Los Malcriados

Capítulo 65: De besos y disfraces

Después del aniversario de nuestra Señora de las Tierras, les siguió un día de descanso para los chicos, comenzando las clases de esa semana en miércoles, día que pasó sin pena ni gloria para los dos trillizos que quedaban en el colegio, lo que realmente fue diferente llegó hasta el jueves.

Después del receso, Pierre se dirigía a la clase de artes, cuando su hermano, quien venía del comedor omega, le dio alcance.

—¿Cómo sigues? —le preguntó Pierre.

—Comí con Francis, y me explicó algunas cosas que no entendí en clases, nos vamos a ver después de cenar, y me ayudará a estudiar.

—¿Cómo le van a hacer, si tú no puedes entrar al palacio Alfa?

—Cenaremos en el comedor omega, él no tiene problemas con eso.

—Pues, supongo que me alegro por ti.

Los dos chicos habían llegado al salón, donde Cecil se encontraba parada frente al pizarrón, y protegiendo algunos rollos de tela, que los alumnos se discutían.

—¿Qué crees que esté pasando? —preguntó Pierre, dejando su tarjeta en la zona de créditos alfa.

—Ni idea, pero viniendo de ella, nada bueno —respondió Julius.

—Tranquilos —decía Cecil—, por más que pidan, saben que no daré el material hasta que le explique a los alumnos que ingresaron este año. —Dando un pequeño aplauso, la profesora llamó la atención de todos—. Entre más rápido se sienten, más rápido explico y repartimos todo esto, bomboncitos dulces.

Obedeciendo las melosas palabras de la mujer, los alumnos se sentaron en las diferentes peras de colores, mientras la asesora omega se paraba al frente del salón.

—Para los que tienen ya tiempo en Nuestra Señora de las Tierras, saben de qué va la cosa, pero, para los que no… —dijo, guiñándole un ojo a Pierre—, déjenme explicarles.

La mujer comenzó a caminar entre los asientos, mientras hablaba.

—El día último de este mes, en honor a la noche de brujas, celebramos un convivio a nivel escolar, donde se toman fotos, hay comida y concursos divertidos. —La profesora aplaudió con energía ante sus propias palabras—, y para que los disfraces queden geniales y muy bellos, se dedicarán a diseñarlos en la clase de artes, y los confeccionarán en clases posteriores y en sus ratos libres.

—¿Significa que en lugar de pintar, ahora vamos a coser? —preguntó Pierre, molesto ante dicha idea.

—Eso mismo, fresita pasada con chocolate —le respondió Cecil entre dientes.

—¡Eso suena muy aburrido! —soltó Julius, desde su asiento.

—Tal vez suene aburrido, pero no lo es, querido, al contrario, es muy divertido y tú mismo lo vas a comprobar.

—Entonces, —interrumpió de nuevo Pierre—, vamos a  hacernos unos disfraces en su clase, y nos obligarán a usarlos a fin de mes en una fiesta.

—Eso mismo, y cabe mencionar, que habrá generosos premios para los mejores disfraces.

—¿Créditos?

—Créditos, permisos especiales, puntos para clases de arte y etiqueta… ya suena mejor, ¿no?

—Se lo compro —aceptó Pierre, resuelto.

—Entonces, quiero que todos dediquen esta clase en idealizar un disfraz, y en la siguiente, yo les daré los materiales que crea apropiados para dicho disfraz. Recuerden que deben mantener la temática de la noche de brujas. Así que, mis pastelitos, a trabajar. —Con un último aplauso, Cecil observó como los alumnos se juntaban en pequeños grupos, y sacando sus libretas, comenzaban a garabatear en estas.

Pierre, a diferencia de sus compañeros, ni siquiera había movido su pera, su mente le jugaba malas pasadas, trayéndole recuerdos a la memoria, con la vista, el trillizo buscó a su hermano y descubrió que este también se había puesto melancólico.

Julius se puso de pie, y arrastrando su pera por el salón, la posicionó junto a la de Pierre.

—¿En qué piensas? —preguntó el trillizo de omega.

—Lo mismo que tú, aunque te hagas pendejo. —Pierre comenzó a jugar con su anillo de plata—. A Gabriel le habría encantado este concurso, ¿recuerdas como le emocionaba la noche de brujas cuando éramos niños?

—Sí, se ponía como loco, le fascinaba disfrazarse.

—Hasta hace unos años, lo seguía haciendo —agregó Pierre, uniéndose a la risa de su hermano.

—Peludote y todo, le encantaba.

—Y  ahora está en el loquero, mientras nosotros planeamos trajes, es un poco injusto. —Pierre tomó su cuaderno y lo abrió en una hoja limpia para garabatear—. ¿Tienes alguna idea de lo que harás?

—No —respondió Julius, imitando su acción—, me parece un poco estúpido esto.

—¿De qué será tu disfraz? —pregunto Anetta, interrumpiendo a los hermanos. La joven se había recargado en la espalda de Pierre, para tener acceso a su libreta—. No me respondes, cosa fea. —Pero Pierre, seguía callado, y es que el trillizo estaba más ocupado apreciando el suave tacto del busto femenino sobre su espalda—¡Ni siquiera has empezado! —se quejó la morena.

—Ballena mía, aplastas mis pulmones —le dijo Pierre, guardando un deseo oculto de que la chica no se apartara, pero Anetta lo hizo de igual forma.

—¿De qué va a ser el tuyo? —le preguntó Julius.

—Aun no lo sé, estaba pensando de Faraona o algo así.

—No te queda —le respondió el joven—, estás muy gorda.

Pierre miró con verdadero temor como los ojos de Anetta se achicaban por el coraje, y temiendo por la vida de su hermano, decidió intervenir.

—Yo creí que se debía mantener la temática de la noche de brujas, es decir, monstruos clásicos.

—¡¿Y que se supone que vas a ser tu?! —le espetó Anetta a Julius de forma mordaz—, ¡¿de zombi?! ¡Al cabo que el apeste ya lo traes!

—¡Oye marrana, ya no apesto, me estoy bañando casi a diario!

—¡Mira tú, que consuelo!

—Aunque puedes darle un aire de momia, ¿no? —seguía Pierre de forma nerviosa, sabía de lo que era capaz Anetta y también sabía que Julius no se iba a detener por tratarse de una mujer.

—¡¿Entonces tu que serás, una piñata o una vaca?! —siguió Julius.




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