Los Malcriados

Capítulo 63: Tiempos

Acababan de terminar las clases de ese pesado lunes, y más hambriento que otra cosa, Pierre se dirigió molesto a la casa Omega. Tal como lo recordaba, el lugar despedía un olor grasiento y el comedor estaba a reventar de alumnos, todos con su uniforme marrón, por lo que la presencia del distinguido alfa fue más que evidente.

En una mesa cuadrada de plástico y sentada en una silla del mismo material, se encontraba Vera Fontaine, frente a la chica había un plato que contenía algo similar una crema de maíz, una hogaza de pan y un vaso de agua fresca. «Que medieval su comida», pensó con burla el chico, mientras se dirigía hacia ella.

—Buenas tardes, hermosas damas —saludó el joven a lo que las amigas de la chica, compartieron una risilla coqueta—. ¿Puedo hablar contigo, bella mía?, será solo unos minutos —dijo el joven, dirigiéndose a Vera esta vez.

Un suspiro de desencanto se dejó ver en las amigas de la joven.

—Si ya andas con uno de los Leblanc, deja algo para las otras —le susurró una de ellas, antes de que la morena se levantara de mala gana.

Alejándose un poco de sus amigas, Vera se cruzó de brazos y soltó:

—Más vale que lo que tengas que decir sea bueno, Leblanc. A pesar de lo que ha pasado, sigues sin caerme bien. —Sus ojos escudriñaban a Pierre de pies a cabeza.

—¿Y tú supones que es un gran gusto estar en este grasiento lugar, viéndote? —le regresó el trillizo molesto, la galantería de hace unos segundos se había esfumado—. Tengo más de una semana mandándote recados y no vas a verme.

—Supuse que si era importante, tú vendrías a verme a mí. ¿O qué? ¿Quieres otra cita conmigo? —se burló la morena—. ¿Te volviste a poner la ropa interior de tu hermano?

—Baja la voz, omega —le ordenó Pierre—. Te traigo un recado de Gabriel.

La cara de la chica cambió al instante, una sonrisa iluminó su semblante mientras que sus mejillas adquirían un color más sonrosado.

—¿Está bien? ¿Lo están tratando como se debe? ¿Cuando vuelve? —Pierre amplió su sonrisa, dejando que el silencio se prolongara, consumiendo la poca paciencia de Vera—. ¡¿Qué esperas para hablar?!

—Veo que de verdad te interesa mucho saber de mi hermano, ¿no es así, bella mía? —dijo el chico, levantando las cejas.

—Me vuelves a decir “bella mía” y te rompo la boca —amenazó la joven con los dientes apretados.

Tosiendo un poco y recuperando la postura, Pierre habló:

—Como sea. No le dieron mucho tiempo para hablar, así que lo que me dijo fue apresurado, básicamente dice que está bien, que se va a poner mejor y que lo esperes, que él regresará a tu lado, y babosadas igual de cursis.

—Dímelas —pidió Vera en tono cortante.

—¿Tienes una idea de lo incómodo que es esto? —Pierre sentía varias miradas indiscretas en aquel atiborrado comedor. Como única contestación, Vera solo enarcó una ceja—. ¡Está bien! —soltó Pierre en un suspiro—. Dijo que solo quedaba una rosa en el jardín o algo así y que tú eres esa rosa.

Vera soltó el aire ante las palabras de Pierre.

—Yo soy la ultima rosa de su jardín olvidado —musitó la joven.

—¡Igual de cursis! ¡Son tal para cual!, yo ya me voy. —Pierre se acababa de dar media vuelta, pero Vera lo detuvo por el hombro.

—¿Cuándo regresará? —le preguntó la chica.

El trillizo bajó la vista.

—No lo sé, pero no será pronto.

—Eddie se entristecerá mucho, no hace otra cosa que preguntar por él.

—¿Quién es Eddie?

—Uno de sus amigos, el alto y rubio.

—¿El mastodonte ese tiene sentimientos? —preguntó Pierre sorprendido y horrorizado por igual—. ¿Quién diría? No se lo compro —se burló el joven.

—¡Y volviste a hacer la rata despreciable de siempre! Haces muy difícil el quererte, Pierre.

—¿De qué hablas, si soy adorable? —se burló el trillizo—, hasta luego, omega odiosa —se despidió Pierre, dejando a Vera pensativa y parcialmente molesta.

Al mismo tiempo que Pierre se dirigía al Palacio Alfa por una bien merecida comida, Julius se encontraba en su habitación, tomando apuntes de uno de sus libros.

Nada más habían concluido las clases y el joven corrió a la Casa Omega, y tras un corto baño, se puso un uniforme limpio y había comenzado su tarea de historia. Sus ojos enrojecidos eran enmarcados por ojeras profundas. También había adelgazado por lo menos un par de kilos desde el incidiéndote de Márcial, pero nada de eso le importaba.

Julius había descubierto que tenía una gran facilidad para memorizar datos y oraciones extendidas, pero eso no implicaba que pudiera comprenderlas, y era donde el chico se frustraba; antes, cuando estudiaba con Francis o con Audrina, estos le explicaban con paciencia, hasta que el trillizo entendía las cosas, pero ahora, una estaba muerta y el otro…

Julius mordió la punta de su lápiz, considerando el buscar a Francis para que lo ayudara a comprender las peroratas ridículamente enredadas de esos libros, pero rápidamente sacudió la cabeza, desechando la idea.

—Es solo un pretexto —se dijo en voz baja—. Quiero verlo porque lo extraño, pero si vuelvo a juntarme con él, solo me quitará el tiempo, y debo dedicar toda mi energía a estudiar. —El joven destapó un bote de agua que estaba junto a él, en su cama, y tras darle un sorbo, descubrió con asco que el líquido estaba tibio.

—¡Puto calor de mierda! —se quejó—. Extraño el aire acondicionado del Palacio Alfa —confesó para sí—, extraño tantas cosas… —Sin darse cuenta, su lápiz se desvió a uno de los márgenes del libro y comenzó a bosquejar un rostro.

Al trillizo Leblanc siempre le había interesado la pintura, y lo veía como un modo de canalizar sus sentimientos, ya fuera ira, frustración o dolor, pero ahora que se sentía abatido y triste, no había pintura que utilizar, así que había comenzado a practicar en sus pocos ratos libres el dibujo tradicional. No era bueno, eso era obvio, pero si mostraba dotes innatos de talento. Un talento burdo y primitivo, pero que, si se pulía correctamente, podía llegar a ser algo grande.




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