—Tu comportamiento nos hizo dudar de tus preferencias, sin embargo, teníamos la duda de tu inmadurez sexual, por lo que decidimos platicar con un experto…
—¿Por eso el tratamiento con el loquero?
—Psicólogo, no loquero, y si; tú siempre creíste que era por tu mal comportamiento, pero eso no era lo que nos interesaba saber.
—Ya decía yo que eran muchas preguntas “raras”.
—Fue hasta que cumpliste quince años, que nos dieron un diagnostico que nos ayudó a entenderte y a no presionarte.
—Entonces… ¿soy marica?
—No —respondió Nicolás, moviendo la cabeza.
—Heterosexual tampoco, ¿verdad?
—No, y me cuesta creer que hasta ahora, tú mismo no te des cuenta de tus propias preferencias.
—¿Soy bisexual? —preguntó Julius, no muy convencido.
—Ante los ojos de la ciencia eres asexual, hijo.
Julius se llevó amabas manos a la boca al oír eso, en un gesto dramático.
—¿Te sorprende?
—No… yo no… ¡no tengo ni puta idea de que eso!
—¡Julius! La asexualidad es la falta de atracción hacia otros seres humanos, y, obviamente, la falta de interés en el encuentro sexual.
—¿Por eso no me llama la atención jalármela?
—Julius, no seas vulgar… pero si, ese es el motivo.
—Dijiste que a los ojos de la ciencia… ¿por qué?, ¿hay otros ojos?
—Bueno, en la cultura moderna, puede que seas pansexual, que es sentirse atraído hacia sentimientos e intelecto, no hacia los cuerpos.
—¡Por eso me gusta Audrina y me gusta Francis! —exclamó el chico, sin pizca de vergüenza—, ahora ya entiendo, me gustan sus formas de pensar, las cuales son muy similares, pero no me interesan sus cuerpos.
—Y aquí llegamos al punto que era de nuestro interés: ¿quién es Francis y quien es Audrina? —preguntó Nicolás, borrando la sonrisa de su hijo.
—Audrina es la que me mando esta carta —dijo el joven, extrayendo el sobre del bolsillo del pantalón.
—Ábrela —le pidió Nicolás—, y léela.
—¿En voz alta?
—No, léela solo para ti y después me cuentas.
Julius rasgó el sobre y extrajo una hoja de la cual leyó, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
Julius:
Si de alguna forma te lastimé o te ofendí, al ocultarte la verdad de mi salud, me disculpo de todo corazón, esperando que en tu dulce alma encuentres los motivos suficientes para perdonarme.
Como ya te había dicho, mi hermana Dulcea y yo nacimos enfermas del corazón, eso y nuestra posición económica privilegiada, marcaron una barrera entre el mundo y nosotras; sin proponérselo, todos nos trataban con una distancia respetable y educada, aislándonos de familia, compañeros y amigos.
Poco a poco nos volvimos una el mundo de la otra y fue lindo, hasta que mi hermana decayó aun más que yo, entonces me vi sola hasta de su compañía. Cuando Dulcea abandonó este mundo, lo único que me quedaba de esa felicidad que viví a su lado fueron tres cosas: una foto, un cerdito y un sueño por cumplir.
Pero, al ingresar a Nuestra Señora de las Tierras, yo no podía permitir que ese velo que mi enfermedad corría entre la gente y mi persona se hiciera presente de nuevo, por lo que me vi obligada a ocultar mi enfermedad, al menos con la mayoría, y si, tú fuiste parte de esa mayoría, pero ahora, ahora eres parte de mi pequeño mundo, de ese mundo en donde solo estábamos Dulcea y yo. Tú has logrado entrar, querido Julius, y te necesito, necesito de tu candidez, de tu alegría y de tu sinceridad.
Si crees que es demasiado lo que pido, o que no lo merezco, lo aceptaré y sabré entender tus razones, pero al menos, quiero que ese inocente que tanto quiero y que tú también aprecias no sufra mi exceso de positivismo. Ven a verme, para poder quitarme de la mente el peso del futuro de Corpus.
Una admiradora más a tu lista: Audrina.
P.D. Si bobito, es una declaración de amor.
Junto a las últimas palabras había un pequeño corazón feliz, guiñando un ojo.
—¿Y bien hijo?
—Dame… dame unos minutos…
…
—¿Qué sí que es eso? —preguntó de nuevo Márcial, acercando su mano hasta la pequeña bolsa de tela y tocándola con su índice.
—Son… son cerezas —respondió Minerva con nerviosismo e intentando encontrar la mirada de Pierre, pero este se encontraba muy ocupado con su manzana con caramelo—. Es muy divertido que Cecil se despida diciendo “Adiositos y cerezas” y que, cuando es primavera, las regale en estos simpáticos saquitos, ¿no lo crees? —dijo, reponiéndose de su impresión.
—Sí, muy divertido —respondió el chico sin creerse sus palabras y tomando una cereza para echársela a la boca—. Preferiría que fueran fresas ¿tú no, Pierre? —le preguntó a su hermano en tono burlón.
—¡Y con una mierda! ¡Tú no me vas a hacer burla, joto, maricón de mierda! —respondió Pierre, contrariado.
—¡A ver si ya dejan de presumir su lenguaje tan florido! —los reprendió Minerva.
—Mejor vayamos a la fuente de Nuestra Señora de las Tierras, papá ya debe ir hacia allá y me toca hablar con él —pidió Pierre, pero nada más girarse hacia el lugar indicado, su sonrisa se perdió al instante, provocando que redirigiera sus pasos en sentido contrario—. ¡Mejor vayamos a…!
—¡Piercito, conquistador! —Fueron las empalagosas palabras de la chica que había visto y a quien intentaba evitar—. ¡Qué casualidad verte por aquí, Piercito! —siguió diciendo Diáspora, acercándose al chico, quien retrocedió molesto, hasta posar su espalda en unos arbustos que circundaban el camino de piedra.
—¿Quién es esta adorable señorita? —preguntó Minerva.
—Permítame presentarme yo, mi nombre es Diáspora Ferrec —dijo la chica con una ligera reverencia—, la novia de su hijo.
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Editado: 09.01.2021