Los Malcriados

Capítulo 46: Un par de corazones rotos

Julius llegó a su habitación, dispuesto a asearse, para cenar con Francis, cuando su reflejo en el espejo del tocador lo detuvo, y como era su mala costumbre, su mente trajo de nuevo las palabras de su hermano:

“¿Qué harías si de verdad le gustas a ese chico?”

—Es una tontería —dijo, restándole importancia a la situación.

Pero, las palabras de Gabriel volvieron a resonar en su mente:

“Supongo que te pondrías tan incómodo, que intentarías alejarte de él de nuevo, ¿no?, después de todo, tú no eres un marica mama penes, ¿o sí?”

—Ya salí, por si necesitas entrar —dijo su compañero de habitación, saliendo del baño—, aunque debes tener prudencia, acabo de dejar una bomba ahí dentro y todo por culpa de un amigo, hizo un experimento con unas galletas picantes y…

—¿Parezco joto? —pregunto Julius, interrumpiendo.

—¿Qué?

—¡¿Qué si parezco joto?! ¡Contesta, cara larga!

—Chicho, ¿de qué hablas? ¡Si tienes cara de mata putos! —respondió el joven, soltando la risa—. Aunque de tus hermanos si lo dudaría.

—Olvídalo, debo meterme a bañar.

—¿Tienes una cita?

—¡No! —gritó Julius, con una mirada fúrica—. Solo iré a cenar y tal vez me tope con un amigo, pero es solo eso, ¡un amigo!

—Ah, chicho, ya entiendo de donde va todo esto, urge que contraten un psicólogo para este colegio, sus alumnos están muy confundidos —dijo el chico más para sí, que para Julius—. ¿Crees que le gustas a tu amigo y eso te tiene “dudando”? —Julius movió su cabeza de un lado a otro de forma ambigua—. Si no quieres darle falsas señales a tu amigo rarito, entonces no te portes con él cómo te portarías con una chicha. Si a ti te apetece, ve a cenar así, mugroso, y si el chicho solo te quiere como amigo, no dirá nada, si lo ves decepcionado, entonces significa que ahí hay algo.

Julius razonó las palabras del joven, mientras la sonrisa se acrecentaba en su boca.

—Tienes razón, eso haré. Tienes buenas ideas, cara de caballo.

—Cuando se te ofrezca —respondió el moreno, acostumbrado a los insultos del Leblanc y viendo como Julius se perdía tras la puerta del cuarto—. Y ahora, yo también tengo cosas que hacer —dijo para sí, tomando su mochila y saliendo de la alcoba.

Lejos de ahí, en el área de las habitaciones de los profesores, Pierre esperaba con paciencia a que Olethea le sirviera una humeante y desabrida taza de té. El joven Leblanc se sentía terriblemente incómodo, y es que su profesora se estaba comportando demasiado normal y eso resultaba demasiado extraño.

Con una taza igual a la de Pierre, la profesora se sentó frente al chico y su sonrisa se fue borrando poco a poco.

—Profesora… yo quisiera explicarle lo que usted vio; Diáspora es una chica que me hostiga desde el primer día en que llegué aquí y hace unos momentos, lo que pasó fue solo un beso a la fuerza que me tomó desprevenido…

—¿Por qué me explicas esto? —preguntó la profesora en tono sereno.

—Porque no quiero perder lo que tengo con usted.

—Y ¿qué es lo que tienes conmigo?

—Bueno… yo creía que usted y yo… —Levantando la mano, Olethea le dio a entender que debía callarse.

—P-Pierre, eres un chico amable y muy dulce, me caes muy bien —comenzó Olethea—, y si en alguna ocasión yo te di a entender que podía ser algo más que una profesora, una confidente o una amiga para ti, debo d-disculparme.

—¡No me salgas con esto! —le gritó Pierre, molesto—. ¡No te quieras hacer la inocente cuando tu y yo…!

—¡N-no lo digas! —interrumpió la profesora.

—¡Tú y yo flirteábamos con descaro! —sentenció Pierre.

—¡¿Por qué lo dijiste?! —reprochó la profesora, tapándose la boca y sintiendo como sus ojos se humedecían en llanto.

—¡Porque es la verdad!

—Aun así, P-Pierre… fue algo hermoso, algo dulce y re-refrescante, pero era algo prohibido y lo sabes.

—¿Y hasta ahora es que te fijas en ello? ¡No te lo compro!

—¡J-Jamás lo habíamos catalogado! ¡Y deja de t-tutearme!... Yo sé lo que hacíamos y sé que tú lo sabías p-perfectamente. ¡Por dios, Pierre, se ve que eres un chico de mundo, bastante experto para tu corta edad!, pero entiende, solo era un juego, una sutil probada de algo prohibido y desconocido, ahora q-que lo has dicho, dotándolo de un nombre, se ha revelado un delito, y nos hemos hecho acreedores de un castigo si seguimos incurriendo en él.

—¿Qué significa eso?

—Pierre, esto no debe continuar, por tu bien y por el mío.

—¿Estás terminando conmigo? ¿¡Estás terminando conmigo antes de andar siquiera!? —gritó el chico, golpeando la mesa y volcando el té.

—De verdad, lo siento.

—¿Te das cuenta de lo que estás dejando ir? —continuó el chico, indignado.

—Me doy cuenta —le dijo la mujer con una sonrisa, pero no era una de burla, sino una de tristeza genuina.

Hasta ese momento, Pierre se dio cuenta de que, aunque él estaba perdiendo inmunidad, privilegios y créditos extras, la profesora perdía una ilusión, una ilusión genuina como si de una jovenzuela se tratase.

—Usted… —comenzó el chico, más calmado, mientras ponía de pie la taza que yacía en el charco de su propia bebida—… ¿jamás ha tenido a alguien?

La profesora empezó a jugar con los flecos de su rebozo, mientras hacía acopio de fuerza, para comenzar a hablar.

Francis se encontraba hecho un manojo de nervios, sus manos estrujaban una pequeña caja, forrada en papel blanco metalizado con un pequeño moño verde, mientras esperaba en el comedor a que llegara Julius.

El moderador había decidido seguir el consejo de Gabriel e intentar encaminar su relación con el chico Leblanc, y aunque pudo haber optado por una cena íntima en su habitación, decidió que eso sería demasiado, y en lugar de atraer a Julius, podría espantarlo, de igual forma quería que, poco a poco, el joven se diera cuenta de sus sentimientos y los aceptara; y una cena tranquila en el comedor, y con un regalo como aquel, podían significar un buen comienzo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.