Los Malcriados

Capítulo 51: Un prisionero y un algodón de azúcar

Nada más las manos de Nicolás dejaron los hombros de su hijo, Pierre comenzó a girar el anillo en su pulgar, demostrando su nerviosismo.

—¿Cambiaste de anillo? —preguntó Nicolás, extrañado.

—Sí, no es importante, el otro está a salvo… en mi habitación —dijo el chico, intentando sonreír.

—Entonces, ¿quién es la tercera chica, y supongo, el verdadero motivo de que quieras hablar?

Pierre suspiró, pensando que decir el nombre de su profesora era incensario, pero definitivamente, era el motivo por el que quería hablar con su padre.

—Su nombre… su nombre no importa —soltó el chico—, pero ella es una… una alumna, que tenia la forma de otorgarme créditos gratis, y sabes lo importante que son los créditos en esta escuela.

—Lo sé, aunque no sabía que había alumnos que pudieran dar créditos, creía que era un privilegio solo de profesores.

—Pues ya ves que te equivocas, si se puede.

—¿Enserio? ¿En qué cargo? Porque los moderadores no pueden.

—Es ayudante… ayudante de… algo, no importa, céntrate en la historia. Yo me acerqué a esa chica, por los créditos. Fingí que me gustaban las mismas cosas que a ella, que éramos afines, ¿me entiendes? —Nicolás asintió en silencio—. Pero, yo jamás pensé que ella fuera a ser tan… tan noble, tan bondadosa… ¡Diablos! ¡Qué es un maldito ángel, la condenada!... ¿Cómo puede haber tanta bondad en alguien de su edad?

—¿Su edad?

—Es… es mayor que yo… un grado, tiene dieciséis años.

—Ajá —respondió Nicolás, no creyendo mucho de lo que oía—. Bueno, hijo, que no te sorprenda la bondad en mujeres mayores, si hay tanta maldad en corazones tan jóvenes, también.

Pierre mordió su labio, entendiendo la indirecta.

—¿Qué pasó después de que esta alumna se dio cuenta de lo que hacías?

Pierre suspiró antes de contestar:

—Reconoció su parte de culpa, por haberse dejado engañar y me pidió que siguiéramos nuestras vidas de forma normal, sin rencores.

—Eso fue lo que más te dolió, ¿no es así?, que ella no te culpara, que no se enojara contigo y ni te insultara. Liberándote ella de su rencor, dejó el castigo en manos de tu conciencia, y al menos, me alegra saber que tienes.

—Papá —dijo Pierre molesto y triste a partes iguales—, yo no quiero a esa… a esa chica, pero sé que no merecía lo que le hice, me siento horrible y no sé como remediarlo. ¿Qué hago?, ayúdame.

—Hijo, lo que te está ocurriendo es simple karma, te está pasando lo que te mereces, y no hablo solo de esta chica, sino también de Anetta y Diáspora.

—¿A qué te refieres?

—Piénsalo así: desde que puedes hablar, te presentas con tu dinero y tu apellido por delante, suponiendo que eso es suficiente para hacer amigos o relaciones, y estoy seguro de que es lo que le presentaste a esa chica, Diáspora; pues bien, felicidades hijo, por fin te topaste con una mentalidad tan hueca como la tuya. Esa chica quedó prendada de tu apellido prestigioso y tu cuantiosa fortuna y ahora no te la puedes quitar de encima, y la muchacha no te emociona, porque, aunque es guapa, es solo otro apellido con fortuna y sin personalidad, como tú te has empeñado en ser hasta ahora.

—Eso duele —musitó el chico, bajando la vista.

—Y aun no acabo. Por el otro lado tienes a esa Anetta, una chica talentosa e inteligente que no tiene ni el apellido ni la fortuna que tú sí, pero tiene suficiente cerebro para hacerte caer en sus trampas y se ha vuelto tu dolor de cabeza, como tú lo eras de muchos.

—¡Diez patadas en el aire y no me dejas caer! —se quejó el joven—. ¿Así le fue a Julius?

—Pierre —le llamo la atención Nicolás, sin atender su broma—. Tarde, pero el karma te está llegando, y afortunadamente no es nada que no puedas remediar, pero debes centrarte hijo, madurar y es que nada tomas enserio, ni los estudios, ni a las chicas, ni siquiera la música, y se supone que era algo que te apasionaba.

—Eso no tiene nada que ver con lo que estamos hablando ahora, papá. ¿Cómo alivio mi conciencia de lo que le hice a esta mujer?

—¿Mujer? —repitió Nicolás.

—¡Mujer, chica, muchacha, da igual! —Pierre revolvió su cabello con ambas manos, dejando que su sombrero cayera al suelo y demostrando lo desesperado que estaba.

—Hijo… —Nicolás palmeó la espalda del joven, demostrándole solidaridad, sin embargo, sus palabras seguían siendo inflexibles—, debes entender que hay males que ya no tienen remedio y que lo único que nos queda ante ellos, es seguir adelante y recordarlos, para evitar que se vuelvan a ocurrir. Lo único que puedo recomendarte es que dejes a esa chica en paz, eso servirá para ella y para ti, recuerda que la mejor manera de sanar una herida, es dejar de tocarla, así que por lo pronto, evita verla.

—¡¿Y cómo le hago, si tengo que verla en el salón tres veces por semana?!

—Me dijiste que ella era mayor que tú, ¿por qué está en tu salón de clases?

Pierre dio un pequeño grito de frustración, mientras terminaba de deshacer su peinado con las manos.

—¡Céntrate, papá!

—Hijo —dijo el hombre, abrazando al chico—, ya no puedes hacer nada, hay errores que no tienen remedio y solo sirven para dejarnos el recuerdo y así evitar que se sucedan en el futuro. Pero, ¿sabes para que más sirvió esta desgracia?

—¿Para qué? —preguntó él, correspondiendo el abrazo de su padre.

—Para darme cuenta que mi hijo aun es un buen chico, y que ya está recuperando el camino.

—¡Que cursi eres, Nicolás! —respondió el joven con una sonrisa.

Minerva y sus dos hijos seguían paseando por el festival, cuando Julius recordó que debía ir al encuentro de Violeta, detrás del teatro, para recibir a Corpus y ponerlo en su nuevo corral.

—Yo en un rato tengo algo que hacer —dijo, intentando no sonar sospechoso.

—Eso suena muy sospechoso —le respondió su madre—, ¿qué planeas, hijo?

—No es nada, es que… voy a ver a alguien… para que me dé… ¡algo! Y llevarlo a un lugar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.