Los Malcriados

Capítulo 62: Canto para el alma

Después de que los trillizos Leblanc salieran de su oficina, Cecil no volvió a saber de ellos durante ese día, por lo que la profesora tuvo que esperar con impaciencia hasta el día siguiente, después del receso, cuando volvía a tocarle dar clases al grupo E de primer grado de preparatoria.

Para sorpresa y desagrado de la mujer, Pierre y Julius entraron con tranquilidad al salón y tras dejar sus tarjetas de crédito en el tarjetero de la pared, tomaron asiento en los puff, tan alejados entre ellos como era su costumbre. Ninguno la miró con rencor o hizo algún comentario mordaz.

Movida por la curiosidad, Cecil se encaminó con pasos cortos y rápidos hasta pararse frente a Julius.

—Buen día, cerecita con chocolate, ¿cómo sigues de tu… malestar? —Quien viera a Cecil por primera vez, podría asegurar que su curiosidad era sincera y empática, pero, tanto a Julius como Pierre a la distancia, les fue fácil entender sus verdaderas razones.

Tras bajar la mirada, Julius contestó de forma calmada y casi en un susurro:

—No es fácil reponerse, pero estoy haciendo mi mejor esfuerzo.

—Me alegra saber eso, si en algo te pudiera ayudar, no dudes en decirme.

Julius casi le creía aquella frase, el joven estuvo a punto de decirle que quería pintar, pedirle que le proporcionara material para poder desahogarse, pero justo a tiempo recordó que trataba con Cecil.

—Gracias. —Fue lo único que musitó—. Si se me ocurre algo, yo le digo.

Desconcertada, la profesora regresó al frente de su salón, preguntándose el por qué ese cambio tan repentino. Julius no solo se veía sereno y reflexivo, también se veía limpio, bien peinado y su uniforme no presentaba ninguna arruga. Era un gran cambio el que se advertía en el chico, pero más grande era la intriga que le provocaba a Cecil.

Después de la clase de artes, los jóvenes del grupo E tuvieron que visitar dos salones más, antes de verse libres por ese día.

—¿Quieres que comamos juntos? —le preguntó un incómodo Pierre a Julius, caminando junto a su hermano.

—No. —Julius contestó sin mirarlo a la cara.

—Ah, no me digas, vas a verte con el moderador, ¿verdad, puerco? —preguntó en un intento de broma, pero la sonrisa triste de Julius le confirmó que estaba equivocado.

—Quiero ir a mi cuarto a comenzar las tareas de hoy, nos han dejado muchas —respondió con tristeza el joven.

—¿Comiste algo en el receso? —Tras hacer memoria, Julius negó con la cabeza—. Y supongo que no desayunaste tampoco.

—Bebí un vaso de agua antes de la clase de lectura y me comí un par de galletas que le robé a uno de mis compañeros de cuarto.

—Eso no es comida, idiota.

Julius se volvió con cara de fastidio hacia su hermano.

—¿Y a ti que más te da, ñonga? ¡Deja de molestar! —Sin agregar más, Julius se encaminó hacia donde se encontraba la casa Omega, seguido de la mirada escrutadora de su hermano.

—¿Piensas en mi, Piercito morbosito? —le dijo una voz familiar a sus espaldas. Pierre se giró hacia Anetta, dedicándole media sonrisa—. ¿Por qué la cara larga?, y me refiero a la triste, porque la de caballo ya sé que es de nacimiento.

—Tú siempre tan oportuna como un grano en la frente, ballena mía. Lo que ocurre es que estoy un poco preocupado por mis hermanos.

Anetta hizo un largo siseo con la boca, mientras sacudía una de sus manos.

—¿Qué significa eso?

—Entiendo a lo que te refieres, ustedes son la comidilla de la escuela entera, desde tu hermano loco y asesino hasta el viudo yerno del director.

—Los chismes son lo que menos me importan ahora, gorda… —Para sorpresa de Pierre, Anetta posó su mano en su frente, como si le tomara la temperatura.

—¿Estás bien, Pierre?, ¿acaso estás insinuando que no te importa lo que se hable de los Leblanc?

Pierre no pudo disimular su propia cara de azoro ante este comentario.

—Supongo… creo que no, es decir, si me molesta que hablen de nosotros, pero, creo que hay cosas más importantes en que pensar… y quita tu gorda mano de mi cara.

Anetta retiró la mano, pero solo para tomar impulso y golpear con ella la frente del chico.

—¡Zape por pendejo! —dijo la joven, echando a caminar y dejando al trillizo pensativo.

Los días siguieron, y al cabo de un par de semanas, el mes llegó a su fin. Julius seguía malpasándose y rehuyendo de todos, pero lo más sorprendente era su dedicación al estudio, algo que no le daba buena espina a Pierre, pero este no sabía cómo reaccionar ante la situación; lo único que le quedaba al joven era mantener un perfil bajo y esperar a que Gabriel regresara sano y salvo.

Era un sábado por la mañana, cuando los dos hermanos se encontraban en una mesa al aire libre, afuera de un pequeño restaurante en el jardín Esmeralda. Frente a ellos habían dos platos con emparedados sencillos y un par de latas de refresco de fresa.

—Ya me han tirado varias pedradas al respecto, pero no sé si animarme, ¿tú que me recomiendas? —Julius levantó la vista, distraído, sin entender las palabras de Pierre—. ¡Ni me estás escuchando ni estás tragando tu puta comida! —se quejó el joven.

—¡Para que me invitas si vas a estar fregando! —le regresó Julius—. ¡Si quieres, me largo, que tengo muchas cosas que hacer!

Pierre estuvo a punto de soltar un par de improperios, pero prefirió aspirar con fuerza y darse unos segundos para relajarse.

—No te lo digo por eso —soltó en voz baja, pero en tono tenso—. Estás malpasándote mucho, tus ojeras son de miedo y estás tan flaco que yo me veo obeso a tu lado.

Julius sonrió con cierta tristeza al oír eso.

—Lo veo difícil.

—Pues así es. Te invité hoy a comer para hablar contigo, y no es fácil para mí decir esto, pero después de lo de Márcial, quedamos en ser sinceros, y me siento preocupado por ti.

Julius bajó la mirada a su emparedado casi intacto, se sentía bastante abatido y no sabía cómo explicarle a su hermano.




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