Los Malcriados

Capítulo 44: Beso sabor a fresas

Julius y Pierre se encontraban sentados en la fuente del jardín Esmeralda, se sentían incómodos de estar juntos en público, pero eras necesario hablar, por eso uno rechazó almorzar con el moderador de las pecas y el otro no pudo asistir a sus clases particulares de botánica.

—¿Entonces? —preguntó Pierre.

—¿Qué?

—Hace una semana hablaste con mamá y papá, pero después pasó lo de Gabriel y ya no conversamos de eso, además yo tampoco te expliqué de mi enfrentamiento con Cecil.

—Te la pasas enfrentándote a ella —rio Julius—, ¿qué tendría de especial otra bronca más?

—Cecil me dijo que nos odia, a los tres por igual. —La cara de Julius se torno seria—. Si —prosiguió Pierre—, a Gabriel también, a él, que lo tiene en su clase de actuación y que lo trata con favoritismo en su salón, ¿no te parece sospechoso?

—Lo quiere cerca —resolvió Julius.

—Lo mismo pensé. A nosotros es fácil atacarnos a distancia, pero a Gabriel lo está atacando de cerca… incluso he llegado a pensar que fue ella la que lo mandó golpear.

Julius se puso de pie molesto.

—¡Yo también lo creo! —Julius revolvió su cabello, notoriamente frustrado—. ¡Diablos! ¡Yo se que fue ella! ¡Y se a quien mandó a hacerlo!

—¿A quién?

—Yo me encargo del bastardo, tú tranquilo.

—Bueno… —respondió Pierre, no muy convencido—. Eso no es todo, creo que Cecil sabe de… —Julius miró incrédulo a su hermano, apremiándolo a continuar—… Creo que sabe de Márcial.

—¡No es posible!

—Ella me dijo que sabía que Gabriel era una bomba de tiempo, y que quería estar cuando explotara para ver el caos que crearía. Cecil sabe sobre Márcial y quiere que este aparezca de nuevo.

—Dormimos a ese maldito hace mucho tiempo, no creo que vaya a despertar de nuevo… ¿o sí? —preguntó Julius, con cierto temor.

—No lo sé. Digamos que no ha sido el sueño de la vida de Gabriel haber llegado a Nuestra Señora de las Tierras. Y me duele reconocer que tal vez tengamos algo de la culpa; eso aunado a que tiene años que no recibe medicamentos o terapia…

—Si Márcial regresa, estamos soberanamente jodidos.

—Y al final… ¿qué pasó con mamá y papá? ¿Qué te dijeron? —Sin darse cuenta, Pierre comenzó a girar el anillo que tenía en su pulgar.

—Pues al inicio lo normal, que si como estamos, que si me baño al menos cada tres días… luego le dije que Gabriel había recordado cosas que había olvidado tras las terapias y que estábamos preocupados.

—¿Qué te dijeron? —preguntó Pierre, recordando la noche que Gabriel los encarara con esos recuerdos.

—Qué era normal, según el doctor de Gabriel, los recuerdos regresarían después, pero confusos, aunque no habría de que preocuparse.

—¡No se los compro! Entonces, ¿no contamos con papá y mamá?

—Así es, somos tú y yo contra Cecil y Márcial, y te juro, Pierre, que si Cecil está intentando despertar esa parte de Gabriel, ¡voy a estampar mi puño de hierro en su bonita cara!

—Por lo pronto, debemos seguir actuando normal, tanto en clases como con Gabriel, si le damos mucha importancia tal vez sea contraproducente.

—Yo por mi parte, estoy buscando al imbécil que lo golpeó.

—¿Sabes su nombre?

—Tengo una idea.

—¿Sabes? Yo me estoy dedicando a hacerla de casamentera para reconciliarlo con su novia.

—¿Alguna vez imaginaste que estaríamos de guardaespaldas del joto de nuestro hermano? —preguntó Julius con una sonrisa.

—No, y espero que no sea para siempre. —Pese a sus palabras, Pierre también sonrió.

Gabriel se dirigía al Emporio de la moda, emocionado con la idea de ver a Vera de nuevo, pero su desilusión se manifestó al ver que sus pies se seguían de largo.

“No vamos a esa tienda de ropa fresa para niños bien, recuerda que nosotros buscamos algo mas alternativo”.

Nadie pensaría que la sonrisa en la boca de Gabriel la provocaba Márcial y que el chico en realidad se sentía asustado e intimidado ante la tienda de ropa y accesorios frente a la cual estaba: El cadáver de unicornio.

La puerta del lugar era un marco de piedra que daba a una escalera por donde se bajaba para entrar a la tienda, la cual parecía estar enterrada. El lugar era oscuro, como todo lo que se vendía ahí, aunque habían varios destellos de colores neones entre los artículos y un  olor sospechoso a hierba quemada embargaba todo.

—¿Te puedo ayudar? —preguntó un alumno de cabello teñido de azul y traje de Omega, además de tener en la cara unas extrañas manchas que se extendían por sus laterales hasta perderse debajo del cuello de su camisa.

—Voy a comprar algunas cosas —respondió Márcial con tranquilidad, mientras recorría con la vista aquel lugar—, definitivamente, de aquí saldrá mi nuevo guardarropas.

—No eres uno de los malcriados Leblanc? —le preguntó el chico, saliendo tras el mostrador.

—¿Y si lo fuera? —contestó Márcial, con voz irascible.

—No… nada. ¿Cómo que buscabas?

El alumno alfa sacó su tarjeta de créditos y la mostró al chico de la cara manchada.

—Un cambio total de imagen.

Ahora que Audrina se encontraba hospitalizada y Francis se dedicaba a la organización del festival de las flores, el cual iniciaría al día siguiente, Julius tenía demasiado tiempo para reflexionar y pasear solo por la escuela, cosa que le desagradaba bastante, pues sus sentimientos se hacían más amarillos que de costumbre.

Ese miércoles, el chico se encontraba ocupado, dibujando unos cuantos garabatos obscenos en una de las bancas de madera que rodeaban la fuente de Nuestra Señora de las Tierras, ayudado con un rotulador, cuando fue detenido por el brazo por una chica baja de estatura y de cabello negro.

—¿Tú eres Julius Leblanc? —le preguntó.

—¿Quién eres tú?

—¿Eres Julius u otro de los malcriados Leblanc? La verdad no puedo distinguirlos.




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