Los Malcriados

Capítulo 66: Príncipe contra faraón

Era viernes por la tarde, y Julius salía de la clase de matemáticas de la profesora Escarra, cuando Francis le dio alcance.

—¡Pecas, creí que te vería en la cafetería!

—Sí, lo siento mucho, vengo a avisarte que no podré comer contigo hoy. —Mientras explicaba, Francis encaminaba a Julius a la salida del edificio—. El comité de moderadores se reunirá para comer juntos y discutir la decoración del baile de las brujas, discúlpame. —Al decir esta frase, Francis colocó suavemente su mano en el hombro de Julius, provocándole un escalofrío al trillizo, que no le fue del todo desagradable—. Si quieres, nos vemos a las siete para cenar, y te ayudo con tus tareas.

—¿Por qué no ahora? ¿Qué tanto tienen que berrear los moderadores? ¡Cuelguen calabazas y murciélagos, todo en naranja y negro y ya!

—Sí, normalmente así termina siendo, pero, aun debo ir a esta reunión, sabrás perdonarme, ¿verdad?

—¡Ya que! —bufó Julius—. Sirve que voy y dibujo un poco a mi refugio.

—¿En qué quedamos, con respecto al refugio?

—¿Qué nos profesamos un incómodo amor en secreto?

Francis se sonrojó ante esta declaración y sus movimientos se volvieron acartonados, casi mecánicos.

—¡Eso no, Julius!… ¡¿qué te pasa?!

—Es broma —rio el trillizo, friccionando los antebrazos de Francis, para disminuir su tención—. Quedamos en que no mencionaría el refugio frente a ti, para que no tengas remordimiento por dejarme conservarlo.

—Entonces, no lo hagas.

—Como usted ordene, capitán aguafiestas —bromeó Julius, cuadrándose y haciendo un ademán que intentaba ser un saludo militar.

—Por cierto, antes de que se me olvide, Gabriel va a hablar a las oficinas a las tres, para que estés ahí y recibas la llamada.

Julius no supo que decir, bajó la vista, ligeramente abochornado, tenía tanto que no hablaba con Gabriel, y descubrió muy en su interior, que extrañaba hacerlo.

—Ahí estaré —soltó, antes de echarse a correr, para sorpresa de Francis, quien lo vio alejarse.

Mientras tanto, Pierre mantenía una desagradable discusión con un empleado del comedor Alfa.

—¡Si no te gustan, solo quítaselas! —decía el joven con severo problema de acné.

—¡Que soy alérgico, tonto cabeza hueca!

—Entonces, come otra cosa.

—No quiero otra cosa, quiero una ensalada de esas, ¡pero prepáramela sin fresas!

—¡Las ensaladas ya están hechas! —le gritó el joven, señalando los pequeños cuencos de porcelana con ensalada de varias lechugas, fresas y nueces caramelizadas—. No puedo preparar una nueva, si estas no se acaban, así que si quieres comerla, deberás tú que sacarle las fresas.

—¡Eres un incompetente, bueno para nada! ¡No voy a comer una ensalada de lechuga en la que se escurrió el jugo de unas malditas fresas, así que hazme una nueva!

—Estás bloqueando la fila, ¿vas a querer comprar algo? Si no, para que te quites —resolvió el joven.

—¡Eres un inútil y un incompetente! —renegó Pierre, saliendo de la fila—. ¡No deberían dejar que tipos tan estúpidos y feos atiendan la comida! ¡Matan el hambre! —rezongó, caminando a grandes zancadas hacia la salida, cuando una voz chillona y familiar le llamó desde una mesa cercana.

—Pierre.

—Bella mía —exclamó Pierre, acercándose a Diáspora.

—Ya vi que no vas a comer nada…

—¡Y todo por la culpa de ese cacahuate garapiñado!

—¿Quieres que compartamos mi pastel? —preguntó la chica, señalando la rebanada de pastel de chocolate que había frente a ella.

—¿No tiene fresas?

—Nopi.

Tras pensárselo un poco, Pierre se sentó frente a Diáspora y dejó que esta le diera de comer en la boca, con ayuda de su tenedor.

—¿Cómo vas con tu disfraz? —preguntó el trillizo, tras pasar el bocado, para hacer conversación.

—¡Está quedando hermoso! Le pagué a una omega que sabe coser para que me lo haga, será de princesa. —Los ojos de Diáspora brillaron ante una idea, mientras comía un poco del pastel—. ¡Tú de qué irás al baile?

—De vampiro.

—¡Error, Piercito equivocadito!

—No, no hay error. Iré de vampiro —respondió el chico, limpiando con la servilleta la mejilla de la joven.

—Cancélalo y ve de mi príncipe —soltó Diáspora, metiendo más pastel en la boca de Pierre.

—¡¿Qué?! ¡No, olvídalo!

—¡Seremos la envidia del baile! ¡La idea es perfecta!

—¡Ya tengo mi disfraz planeado, así que no. Además, para concursar, se tiene que ir de monstruo clásico y los príncipes no lo son.

—Vamos, Piercito avaricioso, no me digas que vas a pelear por unos miserables créditos, ¡pero si tú eres un alfa! Hay que mantener el estatus, Piercito bobito.

—¡Pero yo no quiero!

—No se hable más, serás mi príncipe, ¿quieres que yo  te diseñe tu traje, para que haga juego con el mío?

—¡Mi traje lo está diseñando mi hermano, y será de vampiro!... ¡Muchas gracias por el pastel! —Pierre se levantó de la mesa y se alejó lo más aprisa posible, para que Diáspora no tuviera tiempo de decir nada más.

Julius se encontraba en el recibidor de la escuela, esperando que alguien le indicara donde debía recibir la llamada de Gabriel, cuando una mano tibia y huesuda se posó en su hombro.

—¿Qué haces aquí, jovencito? —le preguntó una agradable voz de anciano.

Julius se giró hacia el director Dumont y le obsequió una gran sonrisa.

—Vengo a hablar con mi hermano —anunció el joven.

—¿Y dónde está él?

—En el loquero, pero me va a hablar por teléfono. —Darwin no pudo disimular su risa al oír esto, sonrisa que se acentuó al apreciar que el trillizo portaba el relicario de estrella que había pertenecido a su nieta.

—¿Ves esa puerta de madera? —le dijo el anciano—, entra con discreción, y dile a una de las secretarias que eres Julius Leblanc y que vas a recibir una llamada, ellas te van a comunicar con Gabriel, cuando este llame.




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