Los Malcriados

Capítulo 47: Preámbulo al caos

Esa noche, solo uno de los trillizos pudo conciliar el sueño de forma correcta, ese heredero Leblanc no fue Julius, quien pasó más de la mitad de la noche en vela, sintiendo como un horrible fantasma multicolor se cernía sobre él. Ese fantasma cambiaba de color constantemente y su burla era hiriente y tenebrosa, era amarillo cuando recordaba el coraje por la traición de Francis, era morado cuando venía a su mente el miedo a la soledad, pues una vez más, no tenía a nadie en quien confiar y era de un horrible rosa opaco cuando su corazón se embargaba de remordimiento al recordar a una chica moribunda que clamaba por verle. En definitiva, Julius no fue el hermano que durmió bien esa noche.

Pierre tampoco fue el trillizo que concilió el sueño, a pesar de haberse quedado profundamente dormido nada mas al tocar la almohada, ya que su conciencia, llena de cargas y reproches, lo guió a sueños melancólicos y tristes, donde veía como su profesora se empapaba bajo una lluvia fría, rodeada de rosas silvestres, donde se enfermaría con mucha seguridad, y un tipo sin corazón la veía con burla atreves de una ventana, mientras se encontraba caliente y tranquilo en la intimidad de una habitación. Pierre le gritaba que no fuera tan desgraciado y la dejara pasar, para después descubrir con horror que era el mismo el que veía por la ventana y se negaba a esa petición.

En definitiva, el único chico Leblanc que, aunque estaba un poco nervioso por el evento del día siguiente, logró dormir tranquilo y sin remordimiento alguno, fue Márcial Leblanc.

El jardín Esmeralda se había engalanado con hermosas flores naturales, decorando cada rincón, incluyendo la fuente de Vitterra, Nuestra Señora de las Tierras, la cual tenía una primorosa guirnalda.

Se habían puesto varios locales ambulantes vendiendo diferentes chácharas y comida en abundancia. También se había levantado un templete al aire libre para los espectáculos, además de que una suave melodía se podía escuchar por los altavoces que normalmente indicaban el cambio de clases.

Los alumnos tenían permitido andar sin uniforme y los profesores habían escogido sus mejores trajes para recibir a los padres de los chicos. En definitiva, la primavera había llegado al colegio.

Eran las nueve de la mañana, cuando Julius y Pierre terminaban de alistarse, Gabriel por su parte, seguía en el baño, duchándose y su cuarto compañero se había ido demasiado temprano.

—Debo admitir que este festival me emociona un poco —dijo Pierre, mirándose al espejo, mientras se colocaba un sombrero negro, que armonizaba con su atuendo, guinda y rosa en su mayoría.

—Es obvio, no hay clases y todo va a ser vagar y tragar como puerco —respondió Julius, mientras se calzaba.

—No me refiero a eso, tonto. Sino que… bueno, tu entiendes. —Pierre miró en su reflejo como se coloreaban sus mejillas—, me agrada la idea de ver a nuestros padres de nuevo.

Julius no contestó, pero sonrió, dándole la razón, después se levantó y caminó hasta la puerta del baño.

—¿¡Vas a tardar, joto de mierda!? —gritó, aporreando la madera—. ¡Quiero mear antes de salir!

—Lo siento —respondió Gabriel, desde adentro, con voz nerviosa—. Tardaré un poco más.

—¡Con una mierda! ¡Con lo que me caga usar baños públicos! —gritó Julius, yéndose de ahí.

—Espera, tarado. No te vayas solo, quiero que estemos los tres juntos cuando veamos a papá y  a mamá —renegó Pierre.

—A menos que me dejes mearme en una esquina de la habitación, yo ya me voy.

—¡Lo que pasa es que te urge largarte con el homosexual de las pecas!

Julius se detuvo en seco, como si su cerebro no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. Luego, sorprendiendo y aterrando a Pierre, se abalanzó sobre él, tomándolo de la camisa con brusquedad.

—¡Como vuelvas a sugerir que soy un maldito marica te voy a hacer tragar tus pantalones! ¡¿Está claro?! —Pierre asintió, atemorizado—. ¡Ahora me largo y ya no friegues si no quieres que me orine sobre tus cosméticos, princesa!

—Pero, nuestros padres…

—¡A ver quien los encuentra primero! —rio Julius, saliendo de ahí.

—¡Maldita bestia! —renegó Pierre una vez a solas.

Julius terminó sus necesidades en los baños del palacio Alfa, y nada más al salir al patio, fue alcanzado por una chica de baja estatura.

—¡Julius! —le llamó, a lo que el chico se giró sin reconocerla.

—¿Quién mierda eres y qué diablos quieres?

La joven se sonrojó ante la brusquedad del chico, pero reponiéndose, diciendo con voz nerviosa:

—Soy… soy Violeta, ¿me recuerdas? —Julius levantó una ceja como respuesta, indicando que no—. Bueno, no importa. Tengo algo para ti. —La joven le entregó un sobre.

—¿Qué es esto? —preguntó el chico, arrebatando el papel.

—Una carta. —La chica estiró su mano hacia Julius, como si fuera  a acariciar su rostro, a lo que Julius le dio un manotazo.

—¡Aléjate, loca! —dicho esto, echó a caminar rumbo al festival de las flores, mientras Violeta miraba su mano, ligeramente enrojecidas por el golpe, con cara embelesada y media sonrisa.

Pierre terminaba de vestirse, cuando descubrió en su reflejo la pluma que colgaba de su oreja.

Revisando un pequeño joyero del tocador, extrajo la argolla que utilizaba con regularidad, pero no se atrevió a ponérsela.

Sintiendo que sus ojos amenazaban con derramar un incoherente llanto, el joven regresó la argolla a la pequeña caja y sin darse cuenta acarició la pluma rosa.

«Debo hablar con ella», pensó, «debo agradecerle». Sin más, el joven salió de la habitación, «¡y debo encontrar a mis padres antes que el imbécil de Julius!».

Gabriel esperó dos minutos exactos de silencio, antes de atreverse a salir del baño.

—No estoy muy seguro de esto —dijo, acercándose al espejo.

“¿Bromeas? ¡Nos vemos geniales!”, respondió Márcial, en su cabeza.




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