Los Malcriados

Capítulo 64: Refugio clandestino

Tal como Anetta lo había predicho, el aniversario de Nuestra Señora de las Tierras, era una pantomima para convencer a los alumnos que todos eran iguales, sin importar su fraternidad, claro que todos debían asistir con su uniforme bien presentado, por lo que los propósitos de la fiestas resultaban absurdos y casi burlescos.

Todos los habitantes del colegio más prestigioso de la ciudad de Dildria se encontraban en el área de canchas, la cual había sido adornada para la ocasión, con organzas verdes, azules y marrones, una combinación francamente nefasta y bastante desagradable a la vista. Los alumnos omega habían hecho cantidades enormes de comida para todo el colegio, y esta se había dispuesto en largas mesas banqueteras. También había un templete, donde se hicieron algunos discursos, uno que otro espectáculo y algunas presentaciones del coro, donde Pierre participó con alegría. Después se empezó a repartir la comida en platos desechables. Todos comían de pie, o caminando por la cancha.

—Esto es muy incómodo —le dijo Pierre a Anetta, mientras probaba un estofado bastante insípido—, y la comida es horrible —aseguró.

—¿Quién te dijo? ¡Yo te dije! —canturreó a Anetta—. Aunque, no todo tiene que ser tan malo, flaco, muchos aprovechamos este día para cerrar ciclos, ¿por qué no lo intentas?

—¿A qué te re refieres con cerrar ciclos? —Mientras los adolecentes platicaban, se movían entre la gente, con sus platos en las manos.

—El año está agonizando, Pierre —le dijo Anetta en tono serio—. No creo que quieras salir de vacaciones con algunos rencores en la maleta. —Sin agregar más, la morena se alejó del trillizo.

Pierre dio un bocado más a su plato, antes de dejarlo abandonado en un rincón, junto a un pilar. El joven veía al alumnado de forma indiferente, cuando sus ojos tropezaron con su profesora de historia.

«Cerrar ciclos», pensó para sí, mientras tomaba valor para acercarse a la mujer—. Bonita fiesta, ¿verdad? —le preguntó Pierre a Olethea.

—E-es una noche agradable —respondió la maestra con una sonrisa.

—Profesora, quisiera hablar con usted...

—Eso hacemos, P-Pierre.

—Sí, pero... —Pierre calló al ver que el profesor Vincent llegaba a ellos con dos vasos de jugo.

—Aquí tienes —dijo el maestro de lectura, dándole un vaso a Olethea.

—G-gracias.

—¿Te puedo ayudar, Leblanc?

—Él q-quería decirme algo —explicó Olethea—. Pero lo interrumpiste. P-por favor, continua, Pierre.

—¿Sabe qué? No es importante, puede esperar. —Sin decir más, el chico se alejó de ahí. «Eso fue demasiado incómodo», pensó.

—¡Piercito ingrato! —le llamó una voz a su espalda; intentando no demostrar su descontento, Pierre se giró hacia Diáspora.

—Hola, bella mía —saludó—, qué bonita coincidencia el verte aquí.

—Así es, Piercito, nos vemos por coincidencia, porque de otra manera, tú no me buscas. —Pierre se sintió incómodo ante este reproche e intentó desviar el tema.

—¿Y tus amigas?, siempre estás con ellas, ¿no?

Diáspora apompó su moño dorado, sin esconder su contrariedad.

—Ya no... Ya no son mis amigas.

—Lamento oír eso. ¿Es imprudente si pregunto porque dejaron de serlo? —Pierre ofreció su brazo a la chica, quien lo tomó con gusto, para caminar juntos.

—No lo es. Es que... realmente nunca fuimos amigas, fue más una relación de conveniencia.

—Vaya, me sorprende un poco.

—¿Por qué? —Mientras hablaba, Diáspora inflaba el pecho con orgullo, al ver como más de uno se giraba para verla del brazo de un trillizo Leblanc. Y es que ya fuera buena o mala, los hermanos estaban empapados en fama.

—Es solo que me he sentido el protagonista todo el tiempo, y olvidó que hay otras historias en este colegio.

Diáspora ladeó la cabeza sin entender.

—¿Cómo es eso? Yo creía que era tú hermano el que estaba en el comité de actuación… ¿o los volví a confundir? ¿Si eres Pierre?

—Si soy, y ya no importa —respondió Pierre con una sonrisa cansada—. Solo te recuerdo que si necesitas a un amigo, aquí estoy yo.

—¡Claro, cuando no estás tras la gorda! —El trillizo reprimió una grosería ante la ofensa.

—Te suplico que no le llames así.

—¿Por qué? ¿Acaso la verdad duele, Piercito deshonesto? ¡Está gorda, negra y es omega! —Diáspora hablaba con una voz chillona y cargada en rencor.

—Ella es...

—¡Ella te gusta! —interrumpió la castaña, en un grito inmaduro, mientras soltaba el brazo del trillizo.

—¡No te lo compro!

—¡Piercito despistado, estás todo el día pegado a ella! Antes disimulaban un poco, pero ahora no se separan, al menos ten el valor de admitirlo.

—¡No tengo que admitir nada y ya me voy!

—¡No me dejes hablando sola!

—¡Lo siento, bella mía, pero debo dejar ir rencores, no crear nuevos! —Sin agregar más, Pierre se alejó de la castaña, dejándola molesta.

—¡Qué me gusta Anetta! —murmuró para sí—. ¡Qué idiotez! Será muy buena persona, pero es gorda y f… bueno… fea no es tanto… —Pierre quedó de una pieza, clavado al suelo, mientras su cerebro se negaba a reconocer lo que acababa de decir. Sacudiendo la cabeza para desechar ideas grotescas, y  dedicando en un pensamiento todo el rencor que sentía en ese momento hacia Diáspora, escupió—. ¡Niña idiota, lo que me haces pensar!

Pierre imprimía en cada paso su coraje, llamando la atención de algunas miradas, cuando una chica se paró frente a él. Esta vez se trataba de la loca del coro: Violeta Rinaldi.

—Bonita noche…

—¡Cállate y quítate de mi camino, loca! —le gritó Pierre, cuya paciencia ya se había acabado. Empujando a la joven, el trillizo empezó a alejarse de las canchas, de repente, el barullo le estaba molestando.

Violeta se llevó las manos a la boca, para suprimir un suspiro, mientras sus mejillas enrojecían.

La noche estaba sofocada, y traer su camisa y el saco encima empezaba a ser muy molesto. Tras una pequeña caminata que lo relajó un poco, el joven pensó en alguna otra persona con la que pudiera tener algún rencor que arreglar, cuando una mano tocó su hombro.




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