Los Malcriados

Capítulo 42: El velo se rasga

Ya habían desayunado en un restaurante del jardín Esmeralda, y ahora se encontraban en una nevería, disfrutando de un par de lirios de wafle con tres bolas de nieve cada uno, y pese a que Anetta había intentado provocar a Pierre en varias ocasiones, este se mostraba huraño e indiferente.

—No esperaba que fuera la mejor cita de mi vida, ¡pero al menos esfuérzate! —le dijo.

—Lo siento, ballena mía, pero creo que no pudimos escoger peor día para la cita.

—¿Pasa algo? —Pierre asintió, dándole un pequeño bocado a su nieve de fresa—. ¿Quieres contarme? —El chico ladeó la cabeza, sin saber que decir—. Vamos, díselo todo a mamá Anetta.

Pierre sonrió con desanimo, mientras le relataba lo ocurrido con Gabriel y con Vera, la noche anterior. Anetta duró algunos segundos callada, después de que el chico terminara.

—¡Di algo! —exigió Pierre.

—¿Qué te puedo decir?, es un gusto ver que te sigues preocupando por tu hermano, aunque es bastante rara tu forma de expresarle cariño.

—Nunca nos hemos expresado cariño, estamos acostumbrados a insultarnos y hacernos daño y de alguna forma, el cariño pasa a segundo plano, pero eso no significa que no esté ahí.

—Yo tengo dos hermanos, y siempre nos decimos lo mucho que nos queremos cada vez que nos vemos, pese a que también nos molestamos.

—Estoy hablando de mi vida, céntrate y no me hables de la tuya —pidió Pierre—. Lo que me preocupa es  lo sensible y agresivo que ha estado Gabriel últimamente, es como si alguien lo estuviera envenenando.

—No huyas de tu responsabilidad. ¡Claro que alguien lo ha estado envenenado: tú y tu hermano! O ¿qué querías?, ¿qué el pobre Gabo se quedara callado y bajo tus zapatos toda la vida?

—No me entiendes, se nota la influencia de “alguien”.

—Bueno, supongo que cuando le reconcilies con la tal Vera, todo se va a solucionar.

—Dijiste que me ayudarías con eso.

—Y estoy en pie, pero primero, tienes que explicarme que pasó. Dijiste que Vera y Gabriel se habían separado por tu culpa, explícamelo. —La sonrisa de Anetta fue más que evidente, pues no creía a Pierre capaz de confesar lo del cambio de papeles con su hermano.

—No es de tu incumbencia.

—Lo es, si quieres que te ayude. La pregunta aquí es, tú ¿quieres ayudar a Gabriel para alivianar tu pesada conciencia o porque te preocupas por tu hermano?

—Ambas, aunque más la última.

—Entonces dime, ¿qué fue lo que pasó?

—¡No te lo voy a decir, gorda morbosa! —exclamó Pierre, estampando su mano en la mesa.

—Entonces no solo no te voy a ayudar a reconciliarlos, sino que yo misma me encargaré de que Vera jamás perdone a Gabo —dijo la chica, poniéndose de pie y saliendo del local.

—¡No puedes hacer eso! —le gritó Pierre, detrás de ella—. ¡Dijiste que no le harías daño a Gabriel porque él no te había hecho nada!

—¡Si, pero es más la necesidad de hacerte daño a ti que mis buenas intenciones!

—¡No lo hagas!

—¡Lo haré! ¡Claro que lo haré y ahora mismo! —aseguró la chica, dirigiéndose a la casa Omega.

—¡Está bien! —gritó Pierre—… te explicaré.

Anetta se giró hacia el chico, y cruzándose de brazos se dispuso a escuchar una mentira elaborada de parte de su cita, pero en su lugar y para su sorpresa, Pierre confesó la verdad.

—Cambié de lugar con Gabriel —dijo—, fui a una cita por él con Vera, y cuando ella me descubrió, dije que la idea había sido de mi hermano, cuando en realidad… —La cara de Pierre se tornó roja, como nunca lo había hecho antes y la boca le sabía a bilis.

—¡¿Cómo pudo ser eso, si tú, todo el tiempo debías estar conmigo, como tu escolta que soy?! —le cuestionó Anetta, fingiéndose ignorante de la situación.

Pierre se mordió el labio sin contestar.

—Dime, Piercito pendejito. ¡Quiero la verdad!

—Obligué… obligué a Gabriel a fingir que era yo e ir a una cita contigo… a la primera cita, para ser precisos.

Anetta se quedó en blanco ante la sinceridad de Pierre, no se le ocurrió ningún insulto, ninguna broma o algún ataque. No entendía como aquel chico tan despreciable, superficial y tan odiado por Cecil, acababa de confesarse culpable de un crimen, ¡y vaya crimen! Y todo por ayudar a su hermano. Cuando Anetta se dio cuenta de todo esto, cayó presa de un remordimiento extraño.

—¡No… no, no, no! —gritó la chica—. ¡Tú no eres así!, ¡tú eres malo, tú eres superficial y horrible, y yo debo odiarte y destruirte!

—¡¿De qué hablas?!

—¡Qué no debes ser bueno o yo no podré hacerte daño!

—Y ¡¿por qué quieres hacerme daño?! —le espetó el chico, con indignación creciente.

—Yo debo hacerlo… ¡es mi misión! Y tú...

Pierre entornó los ojos, entendiendo las palabras de Anetta y a su mente vinieron las frases de Cecil de la noche anterior.

—¡Todo fue planeado! —gritó—. ¡Desde el primer día aquí, cuando Cecil me quitó mis créditos, hasta su primera clase, cuando me puso en equipo contigo! ¡Ustedes planearon todo para hacerme claudicar en esta escuela!

Anetta se mordió un labio sin saber que decir.

—¡Por eso esa perra me ha impuesto tu presencia!, ¡para que me destroces los nervios! ¡Por eso eres mi compañera en clase!, ¡por eso eres mi escolta! ¡Por eso me pediste estas citas! ¡No es porque te gusto!

—Ten a tus amigos cerca… —dijo la chica, fingiendo una sonrisa de inocencia—… y a tus enemigos…

—¡¿Y por qué carajos soy tu enemigo?!

—No eres mi enemigo, no tengo nada en contra tuyo, solo obedezco ordenes.

—¡Esto es indignante! Y bastante extraño, ¡¿por qué Cecil me considera su enemigo?!

—¿Sabes qué?, estás gritando mucho y estamos en una zona muy visible, digamos que no soy el único peón de Cecil, ella tiene muchos oídos y ojos aquí, así que hablemos en otro lado más discreto. —Anetta tomó de la mano a Pierre y comenzó a guiarlo.

—¿Por qué debo confiar en ti?




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