Los Malcriados

Capítulo 56: Detrás del moño

El cuarto de la mansión Beta, donde ahora estaba Julius, era un poco más que sencillo, y a pesar de que cumplía con las necesidades básicas de un alumno, y un ligero apoyo para sus estudios, carecía de cualquier cosa que pudiera llegar a ser divertida o relajante. La computadora no tenía acceso a internet, en el baño no había bañera, solo regadera; la ventana era pequeña y no tenía cornisa, por lo que intentar salir sería casi un suicidio, y a cada momento, se escuchaban los pasos de los moderadores que caminaban por los pasillos, y verificaban que la puerta siguiera con llave.

Tampoco había aire acondicionado, solo un abanico de techo que revolvía el aire caliente de la habitación y mareaba al chico. Sin darse cuenta, en algún punto sus reflexiones dejaron de tener sentido, y solo hilaba un pensamiento con otro, sin coherencia, como todos lo han hecho antes de quedarse profundamente dormidos.

Cuando Julius despertó, ya estaba oscuro, el chico se incorporó un poco confundido y sintiendo mucha hambre.

—¿Ya será la hora de la cena? —se preguntó, recordando que el profesor Vincent había prometido dejarlo salir cuando dicha hora llegara.

La puerta del cuarto comenzó a hacer el característico ruido de cuando una llave libera el seguro, el joven sonrió suponiendo que se trataba de su nuevo asesor.

—Buenas noches —saludó el profesor de lectura, entrando con una bolsa de papel en la mano y una de plástico sujeta a la muñeca.

—¿Ya puedo salir? —preguntó Julius con una sonrisa—. Muero de hambre.

Vincent desvió la mirada antes de contestar.

—Aun  no —dijo con pesadez—. Te traje cena —le confesó, extendiéndole la bolsa de papel. Julius se apresuró a revelar el contenido de esta: una hamburguesa, envuelta en papel encerado.

—¡Esta fría! —se quejó antes de darle la primera mordida—… Olvida que está fría; no sé si es el hambre, pero esta cosa está muy buena —confesó con la boca llena.

Vincent le sonrió con cierta tristeza.

—¿No trajiste nada de tomar?

—No… no se me ocurrió.

—¿Qué te traes? ¿Se te murió alguien o qué?

—Julius, tenemos que hablar.

El aludido dejó de masticar por unos segundos, para después tragar con pesadez lo que tenía en la boca, de pronto, el hambre se había esfumado y el chico sintió un malestar que solo auguraba algo grave, y es que Vincent jamás lo había llamado por su nombre, siempre había sido Leblanc, o rata miserable en todo caso.

—¿Qué ocurre? —preguntó, bajando la hamburguesa.

—Antes que nada, quiero que sepas que, aunque yo parezco estricto, siempre me he regido por principios de justicia, responsabilidad y honor… y lo que… lo que pasó se salió de mis manos.

—Si te refieres a que ahora este en Beta y te tenga que ver la geta todo el tiempo, no te apures, ya me acostumbraré —le respondió Julius con una sonrisa y en un intento de recuperar la relación hostil que siempre había llevado con el profesor.

—Solo te recuerdo que somos tres asesores, mi voto se anula si Edna y Cecil están de acuerdo.

—¿De qué hablas?… porque no te refieres a lo de mi degradación, esa vez los tres votaron en mi contra.

—No —concedió Vincent—. No me refiero a lo de tu degradación.

—¿Entonces? —El chico intentó morder su hamburguesa de nuevo, pero no lo logró, no sentía hambre y el estomago se le había revuelto.

—En todo caso —dijo el profesor, poniéndose de pie—, tu castigo se prolongará hasta mañana. No podrás salir de aquí hasta las once menos diez de mañana.

—¿No iré a clases? —preguntó el chico con voz temblorosa.

Vincent sintió que el odio que siempre había pregonado por Julius se acababa de esfumar. El trillizo lo veía con ojos temerosos y las pupilas dilatadas, sus manos estrujaban la hamburguesa sin darse cuenta. Parecía un animal asustado a punto de ser cazado.

El hombre tragó saliva, recuperando un poco de valor, antes de atreverse a contestar.

—No, no asistirás a clases mañana, pero si deberás ponerte tu uniforme, no ese que traes, ponte este, es de tu talla —dijo, dejando la bolsa de plástico sobre la cama—, tu puerta seguirá con seguro hasta mañana que un moderador venga por ti a la hora indicada, te llevará frente al consejo de asesores.

—¿Esto es por qué falté hoy a clases?… porque si es así, no es justo… —dijo Julius sin energía, ya se imaginaba que ese no era el motivo.

—Es por otra cosa, Julius. Y ya debo irme —dijo abruptamente el profesor, dándose la vuelta—. Termina de comer —le indicó Vincent, señalando la hamburguesa y dirigiéndose hacia la puerta.

—Ya no tengo hambre —musitó el joven, tomando el papel y envolviendo el platillo, el cual había quedado casi completo.

Vincent se detuvo antes de salir y, girándose de nuevo, se acercó a Julius, poniendo sus manos sobre los hombros del chico.

—No estás derrotado, ni tú ni tus hermanos, pero si están a punto de estarlo.

—¿Por qué dices eso?

—¡Cállate y escúchame, Leblanc! ¡Se inteligente, usa tus recursos y demuestra que eres capaz de defenderte también ante la sociedad, no solo con puños y golpes! ¡Esa terquedad y tenacidad que muestras para mal, empieza a encausarla para el bien y te aseguro que nadie, ni siquiera yo, podremos contigo!

—¿Por qué me dices eso? Creí que tú también me odiabas.

—Aunque te lo he dicho muchas veces para molestarte, yo no te odio, Julius, no odio a ninguno de mis alumnos; y si me ves encima de ti o de cualquier otro chico molesto y grosero, no es para hacerles daño, es para corregirlos. Nada me daría más gusto que verte triunfar, verte ser estudioso, educado y que regreses a Alfa, te lo juro por mi honor de hombre.

Julius le sonrió al profesor, recuperando la energía.

—Venga lo que venga mañana, me la va a pelar, te lo juro —le dijo.

Vincent tuvo que desviar la mirada, antes de soltar una enorme carcajada por las palabras de Julius.




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