Los Malcriados

Capítulo 48: Charla con un buen padre

Las cosas pudieron ponerse mucho peor, pero nada más escuchar la voz de Minerva, los tres hermanos se giraron hacia su progenitora, quien estaba junto a Nicolás y la profesora Cecil.

Los trillizos se quedaron estáticos por largos segundos.

—Bueno, yo los dejo, para que se saluden como es debido —anunció la maestra de artes, extrayendo algo de su mandil blanco y dándoselo a Minerva—. Adiositos y cerezas.

—¿Y ustedes? —preguntó la madre de los chicos, una vez a solas—. ¿No me van a saludar?

Con un creciente nudo en la garganta, los tres se abalanzaron hacia la mujer en una especie de improvisado abrazo grupal.

—¡Vaya! Esto es lo que esperaba —dijo triunfante Minerva, correspondiendo el abrazo.

—Y yo que creí que nos guardarían rencor por mandarlos a este colegio —comentó Nicolás, pero lo que recibió a cambio de su broma fue el mismo abrazo que minutos antes había disfrutado Minerva—. Parece que si les hicimos falta.

—No tienes una idea de la falta que me has hecho —respondió Pierre, sintiendo que sus ojos se humedecían ligeramente.

—No me digas que has hecho algo malo, Pierre.

—¡Ay, papá, ni te imaginas la cantidad de cosas malas que he hecho en este lugar!

Nicolás frunció el seño ligeramente, para después recuperar su sonrisa.

—Bueno, ya hablaremos de eso después, al fin y al cabo que contamos con tres días para hacerlo y ponernos al corriente, además, no olviden que este es el festejo de su madre.

Gabriel soltó a su padre para volver a abrazar a Minerva, hundiendo su cabeza en el hombro de la mujer y aspirando fuertemente su perfume.

—No sabes cuánto te he extrañado —le susurró el chico.

—Bueno, ya es suficiente, que me van a hacer llorar —bromeó la mujer—, ¿qué tal si buscamos un lugar en el jardín Esmeralda para comer?

Los cinco empezaron a dirigirse a la zona de restaurantes del lugar.

—Busquemos un lugar barato —comentó Pierre.

—No te preocupes por eso, yo invito —le respondió su padre.

—Papá, aquí el dinero no cuenta, necesitas créditos, y yo no traigo muchos.

—Yo ando en ceros —agregó Julius, levantando las manos.

—Yo tengo un poco, pero no es mucho; igual y si dividimos la cuenta —comentó Gabriel, mientras hurgaba en su bolsillo, para extraer su monedero electrónico.

—No se preocupen, déjenmelo a mí. De algo me ha de servir ser el presidente de Dildria —respondió el hombre con una sonrisa.

—Te vas a topar con pared, Nicolás, el apellido o la posición aquí no sirven de mucho.

—Me alegra que estés aprendiendo a abrirte camino por tus medios, Pierre, ¿qué tal este lugar? —dijo, señalando una elegante fachada de un restaurante.

Sin discutir mucho, la familia entró al local y pidieron su respectiva comida, para sorpresa de los jóvenes, no se les cobró por adelantado, como se acostumbraba en  otras tiendas del jardín Esmeralda.

Tras una abundante comida y muy amena y nostálgica charla, la familia Leblanc se dispuso a pedir la cuenta, la cual, para sorpresa de los trillizos, se les solicitó en efectivo y no en créditos.

—Durante ciertos festivales del colegio, se permite a los invitados pagar los servicios en ordilias y no en créditos —explicó Nicolás, aclarando la situación.

Después de dejar el local, la familia comenzó a pasear entre los puestos.

—Papá —llamó Julius a Nicolás—, necesito hablar contigo.

—Hablando de eso —se incluyó Pierre—, yo también necesito un consejo.

—¡Párale a tu pata, maricón, que yo se lo pedí primero! —renegó Julius.

—¡No me ofendas, bruto de mierda!

—¡A callar los dos! —retumbó la voz de Nicolás—. ¡Demuestren que ha servido de algo que estén en este colegio y muestren un poco de educación!

—¡Para lo que importa! —se rio Pierre—, Julius se hizo novio de un moderador, así que tiene carta blanca para decir todas las groserías que quiera, sin miedo a que lo reporten.

—¡Y con una mierda! ¡Qué no soy maricón!

—¡Ya cállense los dos! Si lo que quieren es hablar, puedo hacerlo con ambos.

—¡Yo primero! —se adelantó Julius—, pero, necesito que sea a solas.

—Yo también —se quejó Pierre.

—Y ¿nadie necesita de mí? —bromeó Minerva en tono trágico, a lo que Gabriel rodeó los hombros de su madre y deposito un beso en su mejilla.

—Yo te necesito, mamá.

—¡Ay, corazoncito! —musitó la madre, pellizcando la mejilla de su hijo.

—Hagamos esto —sugirió Julius—, papá y yo vamos a dar la vuelta y hablamos, mientras, ustedes paseen con mamá y nos vemos en media hora en la fuente de Nuestra Señora de las Tierras y ahí cambiamos.

—¡Te lo compro! —respondió Pierre.

—“Te lo compro”—repitió Julius, imitando a su hermano con voz amanerada.

—¡No me imites, mierda descompuesta! ¡No es gracioso!

—En lugar de seguir peleando, deja que tu padre se vaya con tu hermano —le pidió Minerva—, y mientras tanto, ustedes me compran un corsage de flores, que veo a muchas madres usándolos y no es posible que la primera dama de Celes no tenga uno en su muñeca.

Así, Pierre, Gabriel y Minerva se alejaron de ahí, y Nicolás y Julius echaron a caminar sin rumbo fijo.

El presidente de Dildria esperaba paciente a que su hijo se animará a contarle sus penas, mientras le observaba con el rabillo del ojo.

—¿Por qué no traen guardaespaldas? —preguntó Julius.

—Sabes que detesto que me sigan a todas partes, además, soy un buen presidente, ¿quién querría matarme? —bromeó el hombre. Julius rio un poco, pero su risa se apagó rápidamente—. Supongo que no pediste hablar conmigo para cuestionar mi seguridad, ¿verdad?

—No…

—Entonces, ¿de qué necesitas hablar, hijo?

—Yo… yo no… ¡Qué molesto! —gritó el chico, golpeando con su puño una pared cercana.

Nicolás meneó la cabeza en desacuerdo, pero no dijo nada.

—Papá, ¿por qué es tan difícil hablar?




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