Los Malcriados

Capítulo 60: Verdades podridas

El edifico Delta era uno de los enormes monstruos de concreto en los que no había entrado Julius aun, y que por su excelente cuidado en la fachada, no daba indicios de estar desalojado.

Lo único que no cuadraba con su impecable pulcritud, era la manija de la puerta, la cual estaba despedazada y chamuscada, además de que aún despedía humo.

Una vez dentro, los jóvenes comprobaron que el edificio estaba deshabitado, el inmobiliario movido de su lugar indicaba la última mudanza que presenció, y gruesas capas de polvo atestiguaban su inactividad.

—Supongo que no hay luz —comentó Hisoka, moviendo repetidamente los interruptores de la pared.

—Este lugar es peor que la casa Omega —aseguró Julius, mientras se adentraba en la oscuridad.

No había adornos o algo que hiciera ameno el lugar, las desnudas paredes pintadas de un amarillo opaco, apenas y se diferenciaban del piso de concreto liso.

Julius y Hisoka descubrieron huellas en el polvo del suelo, por lo que no fue difícil entender el camino que Márcial había trazado.

La cabeza le dolía horrores, parecía que en cualquier momento se le partiría por la mitad, pero, al intentar llevarse una mano al lugar que le punzaba, Pierre descubrió que ambas manos estaban fuertemente atadas entre sí. Despejándose de golpe, el chico entendió que estaba amarrado de pies y manos y tirado en un suelo polvoriento de un edificio oscuro.

—¿Qué lugar es este? —preguntó nervioso, pero no hubo respuesta.

El chico se arrastró un poco en el suelo, llenándose del polvo acumulado por meses, intentando descubrir alguna pista en las siluetas recortadas contra la oscuridad, apenas había logrado identificar que se encontraba en un comedor casi vacío, cuando una voz increíblemente parecida a la suya llegó a sus oídos.

—Hasta que despiertas, hermanito.

—¿Gabriel?

—¡Intenta de nuevo! —le exigió el chico, arrojándole con fuerzas algo que se estrelló de lleno en su cara.

Un olor nauseabundo inundó las fosas nasales de Pierre, mientras que una desesperante comezón se extendía por su cara.

—¡¿Qué fue eso?! —preguntó, sintiendo que su propia respiración se agitaba.

—¡No soy Gabriel, así que intenta de nuevo, hermano! Una pista: tampoco soy Julius. —Un golpe más le dio en el pecho, y el aroma a podrido se intensificó.

—¡Marcial! —gritó Pierre con la voz aguda a causa de su alergia—. ¡Eres Márcial! ¡Ya deja de arrojarme fresas!

Márcial se acercó lo suficiente a Pierre para ver divertido, que la pulpa podrida de las fresas se confundía con las ronchas que empezaban a embargar la cara de su hermano.

—Suplica y tal vez lo haga —aseguró con tono agrio. Pierre apretó la boca, dispuesto a no hacerlo—. ¡Mala elección! —Márcial le mostró al chico una caja de cartón repleta de fresas podridas, y con verdadero deleite, tomó otra, arrojándola con todas sus fuerzas, a la cara de su hermano.

Pierre hizo lo posible por cubrirse, pero la respiración comenzaba a fallarle y se sentía mareado.

—Gabriel… —jadeó el chico—… soy tu hermano…

Algo extraño pasó en ese momento, mientras que la cara molesta de Márcial desaparecía, una mueca de tristeza tomaba su lugar. Con la mano embarrada en fresas podridas, el chico dejaba caer su fleco sobre su cara.

—¡Yo también supliqué! —le gritó el trillizo, y por su voz aguda y por el llanto contenido era fácil adivinar que se trataba de Gabriel y no de Márcial—. ¡Quince años les pedí a ti a y a Julius un poco de apoyo! ¡De comprensión!… —La mano del trillizo dejó más pulpa sobre su cabello, al pasarlo de nuevo hacia atrás—. ¡Ya es tarde! ¡Ya es tarde para los tres Leblanc! —gritó Márcial, arrojando fresa tras fresa sobre su hermano.

Pierre abrió la boca para gritar, pero su garganta cerrada impidió el paso de su voz.

Con mano temblorosa y con el rostro bañado en lágrimas y sudor, el trillizo que se encontraba de pie, volvió a manipular su cabello, dejándolo caer sobre su cara.

—¿Te acuerdas Pierre? —preguntó Gaby—. ¿Recuerdas cuando yo estaba metido en una zanja y tú me arrojabas piedras? ¿Recuerdas que supliqué? —La cara del joven se modificaba entre espasmos, revelando como Gabriel y su alter ego se debatían por hablar con el trillizo—. ¡Acabemos con él ya! —gritó Márcial, tomando un puñado de fresas—. ¡Metámosle esto en la boca y veamos cómo se revuelca en su podredumbre!

Gabriel se retorció entre convulsiones involuntarias, antes de continuar.

—¿Recuerdas cuando me dijiste que sería divertido cambiar de lugares, y era solo porque unos niños querían golpearte? —El rostro del trillizo comenzó a bañarse en llanto—… ¡Y me golpearon a mí en tu lugar! ¡¿Recuerdas?! —El joven cayó de rodillas ante su hermano, quien estaba hinchado y casi inconsciente—. ¿Recuerdas cuando me obligaste a cambiar de lugar para ir a mi cita con Vera, y por tu culpa la perdí? Yo si me acuerdo Pierre, por más que he intentado, yo no lo he podido olvidar.

—Esto no está bien —interrumpió la voz de Eddie, saliendo de la oscuridad

—¡Cállate, Eddie! —le gritó Márcial con la cara roja de ira, mientras reacomodaba su cabello.

—Yo pienso que…

—¡¿Qué no entiendes que tú no sirves para pensar?! ¡Solo para obedecer! —le zanjó el trillizo, arrojándole un puñado de fresas al rubio.

Los ojos de Eddie se cuajaron en llanto ante las palabras crueles del chico.

—¿Ya no quieres ser mi amigo? —musitó Eddie.

—Seré tu amigo, mientras obedezcas y no me cuestiones, ¿está claro, idiota?

Eddie asintió, y sorbiendo por la nariz, caminó algunos pasos hacia atrás, para no estorbarle a su amigo.

—En cuanto a ti, hermano mío, ¡es hora de que el primer Leblanc caiga! —Márcial tomó un nuevo puño de fresas podridas, y soltando la caja, abrió la boca de Pierre—. ¡Si vieras el asco que das ahora, me agradecerías el que acabe contigo!




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