacer.

—¡¿Qué mierda te pasa?! —le gritó Julius al profesor.

—¡Modera tu vocabulario! —gritó de vuelta Vincent.

—¡Entonces tu modera la mierda que te sale por la boca!

—¡Basta! —gritó Cecil con la voz entrecortada—. Por favor, Vincent, no puedes pensar de verdad que uno de ellos le hizo esto a Gaby, claro que es verdad que Julius atacó con fresas a Pierre, sabiendo lo de su alergia, y es cierto que todos en la escuela son testigos de cómo se ofenden, se golpean y se humillan entre ellos, pero, ¡por Dios!, ¡son hermanos!

Pierre miró con desprecio a la profesora, asqueado por su forma enredada de hablar, mientras que con sus palabras los liberaba de culpa, provocaba que los demás los condenaran.

Julius se abrió paso entre los profesores, hasta llegar a Gabriel, quien tenía la cara amoratada y respiraba con dificultad, había necesitado algunos puntos en su ceja, lo que le provocaría una cicatriz permanente. El joven sintió un nudo en la garganta que le llenó de lágrimas los ojos.

—¿Cómo pueden pensar que podríamos hacernos esto entre nosotros? —dijo, con los dientes apretados—. Sí, nos caemos mal, nos ofendemos y nos hemos llegado a golpear, pero, ¡jamás seriamos capaces de llegar tanto!

—Por supuesto que no, pero es obvio que alguien quiere que los demás piensen que si —dijo Pierre, mirando directo a Cecil.

—Ustedes no están aquí para hacer acusaciones —interrumpió Edna, quien se había quedado callada hasta ahora.

Pierre desvió la mirada hacia su hermano.

—¿Por qué está dormido? —preguntó, temeroso.

—No está dormido, ¡está inconsciente! Tuvieron que sedarlo.

—Quiero que nos dejen a solas con él. —Las palabras de Pierre fueron mas una orden que una petición, lo que no le gustó al asesor de Beta.

—¡No los vamos a dejar a solas con él. De hecho, solo dejamos que lo vean porque es el protocolo, pero a partir de este momento ustedes tienen prohib…

—¡No nos va a prohibir ver a nuestro hermano —gritó Pierre, haciéndole frente a Vincent.

—¡Cuidado, niño! ¡Si tu hermano no ha podido conmigo que te hace pensar que tú sí podrás!

—¡Porque yo tengo una forma muy diferente de pelear, profesor! —interrumpió Pierre—. Yo no me iré sobre usted con los puños, ni lo voy a tutear, yo voy a usar mis influencias y si de algo me va a servir apellidarme Leblanc va a hacer para hacer valer mis derechos.

—¡Por favor! —gritó una mujer de bata blanca, entrando a la habitación—. ¡Tengan un poco de respeto por el paciente!, si van a discutir, háganlo afuera. —La mujer de tés bronceada y cara curtida por la edad, se acercó a Gabriel, para comprobar su estado.

—¿Qué no sabe quiénes somos nosotros! —le dijo Vincent a la mujer.

—Claro que lo sé: una bola de impertinentes groseros y sin consideración por un convaleciente, ahora los quiero a todos fuera de esta habitación.

—Yo soy Vincent Vogel y…

—¡Y yo me llamo Teva Fleury, mucho gusto! ¡Ahora lárguese, que aquí ningún cargo vale más que el mío!

De mala gana, Vincent salió de la habitación, seguido de las dos profesoras y los hermanos Leblanc.

—¿Quién era la vieja? —preguntó Julius.

—Teva, la doctora del colegio.

—Ella no me atendió cuando estuve aquí —comentó Pierre.

—Porque lo tuyo no fue grave —respondió Edna—, una enfermera fue más que suficiente para administrarte antihistamínicos y suero, pero tu hermano tiene golpes graves, fue necesaria la intervención de la doctora Fleury. —Pierre suspiró con fuerza y dirigiéndose a la salida, alegó que necesitaba aire fresco, Edna iba a protestar, pero Cecil la contuvo.

—Déjalo, el pobre chico necesita despejarse. También tú deberías ir a dar una vuelta Julius.

—¿Para que hablen de nosotros? ¿De lo malcriados que somos y de lo que harán con nosotros? No Gracias, me quedo aquí. —Cecil le dedicó una sonrisa enigmática al chico que no hizo sino enfurecerlo más.

Pierre paseaba fuera del hospital, cuando descubrió una persona que se acercaba entre las sombras.

—¿Quién está ahí? —preguntó un poco temeroso de que se tratara del agresor de Gabriel, su corazón se relajó al darse cuenta de que era una mujer, y volvió a acelerarse al comprobar que se trataba de Vera Fontaine—. ¿Qué haces aquí? —preguntó, incrédulo.

La chica desvió los ojos, irritados por el llanto contenido.

—Quiero ver a…

—¿Quieres ver a Gabriel? —preguntó el joven con una sonrisa.

—Bueno, sí. Aunque no es tu problema.

—No, no lo es, aunque si el tuyo. No podrás pasar con el trió de las tinieblas ahí dentro. —Vera no pudo evitar reír ante el comentario, aunque se repuso rápidamente.

—Como sea, sigo molesta contigo y con tu hermano, es solo que, bueno, me enteré de lo que le ocurrió y quería informarme de su salud. —La chica terminó la frase justo a tiempo para que un nudo en la garganta no quebrara su voz.




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