Los Malcriados

Capítulo 45: Reunión de hermanos detrás del teatro

Pierre vio pasar frente a sus ojos todos los privilegios y regalos que había obtenido de manos de la profesora, e intentando aferrarse a ellos, se separó de Diáspora para seguir a Olethea, pero la castaña se aferró nuevamente a su cara, para prolongar aquel beso.

—Espera —le pidió Pierre, separándose con mucho esfuerzo—recordé que tengo algo importante.

—¡Pero, Piercito!

—¡Te veo después! —le dijo Pierre, echando a correr y dejando a la castaña bastante molesta.

«¿A dónde carajos te fuiste, tartamuda inoportuna?», pensó el chico, mientras buscaba a su profesora con la mirada.

—Julius —escuchó que alguien llamaba a sus espaldas—, hoy me desocuparé temprano, ¿quieres cenar conm… —Francis no terminó la frase, al ver al chico darse la vuelta y reconocer de quien se trataba—. Pierre.

—Sí, soy Pierre, no el puto de mi hermano.

—Te suplico que cuides tu lenguaje —le pidió Francis, frunciendo el ceño—. Pese a mi amistad con tu hermano, aun soy un moderador y puedo darte un reporte.

—¿Amistad? ¡No te lo compro!—dijo Pierre con una risotada—. ¿No te parece absurdo intentar esconder lo evidente a estas alturas?

                —No sé de que hablas. —El sonrojo en las mejillas de Francis le dio a entender a Pierre perfectamente que si sabía.

—Mira, moderador, estoy muy ocupado en estos momentos, si quieres, luego hablamos de tu obvio interés amoroso por mi hermano, ¿sí?

Sin dar tiempo a que Francis contestara, Pierre se fue de ahí, casi corriendo, pues ya tenía una idea de donde podría estar la profesora Olethea.

El moderador de alfa se quedó algunos minutos de pie, analizando lo recién escuchado.

—Soy tan obvio —musitó para sí, pero su sorpresa fue grande, al escuchar una respuesta detrás de él.

—Amor, dinero y cuidado no pueden ser disimulados —le dijo una voz arrastrada, muy similar a la de Pierre, pero algo más burlesca.

—Tú eres el tercer hermano, ¿verdad? —preguntó, dándose la vuelta—. Gabriel, creo.

—Sí, Gabriel —respondió el chico con burla, quien llevaba en una mano unas bolsas de compras, negras y con un unicornio con ojos de cruces dibujado en ellas.

—Te ves diferente.

—Cambié el peinado —dijo el chico, señalando su cabello hacia atrás con su mano libre.

Francis sonrió, recordando que Gabriel era el más noble de los tres, y por ende, el más confiable.

—¿Te gusta mi hermano? —preguntó Márcial, acercándose a Francis. El chico de las pecas se encogió de hombros.

—Si… bueno, supongo que sí, es que es extraño de entender, nuestra relación ha sido muy complicada desde siempre.

—Bueno, si te gusta, yo te recomendaría que te le lanzaras abiertamente.

—Julius no funciona así —respondió Francis, con una sonrisa incómoda.

—Julius es tonto —respondió Márcial con tono burlón y algo ácido— necesita que lo guíen como el animal que es.

—No creo que esté bien que hables así de tu hermano.

—Yo solo intento ayudarte. Si quieres que te haga caso, lánzatele abiertamente, por lo pronto, yo le daré tu recado para que cene contigo en el comedor, ¿está bien a las ocho?

—S-si, gracias —respondió algo incómodo Francis, mirando como el chico se alejaba.

“¿Por qué hiciste eso?” preguntó la voz de Gabriel en la mente de Márcial.

—Es divertido.

“Si Francis se porta amoroso con Julius, lo va a asustar. Julius lo rechazará”.

—Y eso es divertido, ¿no?

“¿A dónde vamos ahora? Creí que nos probaríamos estas nuevas compras”.

—Por eso yo dirijo y tú obedeces, eres tan tonto Gaby que se te escapan los detalles, ¿no viste el apuro que tenía Pierre por salir huyendo de ahí? Ahora iremos a ver qué trama nuestro hermanito vanidoso.

“Prefiero ir a nuestra habitación, me siento cansado”.

—Entonces duerme, Gaby, deja que yo me encargue.

La frase le sonó rara Gabriel, pero se sentía tan cansado que, aprovechando que Márcial controlaba el cuerpo en ese momento, dejó que el sueño lo consumiera, perdiéndose en las inmensidades de su inconsciencia.

Julius intentó limpiar el sudor de su frente con el brazo, pero en su lugar solo logró dejar más mugre y sudor. Y es que acababa de terminar el pequeño corral de corpus, tarea difícil y bastante sucia, además de que no había quedado muy contento con el resultado.

—Vas a tener que aguantar con esto, puerco, te prometo que pronto le haré mejoras a tu pequeña mansión —dijo, evocando el recuerdo de la mascota de Audrina.

—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamó una voz femenina a sus espaldas, provocando que dejara caer las ramas con las que pensaba cubrir su obra maestra.

—¡Es… es un proyecto! —le dijo a su profesora de historia, notoriamente nervioso.

—¿En serio? ¿En q-qué materia te pidieron que destrozaras los rosales que aquí habían! —preguntó Olethea, sintiendo que su tristeza reciente se convertía en ira.

—¿Rosales? ¡Y yo que creí que me agradecerían que deshierbara tanta porquería! —dijo el chico, tallando sus mejillas y dejándolas llenas de tierra.

—¡Esos eran rosales! Este día no puede empeorar —dijo la mujer, sintiendo que las lágrimas comenzaban a traicionarla, viendo las plantas que tanto había cuidado, regadas por el suelo.

Julius se sintió terriblemente incómodo ante el llanto de su profesora, por lo que se dispuso a contarle sobre lo que había hecho ahí.

—Es un corral —le dijo.

—U-un… corral… ¿para qué? —preguntó Olethea contornada.

—Para un puerco. —Y así, Julius comenzó a relatarle a la profesora sobre su amistad con Audrina y de cómo esta mantenía en secreto al pequeño animal, y ahora que la chica estaba enferma, el se haría cargo hasta que ella se repusiera.

Olethea miró por largos segundos a Julius, una vez que este terminara de hablar, con una extraña mezcla de curiosidad y compasión.




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