Los Malcriados

Capítulo 41: Visitas

El reloj de la pequeña sala anunciaba las tres de la mañana, cuando Vera sacudió suavemente a Pierre por el hombro, para despertarlo.

—¡Solo hazlo más abajo! —balbuceó el trillizo, saliendo de su estupor.

—¿Qué?

—Nada, soñaba con… con algo. ¿Cómo está Gaby?

—No despertó, supongo que por los sedantes, de cualquier forma, ya debo irme a mi dormitorio.

—Está bien. Yo iré con él, para que no se quede solo.

—Pierre…

—Dime. —El chico se puso de pie, con los ojos aun entrecerrados.

—Gracias por dejarme ver como estaba Gaby.

—Como sea. Descansa.

—Una cosa más… —La morena comenzó a jugar con uno de sus mechones, claramente incómoda.

—¿Si? —respondió el chico, sacando un estuche diminuto de su bolsa y colocando una pequeña lamina muy similar a un acetato en su lengua.

—No le digas a Gaby que estuve aquí. —Pierre apretó la boca, claramente molesto—. Sigo molesta con él, y aunque eso no quiera decir que no lo perdonaré en un futuro, no quiero que piense que…

Pierre sonrió, adivinando lo que quería decir la chica.

—No quieres que Gabriel piense que lo perdonas por lástima.

—Así es. Dejémoslo que batalle un poco más —dijo Vera, devolviendo la sonrisa al trillizo—. Aun creo que eres un puberto depravado.

—Y yo aun pienso que eres una beta ventajosa.

Una vez a solas, Pierre se dejó caer en la silla, al lado de la cama de Gabriel, donde su hermano dormía pesadamente.

—¿Qué le hicieron a nuestro bello rostro? —dijo con pesar, mirando las heridas de la cara de su hermano.

Sin saber en qué momento, Pierre se sumió en un sueño profundo, del cual no despertó, hasta que el sol hirió sus ojos a través de los parpados.

—…no te detengas hasta que… —dijo, dando un pequeño respingo.

—¿Hasta qué que? —preguntó Gaby con una sonrisa.

—Ya estás despierto —Pierre se talló los ojos, para desperezarse.

—Desde hace media hora, la doctora ya vino a ver como seguía y me dio medicamentos, no tardan en traerme desayuno.

—¡Y yo aquí dando espectáculo! —se quejó el joven, poniéndose de pie y limpiando un hilillo de baba seca que surcaba su mejilla. Tras unos segundos de incomodidad, Pierre se acercó a Gabriel, sentándose en el filo de la cama.

—¿Quién te hizo esto, Gabriel?

—Ya no importa —respondió el joven, bajando la mirada y sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas—. ¡Ya pasó!

—¡Ningún “ya pasó”! —le gritó Pierre—. ¡No vamos a dejar que un imbécil mancille así a un Leblanc y se quede sin castigo! ¡Es un insulto a nuestro apellido!

La cara de Gabriel se ensombreció.

—Claro… nuestro apellido es lo que importa —dijo con voz apagada.

—No quise decir eso… bueno, sí, claro que nuestro apellido importa, pero también me refería a… es decir… ¡eres un idiota, Gabriel!

—Sí, soy un idiota, un llorón, un joto y todo lo que se les antoje. ¿Algo más, Pierre? ¿Qué más tienes que decirme? ¿Para esto te quedaste aquí?

—¡Claro que no, reverendo imbécil! ¡Me quedé para cuidarte!, ¡pero estas tan ocupado sintiendo lástima por ti que no te das cuenta!

—Discúlpame, Pierre, pero tú y Julius son muy buenos ocultando que se preocupan por mí. Cuando te vi dormido en esa silla, hasta temí que estuvieras aquí para burlarte.

—¡Estás pendejo! —le gritó Pierre precipitándose hacia la puerta y dejando solo a Gabriel.

—¡Vaya! Tiene su genio nuestro hermanito, ¿eh?

—Mi hermano —corrigió Gabriel a Márcial—, y no quiero hablar contigo.

—Nuestro hermano, porque tú yo somos uno mismo —corrigió ahora Márcial—, y ten cuidado de correrme, no querrás verte completamente solo. Ya no tienes a Vera, ya no tienes a tus hermanos, ¡no es que les hubieras tenido alguna vez, claro!

—¡Y tampoco te tengo a ti! ¡Recuerdo perfectamente haberte llamado cuando me estaban golpeando y tú no me ayudaste!

—Gaby, mi inocente y dulce Gaby, soy una voz en tu cabecita desquiciada, ¿qué querías que hiciera? —rio Márcial.

—¡Al menos no te hubieras burlado! ¡Oí tus risas cuando…!

—Sí, lo admito, fue gracioso. Pero eso ya pasó, ahora pensemos en cómo le podemos echar la culpa de esto a tus hermanos.

—No creo que sean culpables —se quejó Gabriel, secando su llanto.

—¡Por eso debemos pensar la forma en que parezca que si!

—No quiero culparlos, no quiero vengarme… ya no quiero hacer nada de lo que tú me dices, me estás metiendo en muchos problemas y…

—¡Yo solo hago lo que es mejor para nosotros, niño idiota!

—¡Pues no me está yendo mejor desde que te obedezco!

—¡Es porque sigues metiendo esa enorme nariz que tienes en todo! ¡Si me dieras el control total esto acabaría en un par de días!

—¿Acabar qué? ¿Qué quieres decir? ¡¿Qué es lo que planeas exactamente, Márcial?!

—Calla, alguien viene.

—¡Abran o les tiro la puerta de una patada! —se escuchó afuera de una habitación del tercer piso del palacio Alfa.

—Dime que no es Julius Leblanc —rezongó Jaru desde su cama.

—Parece que sí. —Francis se puso de pie, para abrirle al trillizo, quien llevaba una bandeja con desayuno.

—¡Tengo media hora tocando y no abren, ingratos!

—Julius son las nueve, Jaru y yo nos desvelamos bastante, ¿qué ocurre?

—¡Quiero desayunar contigo! —respondió el chico precipitándose hacia la cama, llevaba un short corto color verde musgo y una camisa azul desmangada, con ese conjunto se podía apreciar lo delgado que era, aunque Francis debía admitir que también era tierno.

—¡Francis, lleva a tu novio a otro lado, necesito dormir! —le pidió Jaru desde debajo de una manta.

—¿Qué hicieron anoche? —pregunto Julius con cara de incertidumbre—… ¡Puercos! —gritó mientras sacaba conclusiones.




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