Los Malcriados

Capítulo 59: Un abuelo y un novio se despiden

Eran las doce menos diez, cuando Pierre se dirigía al lugar de la cita, el joven llevaba la ropa que había escogido desde la mañana, pero había incluido un par de guantes abiertos y había cambiado el calzado, sin mencionar que en su oreja llevaba un pendiente con un diminuto brillante.

Al escuchar algunos ruidos, provenientes del corral de corpus, el joven apresuró el paso, creyendo que se trataba de sus admiradoras, quienes, movidas por la impaciencia, habían llegado antes, pero se quedó estático al reconocer las voces.

—No me malentiendas, también a mi me cae bien, es solo que es algo incómodo que lo tengas en las piernas todo el tiempo —declaraba una voz de varón, que Pierre identificó rápidamente como la del profesor Vincent Vogel.

—Como si pudiera creerte —le regresó la mujer con cierto tono bromista—, aún recuerdo p-perfectamente que querías mandarlo a la cocina de O-Omega.

—Bueno, sí. Pero, fue ese pequeño incidente lo que dio a pie a que nos conociéramos mejor, ¿no?

Pierre sintió una punzada de celos al oír como la inocente risa de Olethea se unía a la de su profesor de lectura.

—¿Así que ellos te llenan los platos, cerdo? —bramó el chico, apretando los dientes.

—Ya es tarde —comentó Vincent, fingiendo inocencia—, deberíamos irnos.

—Pero, apenas van a ser las doce. C-creí que disfrutabas mi compañía.

—Me entendiste mal. —A pesar de la oscuridad, Pierre puedo notar desde su escondite como el color subía a las mejillas de su profesor—, me refiero a que deberíamos irnos los dos… juntos.

Olethea se quedó de una pieza al oír aquello, sin embargo, con movimientos algo torpes, regresó a corpus a su corral.

—P-podemos tomar un té en mi casa… si gustas…

—Me encantaría.

Mientras los dos profesores se alejaban rumbo a las habitaciones del personal docente, Pierre salía de su escondite, pateando el suelo, sin entender muy bien la razón de su coraje.

—¡Pero si son agua y aceite! Ella es dulce y buena… él, en cambio, es un patán, ¡y ahora resulta que salen juntos!… y todo es tu culpa, cochino —afirmó hacia corpus—… ¡más le vale no dañarla! —refunfuñó el trillizo, recargándose en la valla improvisada que había hecho su hermano.

El joven estuvo a punto de comenzar una de sus conversaciones con corpus, pero un fuerte golpe en la nuca lo hizo caer de bruces, y sin entender que pasaba, perdió el conocimiento.

—Una persona tan despreciable como tú, no merece estar en Alfa, hermanito —le dijo Márcial con voz pastosa, soltando la piedra que había utilizado para noquearlo—. Vamos, Eddie, llevémoslo a su nueva fraternidad.

Con verdadero miedo por las palabras y por la actitud de Márcial, Eddie tomó el delgado cuerpo de Pierre y, sin dificultad alguna, se lo echó al hombro, pare después seguir al que aun consideraba su mejor amigo.

Julius dormía a pierna suelta, cuando fuertes toquidos en la puerta lo despertaron, poniéndolo de mal humor al instante.

Uno de sus compañeros omega fue a abrir y tras intercambiar algunas palabras con el visitante nocturno, el cual era un moderador de la fraternidad, se dirigió a él:

—Es contigo, Leblanc.

—¿Qué mierda quieren conmigo? —preguntó el trillizo, incorporándose en la cama.

—Vístete, la asesora necesita hablar contigo en el recibidor —le informó el moderador.

—¿Cecil? —El mal humor de Julius se disipó al instante, siendo reemplazado por una fuerte mezcla de incertidumbre e instinto de supervivencia.

—Sí, no tardes —sin decir más, el alumno se fue para dejar que Julius se pusiera medianamente decente y bajara al recibidor de la casa Omega.

Mientras Julius descendía por la escalera, despeinado, con una camisa de resaque, short corto, y las sandalias de uno de sus compañeros, se imaginaba que vería a Cecil furiosa contra él, por alguna justificada razón, pero en su lugar, la profesora se veía triste, casi al borde del llanto.

—Me dijeron que quería…

—¡Oh, Julius! —exclamó la mujer, corriendo hacia él y estrechándolo en sus brazos, embriagándolo con un perfume dulce y penetrante—. Cuando me enteré de esta desgracia, supe de inmediato que tenía que ser yo la que te diera la noticia.

—¿Que noticia? ¡Me está asfixiando!

—¡Ay, pastelito caduco! —canturreó la mujer, separándose un poco del joven y tomando la cara de Julius entre sus manos, obligándolo a doblarse para poder verlo a los ojos—. No sabes el mar de emociones que se desata en mi interior al darte esta noticia.

—¡Hable ya!

—Audrina, tu novia, el último pilar que sostiene tu integridad moral…

—¿Qué le pasó a Audrina? —preguntó el joven con un hilo de voz.

La voz de Cecil salió de sus labios, fría y directa:

—Murió. —Julius se tambaleó ante el peso de aquella noticia, mientras un hueco se le formaba en el estomago—. ¿Estás bien, querido? —preguntó Cecil con tono frio.

—¿Por qué?… —musitó el chico—… ¿por qué…?

—¿Por qué, que, bomboncito relleno?

—¡¿Porqué mierda nos hace esto?! —gritó el joven, dejando que el llanto escapara—. ¡¿Por qué nos hace daño?! ¡¿¡Por qué quiere destruirnos?!

—¡Oh, cariño, es el dolor el que te hace hablar! Yo no hice nada, lo de Audrina era inevitable.

—¡Ya lo sé! ¡Todos lo sabíamos! ¡Pero eso no explica porque usted viene, como un buitre, a alimentarse de mí! ¡De lo que siento en este momento! —El joven se paseaba de un lado a otro, hipeando con violencia, pasaba una y otra vez su mano por la cara, intentando retener el llanto, pero le era imposible—. ¡Está mintiendo! —concluyó al fin.

—¿Disculpa?

—¡Miente! ¡Me está mintiendo porque quiere verme sufrir!

—¡Ya está bien! Creo estas desvariando. —La mujer se acercó a Julius para poner su mano en el hombro de este, pero el joven arremetió contra ella, empujándola con fuerzas y provocando que se estrellara contra el suelo.




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