Los Malcriados

Capítulo 55: Conociendo al enemigo

Mientras Vincent lo llevaba al interior de los dormitorios, en la mansión Beta, Julius pensaba lo difícil que sería tenerse que adaptar de nuevo a otros compañeros, pero, para su sorpresa y alegría, la habitación que le mostró solo contenía una cama individual.

—¿Dormiré solo? —preguntó mientras dejaba la maleta en la cama.

—Sí, pero no te acostumbres mucho a este cuarto.

—¿Por qué?

—Vendré en dos horas exactas para verificar que tu ropa este pulcramente doblada y metida en la cómoda —dijo el profesor, sin atender a la pregunta del joven—. Las computadoras de la fraternidad Beta no cuentan con internet como las de Alfa, y la regadera del baño solo proporciona agua caliente en las mañanas. Te recomiendo que hagas tus deberes temprano, pues apagamos las luces a las diez de la noche y hay rondas diarias de moderadores en la noche, para asegurar que todos los alumnos estén en sus camas.

—¡Esto no es una escuela, es el ejercito!

—Cada asesor puede poner las reglas que más le acomoden en su fraternidad, así que aquí vas a aprender disciplina, y yo mismo me encargaré de que te arrepientas de haber perdido el privilegio de estar en Alfa, al menos el tiempo que dures conmigo —sentenció el profesor con cierto rencor en la voz.

—¿Qué significa eso?

—¡Dos horas, Leblanc, para que te instales! —repitió Vincent, cerrando la puerta.

Julius abrió su maleta y tomando puñados de ropa, la fue apelmazando en los cajones.

—Listo, y solo me llevó dos minutos —dijo tirándose sobre la cama.

«¿Qué estarán haciendo mis hermanos?», pensó, cerrando los ojos.

Extrañamente y para felicidad de Julius, Vincent no cumplió su promesa de ir a revisar su ropa desempacada, y gracias al cansancio de las emociones vividas recientemente, el chico se quedó dormido de manera casi inmediata.

El plácido sueño de Julius fue interrumpido por una estridente alarma, proveniente del pasillo, con molestia y pereza, el joven se asomó para identificar el sonido, el cual venía de algunas bocinas distribuidas en lo alto de todas las paredes.

—¡¿Qué mierda es ese ruidajo?! —interrogó a un chico que caminaba por el pasillo.

—Eres nuevo, ¿verdad? Es la alarma para levantarse, el profesor Vincent la instaló para asegurarse de que nadie se quede dormido.

—¡Puto Vincent! —exclamó el joven, regresado a su cuarto.

La molestia de Julius aumentó al verificar sus uniformes y darse cuenta de que ninguno era de su talla, uno era demasiado chico, y eso ya era mucho decir; y el otro le quedaba grande en demasía.

«Ese malparido de Vincent lo hizo a propósito», pensó, ajustando lo más posible su cinturón.

—¡Parezco payasito de crucero! —se mofó ante el espejo, soltando una fuerte carcajada—, aunque el azul se me ve bien.

El chico ni siquiera anudó su corbata, solo la puso por encima de su cuello y salió al pasillo, uniéndose a la marea de alumnos, algunos de los cuales lo miraban y cuchicheaban entre ellos, señalándolo con descaro.

Al salir al campus, Julius desvió su camino, yéndose en dirección contraria. No pensaba dejar que sus ex compañeros de Alfa lo vieran con ese uniforme, al menos no ese lunes.

—¿Faltarás a clases? —le preguntó una chica, dándole alcance. Se trataba de Violeta, la compañera de cuarto de Audrina—. No te lo recomiendo, Vincent te va a…

—¡Cállate y déjame en paz! —le dijo Julius de mala forma, alejándose de ella y sin notar el sonrojo de la chica.

Julius llegó hasta el hospital del plantel, preguntándose la mejor manera de entrar sin ser detectado, mientras evocaba las palabras que le dijera Francis: “… Ella cree que ahora es tu novia, así que no le rompas el corazón”…

Va por ti, pecas.

Ya que los enfermeros del pequeño hospital también eran alumnos del colegio, fue demasiado fácil para el trillizo entrar, pues la única persona que podría detenerlo era la doctora Teva y esta estaba muy ocupada en su oficina.

El joven Leblanc había llegado hasta la habitación de Audrina, y con la mano en el pomo de la puerta, alcanzó a oír voces que lo detuvieron, pegando la oreja en la puerta, escucho las palabras de Vincent:

—… Y es por eso es que ahora eres una orgullosa alfa.

—Cuando te repongas y regreses a clases, lo harás con este uniforme —decía Cecil.

—Bueno, debemos irnos, hay clases que dar —concluyó Edna, abriendo la puerta.

Una vez que los profesores se hubieron alejado, Julius salió de la habitación continúa la cual estaba vacía, para entrar a la de Audrina.

—¡Julius! —exclamó la chica al verlo—, ¿qué haces aquí?

—Tengo que felicitar a… a mi chica —dijo el joven rojo hasta las orejas—.  Oí que ya eres una alfa —dijo, sentándose en la orilla de la cama—. Solo verifica que el uniforme sea de tu talla.

—Veo que tú eres un beta —comentó Audrina, señalando el uniforme de Julius.

—No hablemos de mi, mejor cuéntame qué se siente haber subido de nivel.

La chica acarició con ternura la falda verde que descansaba en su regazo.

—Siento que esto me acerca un poco más a cumplir el sueño de mi hermana.

—Me alegro por ti —declaró Julius, acercándose—. ¿Crees que deba besarte? Ya me lave los dientes hace rato—preguntó con genuino desconcierto, lo que provocó que Audrina soltara una risa cristalina y alegre.

—Solo si tú quieres.

—¿Por qué no? Ya me está gustando esto de dar besos, aunque se sienta raro.

—¿Raro?

—Sí, es húmedo y raro… raro, bueno.

—¿Cómo un dolor de muelas? —dijo Audrina, ampliando su sonrisa.

Julius en cambio, perdió la suya.

—Si —repitió, evocando el recuerdo de Francis—, como un dolor de muelas. —Y tomando aire, como si fuera a hundirse en agua, el chico apretó los ojos con fuerza y presionó sus labios contra los de Audrina.




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