Los Malcriados

Capítulo 43: Trato

Pierre y Anetta acababan de llegar a la parte trasera del teatro Luna y Plata, donde Vera le golpeara la entrepierna una vez al trillizo.

—Este lugar me desagrada —dijo el chico, sacando su pequeño estuche, y poniendo una lamina transparente en su lengua, para guardarlo después.

—Pues es el mejor lugar que conozco para platicar sin miedo a hacer oídos. Tú dirás.

—¡Cómo sea! —Pierre se cruzó de brazos y miró fijamente a la chica—. Espero tu explicación.

Tras un largo suspiro, Anetta comenzó:

—Antes que nada, quiero que entiendas que ser omega en este lugar no es fácil.

—Lo supongo.

—Pues, suponer es poco, ¡no tienes una idea! No solo es un uniforme feo y malas comidas, siempre llevas las de perder al discutir con otro alumno de mayor rango, los profesores son hoscos y groseros, no tenemos aire acondicionado o camas cómodas, ¡ni siquiera hay computadoras en nuestras habitaciones!

—Sin mencionar que tienen que trabajar por créditos extras. Ya me sé el cuento, ¿quieres que saque un pequeño violín y lo toque para ti?

Anetta apretó los puños molesta, pero entendía la posición del chico.

—Hay una forma de hacer tu vida aquí mucho más sencilla y llevadera: ponerse al servicio de un  profesor. Hacerle favores personales puede hacer que ellos te remuneren con algunos créditos extras.

—¡Y tú estás al servicio de Cecil!

—Sí, pero jamás he hecho algo de lo que me pueda avergonzar.

—¡¿Enserio?! ¡¿Hostigarme, humillarme públicamente y robarme no son motivos de vergüenza?!

—¡Tú te ganaste todo eso a pulso, mi Piercito pendejito! Tú también fuiste…

—¡Yo me porté bien contigo en un inicio!

—¡Intentando seducirme!

—¿¡Quien quisiera seducir a semejante tanque!?

—¡Y ahí vas de nuevo!

Pierre suspiró con fuerza y apoyó sus manos en la pared, esta despedía el calor acumulado a largo del día, por lo que la sensación fue molesta.

—Escucha —dijo Anetta a su espalda, suavizando la voz—, la verdad es que yo te provoqué y tú me la pusiste muy fácil, pero no ha sido todo esto por mi gusto.

—¿Entonces? —Pierre se giró hacia la chica.

—Desde antes de iniciar el ciclo escolar, la maestra Cecil me puso al tanto de tu llegada y me dio las bases para hacerte la vida muy difícil en Nuestra Señora de las Tierras.

—¡¿Qué tienen contra mí?!

—Yo nada, pero creí que eras un chico pedante y presumido, y supuse que lo merecías, además, me he ganado créditos extras con esto. Pero ahora, con lo de Gabo, me demuestras que, aunque si eres horrible, también tienes cosas buenas, y ya no me siento cómoda haciendo lo que hago.

—¡Pues deja de hacerlo!

—Ese es el punto, ya se lo he dicho a Cecil y ella no me deja parar, me sigue hostigando para que te moleste… y si me pongo en su contra…

—¿Es una enemiga poderosa?

—No tienes una idea.

—Créeme que sí. Lo que no entiendo, ballena mía, es que tiene Cecil Cerretti contra mí.

—No es solo contra ti, los quiere a los tres fuera del colegio.

—¡Bueno, pues no le va a salir!, pero, la pregunta aquí es: ¿qué harás al respecto?

—Decirle a Cecil que yo ya no juego. Te dejo en paz y me salgo de todo esto. —Anetta sacó del bolsillo de su saco el anillo de Pierre y lo extendió hacia este.

Tras meditar un poco, Pierre negó con la cabeza.

—Creo que es más fácil mantener a Cecil contenta si cree que me sigues fastidiando.

—¿Qué significa eso?

—Conserva el anillo y sigue como hasta ahora, necesito a Cecil con la guardia baja, para investigar que se trae contra los Leblanc.

—Yo preferiría…

—Sería una forma de compensar el daño que has hecho, además… además, digamos que me he acostumbrado a tu horrible compañía.

—No me enamoraré de ti —respondió la chica, guardando el anillo y extendiendo su sonrisa.

—Lo harás, y cuando ocurra te romperé el corazón, pero hasta entonces, seamos amigos.

—Trato hecho. —Para sorpresa de Pierre, Anetta se quitó un anillo de madera que tenía en su dedo anular y lo extendió hacia el chico.

—Toma, es para que no extrañes tanto el tuyo.

Sonriendo, Pierre aceptó aquella prenda y con gusto, lo colocó en su dedo pulgar, donde le quedó un poco flojo.

—¿Amigos? —preguntó la chica, extendiendo su mano.

—Amigos.

Anetta y Pierre estrecharon sus manos, mostrándose por primera vez sinceros.

A una semana de la hospitalización de Audrina, la noticia se había propagado rápidamente por el colegio, y es que la chica irradiaba tanta paz y optimismo, que era querida por propios y extraños. Las visitas a la pequeña habitación de la joven Mercier se seguían unas tras otras y solo cesaban para dejar descansar a la joven de mirada heterocromática.

Durante esa misma semana, el castigo de las escoltas asignadas se había levantado, y ahora Pierre contaba con mucho más tiempo para dedicárselo a Olethea, lo que se le remuneraba en créditos y regalos. Por su parte, Anetta seguía molestando a Pierre en público, pero ambos sabían que era solo teatro, para mantener las apariencias frente a Cecil.

Gabriel, además de sus heridas, tenía una costilla rota, lo que no le impidió salir del hospital al cabo de esa semana, pero su actividad física debía ser cuidadosa y lenta, ya que tardaría algunos meses en recuperarse, el golpe más fuerte para el chico fue saber que no podría representar al flautista de Hámelin en la obra de la escuela, aunque esto empezaba a pasar a segundo término; Eddie y Hisoka comenzaban a preocuparse por él y buscar su compañía además de los créditos, aunque ambos odiaban cuando Márcial aparecía y comenzaba a dar órdenes.

A pesar de ya no ser la escolta de Julius, Francis seguía pegado al chico, como aquella media mañana de lunes, en que ambos comían un par de emparedados, mientras paseaban por el jardín Esmeralda, mirando los escaparates y esperando a que se dieran las once y media para regresar a clases.




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